«Tronaba en las calles del Cabañal, a pesar de que el día amaneció sereno.
La gente echábase de la cama aturdida por el ruido sordo e incesante, igual al tableteo de lejanos truenos. Las buenas vecinas, desgreñadas, con los ojos turbios y ligeras de ropas, salían a las puertas para ver a la azulada luz del alba cómo pasaban los fieros judíos, autores de tanto estrépito, golpeando los parches de sus destemplados y fúnebres atabales.
Los más grotescos figurones asomaban en las esquinas, como si, barajándose el almanaque, Carnaval hubiese caído en Viernes Santo».
Flor de Mayo
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