martes, 31 de julio de 2018

domingo, 29 de julio de 2018

La Feria de Julio según Blasco Ibáñez

«La proximidad de la feria de Julio preocupaba a la familia. Nunca se habían pasado veladas tan agradables en casa de las de Pajares. Por la noche, después de la cena, llegaban el señor Cuadros, Teresa y su hijo, y comenzaba la alegre reunión.


Feria de Julio. 1891

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Por los balcones abiertos penetraba el hálito caliginoso de las neones de verano, cargado de enervantes perfumes. La plazuela animábase. El calor arrojaba de sus estrechos cuchitriles a la gente de los pisos bajos, y las puertas estaban obstruidas por corrillos de blancas sombras sentadas en sillas bajas y respirando ruidosamente. Arriba, sobre los tejados, cubriendo la plaza como un toldo de apelillado raso que transparentaba infinitos puntos de luz, el cielo del verano con su misteriosa y opaca transparencia. En los obscuros balcones distinguíanse, entre los tiestos de flores y el botijo puesto al fresco, confusas siluetas ligeras de ropa. Otros abiertos e iluminados, dejaban escapar, como los de las de Pajares, el sonoro tecleo del piano, acompañado algunas veces por el rítmico chorrear de las macetas recién regadas.


A la fresca

Calle Pavía. 1968

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En los corrillos de la plaza partíanse enormes sandías, y las mujeres, con el moquero sobre el pecho para librarse de manchas, devoraban las tajadas como medias lunas, chorreándoles la boca rojizo zumo. En una puerta susurraba la guitarra con melancólico rasgueo, contestándole desde otra el acordeón con su chillido estridente y gangoso. Y los ruidos de la plaza, el reír de las gentes, los gritos que se cruzaban entre los corrillos y la música popular, entraban con el fresco de la noche en el salón de las de Pajares, sirviendo de sordo acompañamiento a la conversación de la tertulia.


Degustando las sandías participantes en el 
"Concurso de sandías de la Feria de Julio"

http://solerdos.blogspot.com.es/2015/11/

Las niñas, con Andresito, hacían planes para la próxima feria. Recordaban los rigodones en el pabellón de la Agricultura y los alegres valses en el del Comercio; pensaban en los trajes que les había traído la modista francesa, y que guardaban intactos para dar golpe en la Alameda en la primera noche de feria, y hasta sentían su poquito de maligna alegría considerando el efecto que su elegancia causaría en las amigas.


El Pabellón de la Sociedad de Agricultura. Feria de Julio. 1944

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Subida por Isabel Huedo Saiz a VAHG


Baile en el Pabellón de la Sociedad Valenciana de Agricultura. 1942

Archivo de Rafael Solaz

La calma y la felicidad habían vuelto a aquella casa.

(...)

La gran preocupación de la familia eran las tres corridas de toros, festejo el más ruidoso de la feria. La tertulia tenía ya ultimado sus proyectos. El señor Cuadros compraría un palco de los mejores para las dos familias; y lo mismo las de Pajares que Teresa, proponíanse deslumbar al público con su elegancia.

Las niñas tenían preparados sus trajes de «manola», y un sinnúmero de veces se habían ensayado ante el espejo para aprender a colocarse con naturalidad y buen gusto la blanca mantilla de blonda. En cuanto a las dos mamas, pensaban lucir obscuros trajes de seda, con costosas mantillas negras, regaladas a las dos por el señor Cuadros.


Señoritas vestidas de "Manolas" en el tendido de la Plaza de Toros de Valencia

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Subida por Isabel Huedo Saiz a VAHG

Llegó el día de la primera corrida. La atmósfera parecía cargada de un ambiente extraño de locura y brutalidad. Por la mañana arremolinábase la gente, con empujones y codazos, en torno de los revendedores que en la plaza de San Francisco voceaban las de «sol» y de «sombra»; y como si la ciudad acabase de sufrir una invasión, tropezábase en todas partes con gentes de la huerta y de los pueblos: unos con pantalones de pana y manta multicolor; y otros, los tipos socarrones de la Ribera, vestidos de paño negro y fino, la chaqueta al hombro, dejando al descubierto la blanca manga de la camisa, los botines de goma entorpeciéndoles el paso, y en la mano un bastoncillo delgado, casi infantil, movido siempre con insolencia agresiva.


 Ruzafa la bien plantada. Juan Luis Corbín Ferrer

Subida por Carlos Tárrega Momblanch a VAHG

El gentío presentaba igual aspecto en todas las calles, como si la ciudad entera se hubiese vestido con arreglo al mismo patrón. Sombreros cordobeses de blanco fieltro o marineras de paja, cazadoras de color claro, corbatas rojas, y en todas las bocas un cigarro de a palmo. 

La Bajada de San Francisco era un torrente por el que rodaban sin cesar las oleadas de gentío. Las jacas pamplonesas, cubiertas con inquietos borlajes y repiqueteantes cascabeles, pasaban como rayos por entre el gentío tirando de las tartanillas de colores claros, de los coches señoriales y de los carruajes ingleses, en cuyos bancos erguíanse como cimbreantes flores las muchachas vestidas de rosa o azul, con el rostro realzado por el marco de blanca blonda. La gente menuda, los del tendido de sol, pasaban en grupos, con la enorme bota al hombro y un garrote de Liria en la mano, oliendo a vino y vociferando, como si comenzasen a sentir la borrachera de insolación que les aguardaba en la plaza.


La Bajada de San Francisco

Muchachos desarrapados rompían las oleadas del gentío, ofreciendo la vida de Lagartijo en aleluyas, los antecedentes y retratos de los seis toros que iban a lidiarse, o pregonaban unos abanicos de madera sin cepillar y en los cuales una mano torpe había estampado un toro como un pellejo de vino y un torero que parecía una rana desollada.


Rafael Molina Sánchez "Lagartijo"

https://es.wikipedia.org/wiki/Lagartijo

Los babiecas ávidos de emociones agolpábanse frente a las fondas donde se alojaban las cuadrillas, esperando pacientemente la salida de los toreros para poder tocar con respeto los alamares del diestro. La gente abría paso con curiosidad cada vez que algún picador empaquetado sobre la silla y con el mozo a la grupa pasaba montado en su jaco huesoso y macilento, que le llevaba hacia la plaza con un trotecillo cochinero.


 Rafael González Machaquito, en la Feria de Julio de 1913

Subida por Francisco Boluda a VAHG

Entre los carruajes que velozmente y atronando las calles atravesaban el centro de la ciudad, pasó el cochecito de Cuadros, y tras él una carretela de alquiler en la que iban las de Pajares. Doña Manuela en el sitio preferente, empolvada y retocada con tal arte, que su rostro producía cierta impresión asomando por entre los festones de la negra blonda; y frente a ella, las niñas, graciosísimas como un cromo de revista taurina, con zapatito bajo, medias caladas, falda de medio paso con red cargada de madroños y mirando atrevidamente bajo la nube blanca que envolvía sus adorables cabezas, cerrándose sobre el pecho con un grupo de claveles.

¡Qué tarde tan hermosa! Nunca se sintieron las de Pajares más contentas de la vida. Al descender de su carruaje frente a la plaza, llovieron sobre ellas los requiebros; y para todas hubo, hasta para la mamá, que respiraba ruidosamente y enrojecía, satisfecha del triunfo. Indudablemente eran ellas las que más llamaban la atención en toda la plaza. No había más que verlas en el palco abanicándose con negligencia, mientras una gran parte de los señores del tendido, puestos de pie y volviendo la espalda al redondel, las miraban fijamente, con ojos de deseo.


Concha Piquer acompañada del Maestro Penella. 1925. Luis Vidal Corella

Subida por Kike Benavent a VAHG

(...)

En el fondo del palco estaban el hijo de Cuadros y los dos de doña Manuela, con los gemelos en la mano, contemplando el aspecto de la plaza. En el tendido de sombra, el graderío circular era un escalonamiento de sombreros blancos que bajaba hasta la barrera. Algunas capotas cargadas de flores o relucientes peinados, destacándose sobre los pañolones de Manila, rompían la monotonía de las hileras de puntos blancos. Las puertas de los palcos abríanse con estrépito, y aparecían en las barandillas, cubiertas con los colores nacionales, las mantillas blancas, las caras risueñas, los peinados con flores; toda una primavera que era saludada a gritos por los entusiastas de abajo, puestos en pie sobre los banquillos de madera.

Enfrente, bajo el sol que agrietaba la piel en fuerza de sacar sudor, que hacía humear las ropas y ponía un casco de fuego sobre cada cabeza, enloqueciéndola, estaba la demagogia de la fiesta, el elemento ruidoso que aguardaba impaciente, tan dispuesto a arrojar al redondel los sombreros en honor al diestro, como los bancos y los garrotes en señal de protesta. De allí partían las palabras infames contra los picadores que al aproximarse al toro pensaban en la mujer y en los hijos. Esta mitad de la plaza no tenía la regularidad monótona del tendido de sombra. Era un mosaico animado, en el que entraban todos los colores y que al agitarse variaba de composición. Las tintas rabiosas de los trajes de la huerta, las blancas manchas de los grupos en mangas de camisa, los pantalones rojos de los soldados, los enormes quitasoles de seda granate que parecían robados de una antigua sacristía, los gigantescos abanicos de papel moviéndose con incesante aleteo, las botas de vino que a cada instante se alzaban oblicuamente sobre las cabezas, los gritos, las protestas porque se hacía tarde, todo daba a aquella parte de la plaza un aspecto de locura orgiástica, de brutalidad jocosa. Y arriba, sobre la doble galería, clavadas en la crestería del tejado, colgaban lacias e inertes las banderítas rojas y amarillas, palpitando perezosamente cuando un suspiro fresco, enviado por el mar al través de la vega, arrastrábase sobre aquellas gentes aplastadas por la insolación, haciéndoles dilatar fatigosamente los pulmones. En lo alto, como bóveda del gran redondel, el cielo azul, infinito, sin la más leve vedija de vapor, cruzado algunas veces por una serpenteada fila de palomos, que aleteaban impasibles, sin dar importancia a la extraña reunión de tantos miles de personas.


Corrida de la prensa. 1929

Subida por Ximo Paloma a VAHG

Eran las cuatro de la tarde y se impacientaba la gente. Por detrás de la barrera iban los chulos de la plaza, con sus blusas rojas, abrumados bajo el peso de las capas de brega, repugnantes andrajos manchados de sangre; y por los tendidos, haciendo prodigios de equilibrio, filtrándose por entre el compacto gentío, avanzaban los vendedores de gaseosas con el cajón al hombro, pregonando la limonada y la cerveza, y los tramusers con un capazo a la espalda, llenando de altramuces y cacahuetes los pañuelos que les arrojaban desde las nayas y devolviéndolos a tan prodigiosa altura con la fuerza de un proyectil.

Sonó la música, y un movimiento de ansiedad, de emoción, dio la vuelta a la plaza, haciendo latir sus corazones. 

Esto era lo que más gustaba a las de Pajares. La lidia las aburría o las horrorizaba; pero la salida de la cuadrilla las enardecía, y movíanse nerviosamente en sus asientos al ver el desfile de jacarandosas figurillas, que, a la luz del sol, destacábanse sobre la arena del redondel como ascuas de oro con el brillo de sus alamares.

Pasada la primera impresión de entusiasmo, cuando las doradas capas cambiáronse por sucios trapos y cesó de tocar la música, saliendo el alguacil del redondel a todo galope, las de Pajares presintieron el aburrimiento.


Plaza de toros de Valencia. Finales de los 50, principios de los 60

Subida por Francis J. Gutiérrez Reyes a VAHG

El primer toro... ¡bueno! Todavía les causaba cierta ilusión el arrojo de los diestros, el valor de aquellos cuerpos esbeltos, nerviosos y ligeros que escapaban milagrosamente de entre las curvas astas; pero apenas comenzó la parte brutal del espectáculo y cayeron pesadamente como sacos de arena los infelices peleles forrados de amarillo, mientras el caballo escapaba, pisándose en su marcha los pingajos sangrientos como enormes chorizos, las jóvenes volvieron la cabeza con un gesto de asco y no quisieron mirar al redondel. ¿A qué iban allí? A lo que van todas: a ver y ser vistas, a lucirse un rato a cambio de palidecer de emoción y lanzar angustioso grito cuando la cornuda cabeza bufa en la misma espalda del torero fugitivo.

Y conforme avanzaba la corrida, la mayoría del público contagiábase del aburrimiento del espectáculo, y hasta los del tendido de sol, si no por repugnancia por fastidio, callaban, dejando que los lances en la arena se desarrollasen en medio de un tétrico silencio, como si desearan no provocar incidentes para que la lidia terminase cuanto antes. Sólo los grupos de los aficionados sostenían el entusiasmo palmoteando, aclamando a sus respectivos ídolos y entablando disputas ruidosas.


Plaza de toros de Valencia. Años 70

Subida por Vic Payá a VAHG

La salida de la plaza era lenta, desmayada, contrastando con la llegada, ruidosa como una invasión. Todos parecían cansados y caminaban con cierta lentitud y ensimismamiento, como el que acaba de ser víctima de un engaño o ve defraudadas sus ilusiones. Los únicos que mantenían la algazara de la fiesta eran los que, tostados y sudorosos, salían por las puertas del sol golpeándose amigablemente con las arrugadas botas y las vacías calabazas, dando a entender a gritos que el contenido de aquéllas se hallaba en lugar seguro y servía para algo.


Salida de la Plaza de toros. 1902

http://www.skyscrapercity.com/

Las dos familias, sufriendo los codazos de la muchedumbre, salieron de la plaza por entre los jinetes de la Guardia Civil que mantenían el turno en el desfile de los coches, fueron en busca de los suyos, teniendo las mamas y las niñas que recoger sus faldas de seda, y manchándose las medias con el barro de la carretera recién regada».

Arroz y Tartana

Vicente Blasco Ibáñez

sábado, 28 de julio de 2018

Y otra vez su agua limpia y fresca volvió a subir en musgoso pozal

«Después empezó la obra de abajo. ¡Qué modo de utilizar los escombros de Valencia!... Las grietas desaparecieron, y, terminado el enlucido de las paredes, la mujer y la hija las enjalbegaron de un blanco deslumbrante. La puerta, nueva y pintada de azul, parecía madre de todas las ventanillas, que asomaban por los huecos de las paredes sus cuadradas caras del mismo color. Bajo la parra hizo Batiste una plazoleta, pavimentada con ladrillos rojos, para que las mujeres cosieran allí en las horas de la tarde. El pozo, después de una semana de descensos y penosos acarreos, quedó limpio de todas las piedras y la basura con que la pillería huertana lo había atiborrado durante diez años, y otra vez su agua limpia y fresca volvió a subir en musgoso pozal, con alegres chirridos de la garrucha, que parecía reírse de las gentes del contorno con una estridente carcajada de vieja maliciosa».

La barraca

Vicente Blasco Ibáñez


Junto al pozo

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jueves, 26 de julio de 2018

Y su nuera le dio un nieto, un Tonet

«Pasó el tiempo, y su nuera le dio un nieto, un Tonet, que el abuelo llevaba muchas tardes en brazos hasta la orilla del canal, ladeando la pipa en su boca desdentada para que el humo no molestase al pequeño. ¡Demonio de muchacho, y qué guapo era! La larguirucha y fea de su nuera era como todas las hembras de la familia; lo mismo que su difunta: daban hijos que en nada se parecían a sus progenitores. El abuelo, acariciando al pequeño, pensaba en el porvenir. Lo enseñaba a los camaradas de su juventud, cada vez más escasos, y vaticinaba el porvenir.

"Este será de los nuestros: no tendrá más casa que la barca. Antes de que le salgan todos los dientes ya sabrá mover la percha…"»

Cañas y barro

Vicente Blasco Ibáñez


La Albufera

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martes, 24 de julio de 2018

La prontitud y buena maña de los laboriosos intrusos para arreglarse su vivienda. Vídeo

«Contempló con asombro la gente de la huerta la prontitud y buena maña de los laboriosos intrusos para arreglarse su vivienda. 

La cubierta de paja de la barraca apareció de pronto enderezada; las costillas de la techumbre, carcomidas por las lluvias, fueron reforzadas unas y sustituidas otras; una capa de paja nueva cubrió los dos planos pendientes del exterior. Hasta las crucecitas de sus extremos fueron sustituidas por otras que la navaja de Batiste trabajó cucamente, adornando sus aristas con dentelladas muescas; y no hubo en todo el contorno techumbre que se irguiera más gallarda. 

Los vecinos, al ver cómo se reformaba la barraca de Barret, colocándose recta la montera, veían en esto algo de burla y de reto».

La barraca

Vicente Blasco Ibáñez






domingo, 22 de julio de 2018

Para ir a Valencia a cargar en su carro todos los desperdicios de la ciudad que pudieran serle útiles

«Y por primera vez desde su llegada a la huerta, salió Batiste de las tierras para ir a Valencia a cargar en su carro todos los desperdicios de la ciudad que pudieran serle útiles. 

Aquel hombre era una hormiga infatigable para la rebusca. Los montones formados por Batiste se agrandaron considerablemente con las expediciones del padre. La giba del estiércol, que formaba una cortina defensiva ante la barraca, creció rápidamente, y más allá amontonáronse centenares de ladrillos rotos, maderos carcomidos, puertas destrozadas, ventanas hechas astillas, todos los desperdicios de los derribos de la ciudad».

La barraca

Vicente Blasco Ibáñez


Entrada a Valencia

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viernes, 20 de julio de 2018

Y es que la horchata resulta mortal para las fieras. ¡Veneno puro! Vídeo

«Tres horas duró el desfile. Cuando el pendón del oficio volvió a la Catedral, comenzaba a anochecer. ¡Plom! ¡Rotoplom! La gloriosa bandera de los blanquers volvía a su casa gremial detrás de los tambores. El arrayan de las calles había desaparecido bajo el paso de la procesión. Ahora el suelo estaba cubierto de gotas de cera, hojas de rosa y chispas de talco. El litúrgico perfume de incienso flotaba en el ambiente. ¡Plom! ¡Rotoplom! Los tambores estaban cansados; los chavales, forzudos portadores de la bandera, jadeaban, sin ganas ya de intentar proezas de equilibrio; los respetables maestros agarrábanse a los cordones del pendón, como si éste les remolcase, quejándose de las botas nuevas y de sus juanetes; pero el león, el fatigado león (¡ah, fiera fanfarrona!), que a veces parecía próximo a tenderse en el suelo, todavía se encabritaba para asustar al paso con un rugido a los matrimonios burgueses que tiraban de una ristra de chiquillos deslumbrados por la procesión.

¡Mentira! ¡Pura fachenda! El señor Vicente sabía cómo se encontraba dentro de sus pieles. Pero a nadie obligan a “hacer” de fiera, y el que se presta a ser león debe serlo hasta el fin.

En su casa, al caer sobre el sofá como un fardo de lanas, le rodearon hijos, nueras y nietos, apresurándose a despojarle de la carátula. Apenas reconocieron su cara, congestionada y roja, que parecía manar agua por todos los surcos de sus arrugas.

Intentaron quitarle las lanas; pero otra cosa le urgía a la fiera, pidiéndola con voz sofocada. Quería beber; se asfixiaba de calor. Inútil fue que la familia protestase, hablando de enfermedades. ¡Cordones!  Él necesitaba beber en seguida. ¿Y quién osa resistir a un león enfurecido?...

Le trajeron del café más cercano mantecado en copita azul; un mantecado valenciano, de melosa dulzura e intenso perfume, destilando gotas de zumo blanco de su torcida caperuza.

Pero ¡mantecaditos a un león! ¡Haaam! Se lo tragó de golpe, ¡y como si nada! La sed, el calor, le agobiaban de nuevo, y rugía pidiendo otros refrescos.

La familia, por economía, pensó en la horchata de un cafetín cercano. A ver, que le trajesen un jarro lleno. Y el señor Vicente bebió y bebió, hasta que fue innecesario quitarle las pieles. ¿Para qué? Una pulmonía doble acabó con él en pocas horas. El glorioso y peludo “uniforme” de la familia le sirvió de mortaja.

Así murió el león de los blanquers; el último león de Valencia.

Y es que la horchata resulta mortal para las fieras. ¡Veneno puro!»

El último león

Vicente Blasco Ibáñez


La horchata