«El aprendizaje comenzó bien. Hasta entonces le habían vestido con la ropa vieja de su padre, pero la siñá Tona quiso que entrase con cierta dignidad en su nuevo oficio, y una tarde, cerrando la taberna, fueron al Grao a un bazar del puerto, donde vendían ropas hechas para los marineros. Pascualet recordó durante muchos años la tal tienda, que le parecía el santuario del lujo. Los ojos se le fueron tras los chaquetones azules, los impermeables de amarillo hule, las enormes botas de aguas, prendas todas que sólo usaban los patrones, y salió orgulloso con su hatillo de grumete, compuesto de dos camisas mallorquinas, tiesas, ásperas y burdas, como si fuesen de papel de lija; una faja de lana negra, un traje completo de bayeta, de un amarillo rabioso; una barretina roja para calársela hasta el cuello en el mal tiempo y gorra de seda negra para bajar a tierra. Por fin, le vestían a su medida; ya no tendría que luchar con las chaquetas de su padre, que en los días de viento se hinchaban como velas, haciéndole correr por la playa más aprisa que quería. De zapatos no había que hablar. Él no recordaba haber metido jamás en tal tormento sus ágiles pies».
Flor de mayo