lunes, 30 de agosto de 2021

No por esto le faltaría a él la pesca en el lago

«Las tormentas a fines de verano le llenaban de gozo. Deseaba que se abriesen las cataratas del cielo; que viniera de orilla a orilla aquel barranco de Torrente que desaguaba en la Albufera alimentándola; que se desbordase el lago sobre los campos, como ocurría algunas veces, quedando bajo el agua las espigas próximas a la siega. Morirían de hambre los labradores; pero no por esto le faltaría a él la pesca en el lago, y tendría el gusto de ver a su hijo royéndose los codos e implorando su protección».

Cañas y barro

Vicente Blasco Ibáñez


Pescando en "la sequiota"

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sábado, 28 de agosto de 2021

Contaban las cestas y hacían repasar las redes

«Los patrones mostrábanse atareados por los últimos preparativos. Iban al puerto para examinar sus embarcaciones, hacían funcionar las garruchas, correr las maromas, subían y bajaban las velas, tocaban el fondo de la cala, examinaban el repuesto de lona y cables, contaban las cestas y hacían repasar las redes. Después llevaban los papeles a las oficinas para que aquellos señores tan orgullosos y malhumorados se dignasen despacharlos».

Flor de mayo

Vicente Blasco Ibáñez



Reparando las redes


Cortesía de José Navarro Escrich


jueves, 26 de agosto de 2021

Con las grandes barcazas que venían de la parte del Saler

«Pero Tono contestó con gruñidos de mal humor, manifestando su propósito de seguir adelante, y el viejo volvió a sumergirse en su odio silencioso. ¡Ah, el testarudo…! Desde entonces deseó toda clase de calamidades para las tierras del hijo, como un medio de domar su orgullosa resistencia. Nada preguntaba en casa, pero al cruzarse su barquichuelo en el lago con las grandes barcazas que venían de la parte del Saler, se enteraba de la marcha de la cosecha y sentía cierta satisfacción cuando le anunciaban que el año sería malo. Su testarudo hijo iba a morir de hambre. Aún tendría que pedirle de rodillas, para comer, la llave del antiguo vivero con la montera de paja desfondada que tenía junto al Palmar».

Cañas y barro

Vicente Blasco Ibáñez



Transporte del arroz

La Albufera

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martes, 24 de agosto de 2021

Él era hijo de pescador, y a las redes había de volver

«Aparte de estos enternecimientos, la animosidad del barquero contra su hijo continuaba latente. No quería ver las despreciables tierras que cultivaba, pero las tenía fijas en su memoria y reía con diabólico gozo al saber que los negocios de Tono marchaban mal. El primer año le entró salitre en los campos cuando estaba granándose el arroz, y casi perdió la cosecha. El tío Paloma relataba a todos esta desgracia con fruición; pero al notar en su familia la tristeza y alguna estrechez a causa de los gastos, que habían resultado improductivos, sintió cierto enternecimiento y hasta rompió el mutismo con su hijo para aconsejarle. ¿No se había convencido aún de que era hombre de agua y no labrador? Debía dejar los campos a la gente de tierra adentro, dedicada de antiguo a destriparlos. Él era hijo de pescador, y a las redes había de volver».

Cañas y barro

Vicente Blasco Ibáñez



La Albufera. Principios del siglo XX 

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domingo, 22 de agosto de 2021

Aquel pequeño sería un verdadero hijo de la Albufera

«Y después de devorar la cena, cuando apenas quedaba vino en los porrones, el tío Paloma contemplaba al nieto dormido entre sus rodillas y se lo mostraba a los amigos. Aquel pequeño sería un verdadero hijo de la Albufera. Su educación corría a cargo suyo, para que no siguiese los malos caminos del padre. Manejaría la escopeta con asombrosa habilidad, conocería el fondo del lago como una anguila, y cuando el abuelo muriese, todos los que vinieran a cazar encontrarían la barca de otro Paloma, pero remozado, tal como era él cuando la misma reina venía a sentarse en su barquito riendo sus chuscadas».

Cañas y barro

Vicente Blasco Ibáñez



La Albufera

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viernes, 20 de agosto de 2021

La leyenda del dragón del Patriarca

La leyenda del dragón del Patriarca

«Era cuando Valencia tenía un perímetro no mucho más grande que los barrios tranquilos, soñolientos y como muertos que rodean la Catedral. La Albufera, inmensa laguna casi confundida con el mar, llegaba hasta las murallas; la huerta era una enmarañada marjal de juncos y cañas que aguardaba en salvaje calma la llegada de los árabes que la cruzasen de acequias grandes y pequeñas, formando la maravillosa red que transmite la sangre de la fecundidad; y donde hoy es el Mercado extendíase el río, amplio, lento, confundiendo y perdiendo su corriente en las aguas muertas y cenagosas.



El dragón del Patriarca

10 leyendas españolas. Años 50

Todocolección

Las puertas de la ciudad inmediatas al Turia permanecían cerradas los más de los días, o se entreabrían tímidamente para chocar con el estrépito de la alarma apenas se movían los vecinos cañaverales. A todas horas había gente en las almenas, pálida de emoción y curiosidad, con el gesto del que desea contemplar de lejos algo horrible y al mismo tiempo teme verlo.

Allí, en el río, estaba el peligro de la ciudad, la pesadilla de Valencia, la mala bestia cuyo recuerdo turbaba el sueño de las gentes honradas, haciendo amargo el vino y desabrido el pan. En un ribazo, entre aplastadas marañas de juncos, un lóbrego y fangoso agujero, y en el fondo, durmiendo la siesta de la digestión, entre peladas calaveras y costillas rotas, el dragón, un horrible y feroz animalucho, nunca visto en Valencia, enviado, sin duda, por el Señor -según decían las viejas ciudadanas- para castigo de pecadores y terror de los buenos.

¡Qué no haría la ciudad para librarse de aquel vecino molesto que turbaba su vida!... Los mozos bravos de cabeza ligera -y bien sabe el diablo que en Valencia no faltan- excitábanse unos a otros y echaban suertes para salir contra la bestia, marchando a su encuentro con hachas, lanzas, espadas y cuchillos. Pero apenas se aproximaban a la cueva del dragón, sacaba este el morro, se ponía en facha para acometer, y partiendo en línea recta, veloz como un rayo, a este quiero y al otro no, mordisco aquí y zarpazo allá, desbarataba el grupo; escapaban los menos, y el reto paraba en el fondo del negro agujero, sirviendo de pasta a la fiera para toda la semana.

La religión, viniendo en auxilio de los buenos y recelando las infernales artes del Maléfico en esta horrorosa calamidad, quiso entrar en combate con la bestia; y un día, el clero, con su obispo a la cabeza, salió por las puertas de Valencia, dirigiéndose valerosamente al río con gran provisión de latines y agua bendita. La muchedumbre contemplaba ansiosa desde las murallas la marcha lenta de la procesión, el resplandor de las bizantinas casullas con sus fajas blancas orladas de negras cruces, el centellear de la mitra de terciopelo rojo con piedras preciosas y el brillo de los lustrosos cráneos de los sacerdotes.

El monstruo, deslumbrado por este aparato extraordinario, les dejaba aproximarse; pero pasada la primera impresión, movió sus cortas patas, abrió la boca como bostezando, y esto bastó para que todos retrocediesen con tanta prudencia como prisa, precaución feliz a la que debieron los valencianos que la fiera no se almorzara medio cabildo.

Se acabó. Todos reconocían la imposibilidad de seguir luchando con tal enemigo. Había que esperar a que el dragón muriese de viejo o de un hartazgo; mientras tanto, que cada cual se resignara a morir devorado cuando le llegara el turno.

Acabaron por familiarizarse con aquel bicho ruin como con la idea de la muerte, considerándolo una calamidad inevitable, y el valenciano que salía a trabajar sus campos, apenas escuchaba ruido cerca de la senda y veía ondear la maleza, murmuraba con desaliento y resignación:

-Me tocó la mala. Ya está ahí “ese”. Siquiera que acabe pronto y no me haga sufrir.

Como ya no quedaban hombres que fuesen en busca del dragón, éste iba al encuentro de la gente, para no pasar hambre en su agujero. Daba vuelta a la ciudad, se agazapaba en los campos, corría los caminos, y muchas veces, en su insolencia, se arrastraba al pie de las murallas y pegaba el hocico a las rendijas de las fuertes puertas, atisbando si alguien iba a salir.

Era un maldito que parecía estar en todas partes. El pobre valenciano, al plantar el arroz encorvándose sobre la charca, sentía en lo mejor de su trabajo algo que le acariciaba por cerca la espalda, y al volverse tropezaba con el morro del dragón, que se abría y se abría como si la boca le llegase hasta la cola, y ¡zas! de un golpe lo trituraba. El buen burgués que en las tardes de verano daba un paseíto por las afueras, veía salir de entre los matorrales una garra rugosa que parecía decirle: “¡Hola, amigo!”, y con un zarpazo irresistible se veía arrastrado hasta el fondo del fangoso agujero, donde la bestia tenía su comedor.

Al mediodía, cuando el dragón, inmóvil en el barro como un tronco escamoso, tomaba el sol, los tiradores de arco, apostados entre dos almenas, le largaban certeros saetazos. ¡Tontería! Las flechas rebotaban sobre el caparazón y el monstruo hacía un ligero movimiento, como si en torno de él zumbase un mosquito.

La ciudad se despoblaba rápidamente, y hubiese quedado totalmente abandonada a no ocurrírseles a los jueces sentenciar a muerte a cierto vagabundo, merecedor de horca por delitos que llamaron la atención en una época en que se mataba y robaba sin dar a esto otra importancia que la de naturales desahogos.

El reo, un hombre misterioso, una especie de judío, que había recorrido medio mundo y hablaba en idiomas raros, pidió gracia. Él se encargaba de matar al dragón a cambio de rescatar su vida. ¿Convenía el trato?... Los jueces no tuvieron tiempo para deliberar, pues la ciudad les aturdió con su clamoreo. Aceptado, aceptado; la muerte del dragón bien valía la gracia de un tuno.

Le ofrecieron para su empresa las mejores armas de la ciudad; pero el vagabundo sonrió desdeñosamente, limitándose a pedir algunos días para prepararse. Los jueces, de acuerdo con él, dejáronle encerrado en una casa, donde todos los días entraban algunas cargas de leña y una regular cantidad de vasos y botellas recogidos en las principales casas de la ciudad. Los valencianos agolpábanse en torno de la casa, contemplando de día el negro penacho de humo y por la noche el resplandor rojizo que arrojaba la chimenea. Lo misterioso de los preparativos dábales fe. ¡Aquel brujo sí que mataba al dragón!...

Llegó el día del combate, y todo el vecindario se agolpó en las murallas, anhelante y pálido de ansiedad. Colgaban sobre las barbacanas racimos de piernas; agitábanse entre las almenas inquietas masas de cabezas. Se abrió cautelosamente un postigo, dejando sólo espacio para que saliera el combatiente, y volvió a cerrarse con la precipitación del miedo. La muchedumbre lanzó una exclamación de desaliento. Aguardaba algo extraordinario en el paladín misterioso, y le veía cubierto con un manto y un capuchón de lana burda, sin más arma que una lanza… ¡Otro al saco! Aquel judío se lo engullía la malhadada bestia en un avemaría.

Pero él, insensible al general desaliento, marchaba en línea recta hacia la cueva. Justamente, el dragón hacía días que estaba rabiando de hambre. Quedábase la gente en la ciudad, y la fiera ayunaba, rugiendo al husmear el rebaño humano guardado por las fuertes murallas.

Vieron todos cómo al aproximarse el vagabundo asomaba por el embudo de barro el picudo morro de la fiera y sus rugosas patas delanteras. Después, con un pesado esfuerzo, sacó del agujero el corpachón escamoso por cuyo interior había pasado medio Valencia. ¡Brrrr! Y rugiendo de hambre, abrió una bocaza que, aún vista de lejos, hizo correr un estremecimiento por las espaldas de todos los valencianos. Pero al mismo tiempo ocurrió una cosa portentosa. El combatiente dejó caer al suelo la capa y la capucha, y todo el pueblo se llevó las manos a los ojos como deslumbrado. Aquel hombre era un ascua luminosa, una llama que marchaba rectamente hacia el dragón, un fantasma de fuego que no podía ser contemplado más de un segundo. Iba cubierto con una vestidura de cristal, con una armadura de espejos en la que se reflejaba el sol, rodeándolo con un nimbo de deslumbrantes rayos.

La bestia, que iba a lanzarse sobre él, parpadeó temblorosa, deslumbrada, y comenzó a retroceder. El vagabundo avanzaba arrogante y seguro de la victoria, como en la leyenda wagneriana el valeroso Sigfrido marchaba al encuentro del dragón Fafner.

Los rayos de la armadura anonadaban a la fiera. Su espantable figura, reproducida en la coraza, en el escudo, en todas las partes de la armadura con infinito espejismo, la turbaban, obligándola a retroceder. Al fin, cegada, confusa, presa del mareo de lo desconocido, se dejó caer en su agujero, y con un supremo esfuerzo, por conservar su prestigio, abrió la bocaza para rugir ¡Brrrr! ¡Allí de la lanza! La hundió toda en las horribles fauces del deslumbrado monstruo, repitiendo los golpes entre los aplausos de la muchedumbre, que saludaba cada metido como una bendición de Dios. Los chorros de sangre negra y nauseabunda mancharon la límpida armadura, y enardecidos por la agonía del enemigo, todos los vecinos salieron al campo. Hubo algunos que por llegar antes se arrojaron de cabeza desde las murallas, siendo con esto las postreras víctimas del dragón.

Todos querían ver de cerca al monstruo y abrazar al matador.

¡Se salvó Valencia! Desde aquel día comenzó a vivir tranquila.

De tan memorable jornada no ha quedado el nombre del héroe ni siquiera su maravillosa armadura de espejos. Sin duda se la rompieron en plena ovación, al llevarle triunfante de abrazo en abrazo.

Pero queda el dragón, con su vientre atiborrado de paja, por donde pasaron muchos de nuestros abuelos.

Y quien dude de la veracidad del suceso, no tiene mas que asomarse al atrio del Colegio del Patriarca, que allí está la malvada bestia como irrecusable testigo». 

El dragón del Patriarca

Cuentos valencianos

Vicente Blasco Ibáñez 

https://www.ivoox.com/leyenda-del-dragon-del-patriarca-audios-mp3_rf_20405686_1.html

https://www.rtve.es/infantil/serie/lunnis/video/lunnis-leyenda-dragon-del-patriarca/4080740/


miércoles, 18 de agosto de 2021

Hemos temblado de niños ante el monstruo enclavado en el atrio del Colegio del Patriarca

«Todos los valencianos hemos temblado de niños ante el monstruo enclavado en el atrio del Colegio del Patriarca, la iglesia fundada por el beato Juan de Ribera. Es un cocodrilo relleno de paja, con las cortas y rugosas patas pegadas al muro y entreabierta la enorme boca, con una expresión de repugnante horror que hace retroceder a los pequeños, hundiéndose en las faldas de sus madres.

Dicen algunos que está allí como símbolo del silencio, y con igual significado aparece en otras iglesias del reino de Aragón, imponiendo recogimiento a los fieles; pero el pueblo valenciano no cree en tales explicaciones; sabe mejor que nadie el origen del espantoso animalucho, la historia verídica e interesante del famoso dragón del Patriarca, y todos los nacidos en Valencia la recordamos como se recuerdan los cuentos de miedo oídos en la niñez».

El dragón del Patriarca

Cuentos valencianos

Vicente Blasco Ibáñez



El dragón del Patriarca

https://farolero.wordpress.com/2016/02/18/drago-patriarca-valencia-curiositats/

lunes, 16 de agosto de 2021

Unos segados ya, exhalando por las resquebrajaduras de su corteza el calor del día

«Los cuerpos rezumaban el sudor de la penosa jornada, saturando de grosera vitalidad la atmósfera ardiente de la cocina, y a través de la puerta de la masía, bajo un cielo de color violeta en el que comenzaban a brillar las estrellas, veíanse los campos pálidos e indecisos en la penumbra del crepúsculo, unos segados ya, exhalando por las resquebrajaduras de su corteza el calor del día, otros con ondulantes mantos de espigas, estremeciéndose bajo los primeros soplos de la brisa nocturna».

El establo de Eva

Cuentos valencianos

Vicente Blasco Ibáñez


Pan de huerta. La huerta de Vera

La Semana Gráfica. 7 de noviembre de 1931

https://fullesgroguesvoramar.blogspot.com/2017/08/pan-de-huerta-la-huerta-de-vera.html

sábado, 14 de agosto de 2021

Siguiendo con mirada famélica el hervor del arroz en la paella

«Siguiendo con mirada famélica el hervor del arroz en la paella, los segadores de la masía, escuchaban al tío Correchola, un vejete huesudo que enseñaba por la entreabierta camisa un matorral de pelos grises.

Las caras rojas, barnizadas por el sol, brillaban con el reflejo de las llamas del hogar».

El establo de Eva

Cuentos valencianos

Vicente Blasco Ibáñez



Paella en La Albufera

https://www.facebook.com/TakePaella/photos/a.263036348851672/310632550758718/

jueves, 12 de agosto de 2021

Era un fraile de aquí cerca, del convento de San Miguel de los Reyes

«Era un fraile de aquí cerca, del convento de San Miguel de los Reyes; el padre Salvador, muy apreciado de todos por lo listo y campechano.

Yo no lo he conocido, pero mi abuelo aún se acordaba de haberlo visto cuando visitaba a su madre y con las manos cruzadas sobre la panza esperaba el chocolate a la puerta de la barraca. ¡Qué hombre! Pesaba sus diez arrobas; cuando le hacían hábito nuevo, entraba en él toda una pieza de paño; visitaba al día once o doce casas, tragándose en cada una sus dos onzas de chocolate, y cuando la madre de mi abuelo le preguntaba;

—¿Qué le gusta más, padre Salvador : unos huevecitos con patatas o unas longanizas de la conserva?

El contestaba con una voz que parecía ronquido:

—Todo mezclado; todo mezclado».

En la puerta del cielo (cuento de la huerta)

Cuentos valencianos

Vicente Blasco Ibáñez



Antigua ilustración del convento de San Miguel de los Reyes

https://www.istockphoto.com/es/

martes, 10 de agosto de 2021

Amigos, no; como hermanos

 Amigos, no; como hermanos


«La frase del titular es lo que respondió Joaquín Sorolla (Valencia, 1863 - Madrid, 1923) a Alfonso XIII cuando el Borbón, mientras era retratado por el valenciano, le inquirió, con cierta sorna, sobre su relación con el ardiente republicano Vicente Blasco Ibáñez (Valencia, 1867 - Menton, Francia, 1928).

"Amigos, no; somos como hermanos". La expresión da cuenta de la familiaridad de trato y la fuerza del vínculo entre los dos artistas, de trayectorias parejas: contemporáneos en el tiempo, triunfadores, reconocidos internacionalmente, mediterráneos y observados ambos con prejuicios desde los cenáculos culturales de Madrid.


Las anécdotas entre ambos son bastantes. Como cuando Blasco escribió La maja desnuda (1906), en la que habla del enamoramiento de un pintor de una bella dama. Clotilde García, la mujer de Sorolla, interpretó que el novelista retrataba un posible lío de faldas de su marido con una modelo y se enfadó. Así que el fundador de El Pueblo tuvo que aclarar que el trasfondo del libro era autobiográfico y que en realidad estaba literaturizando su amor por la chilena Elena Ortúzar, que se convertiría en su segunda mujer.»

Levante EMV 27/03/13

Alfons García




domingo, 8 de agosto de 2021

En derredor de la mesilla de hojalata, empinaba el porrón y metía mano al plato de morcillas

«Sentado en el umbral de la puerta de la taberna, el tío Beseroles, de Alboraya, trazaba con su hoz rayas en el suelo, mirando de reojo a la gente de Valencia que, en derredor de la mesilla de hojalata, empinaba el porrón y metía mano al plato de morcillas en aceite.

Todos los días abandonaba su casa con el propósito de trabajar en el campo; pero siempre hacía el demonio que encontrase algún amigo en la taberna del Ratat, y vaso va, copa viene, lanzaban las campanas el toque de mediodía, si era de mañana, o cerraba la noche sin que él hubiese salido del pueblo».

En la puerta del cielo (cuento de la huerta)

Cuentos valencianos

Vicente Blasco Ibáñez



"Almorzar baix la parra"

 http://valenciablancoynegro.blogspot.com.es/

viernes, 6 de agosto de 2021

Se hacían a la mar las barcas del bou

«Al día siguiente todo el barrio de las Barracas estaba en movimiento. Por la noche se hacían a la mar las barcas del bou, llevando los hombres a la pura conquista del pan.

Todos los años se repetía la emigración viril, pero a pesar de esto las más de las mujeres mostrábanse impresionadas pensando en los muchos meses de sobresalto e inquietud que habían de sufrir hasta la primavera». 

Flor de mayo

Vicente Blasco Ibáñez



Playa de Levante. Canyamelar. "Pesca del Bou"

Al fondo Balneario Las Arenas, sobre 1910

Archivo José Huguet

http://valenciadesaparecida.blogspot.com/2021/06/

miércoles, 4 de agosto de 2021

El día de la fiesta a llevar en hombros la Santa Cruz del Grao

«Aparte de esto, sabía muchas cosas no menos útiles; por ejemplo, que el que salía a pescar el día de las Almas, corría el peligro de sacar algún muerto envuelto en las redes, y el que ayudaba todos los años el día de la fiesta a llevar en hombros la Santa Cruz del Grao, no podía ahogarse nunca».

Flor de mayo

Vicente Blasco Ibáñez


Fiestas del Cristo del Grao

https://valenciablancoynegro.blogspot.com/2014/10/el-salvamento-del-cristo-del-grao.html

lunes, 2 de agosto de 2021

El pescador más viejo de todo el Cabañal

«En la tripulación figuraba un marinero, al que el Retor oía como un vetusto oráculo: el tío Batiste, el pescador más viejo de todo el Cabañal; setenta años de vida de mar, encerrados en un armazón de pergamino curtido, que salían por la negra boca oliendo a tabaco malo, en forma de consejos prácticos y de marítimas profecías. Lo había enganchado el patrón, no por lo que pudiera ayudar a la maniobra con sus débiles brazos, sino por el exacto conocimiento que tenía de la costa».

Flor de mayo

Vicente Blasco Ibáñez



Viejo pescador valenciano. 1907

Joaquín Sorolla y Bastida

Óleo. 81 x 101

Colección privada