viernes, 30 de noviembre de 2018

La tía Picores mostrábase majestuosa

«La tía Picores mostrábase majestuosa en la alta poltrona, con su blanducha obesidad de ballena vieja, contrayendo el arrugado y velloso hocico y mudando de postura para sentir mejor la tibia caricia del braserillo, que hasta muy entrado el verano tenía entre los pies, lujo necesario para su cuerpo de anfibio, impregnado de humedad hasta los huesos. Sus manos amoratadas no estaban un momento quietas. Una picazón eterna parecía martirizar su arrugada epidermis, y los gruesos dedos hurgaban en los sobacos, se deslizaban bajo el pañuelo, hundiéndose en la maraña gris, y tan pronto hacía temblar con sus tremendos rascuñones el enorme vientre que caía sobre las rodillas cual amplio delantal, como con un impudor asombroso remangábase la complicada faldamenta de refajos para pellizcarse en las hinchadas pantorrillas».

Flor de mayo

Vicente Blasco Ibáñez




Pescadera del Cabañal

Anna Christian

jueves, 29 de noviembre de 2018

Gritaban las pescaderas con voces desgarradas

«Una atmósfera de lucha, de ruda competencia, se extendía por el lóbrego mercadillo, que rezumaba humedad y hedor por todas sus baldosas. Gritaban las pescaderas con voces desgarradas; golpeaban sus sucias balanzas por atraer compradores, invitándoles con palabras cariñosas, con ofrecimientos maternales. Y momentos después, las bocas melosas convertíanse con el regateo en orificios de retrete, que arrojaban la inmundicia del lenguaje sobre el rebelde parroquiano, con acompañamiento de insolentes carcajadas de todas las vendedoras, unidas con instintiva solidaridad para insultar al comprador».

Flor de mayo

Vicente Blasco Ibáñez


Pescadería en el Mercado del Cabañal

?

miércoles, 28 de noviembre de 2018

Junto a ellas caían inanimados y blanduchos los pescados de agua dulce

«Vaciaban sobre las mesas enormes sacos que palpitaban como seres vivientes, arrojando por sus bocas la rebullente masa de las anguilas contrayendo sus viscosos y negros anillos, enroscándose por la blancuzca tripa e irguiendo su puntiaguda cabeza de culebra. Junto a ellas caían inanimados y blanduchos los pescados de agua dulce: las tencas de insufrible hedor, con extraños reflejos metálicos, semejantes á los de esas frutas tropicales de obscuro brillo que encierran el veneno en sus entrañas. 

Entre estas míseras mujeres existían también categorías, y algunas más infelices sentábanse en el suelo húmedo y resbaladizo, entre las filas de mesas, ofreciendo largos juncos, en los que estaban ensartadas las ranas, patiabiertas y con los brazos levantados como bailarinas desnudas».

Flor de mayo

Vicente Blasco Ibáñez


Pescando en La Albufera

Pinterest

martes, 27 de noviembre de 2018

Vestidas de igual modo que las del Cabañal, pero de aspecto más mísero

«Otras vendedoras ocupaban el lado opuesto del mercadillo: mujeres vestidas de igual modo que las del Cabañal, pero de aspecto más mísero, de rostro más repulsivo. 

Eran las pescaderas de la Albufera; las mujeres de un pueblo extraño y degradado que vive en la laguna sobre las barcas chatas y negras como ataúdes, entre espesos cañares, en chozas hundidas en los pantanos, y que en las fangosas aguas encuentra la subsistencia. Eran las hembras de la miseria, con el rostro curtido y terroso, los ojos animados por el extraño fulgor de eternas tercianas y oliendo sus ropas, no al salobre ambiente del mar, sino al tufo del légamo de las acequias, al barro infecto de la laguna que al moverse despide la muerte».

Flor de mayo

Vicente Blasco Ibáñez



La Albufera. Principios del XX

http://enateneo.blogspot.com/2013/05/invitacion-valencia-en-blanc-i-negre-ii_29.html

lunes, 26 de noviembre de 2018

Ya estaba el mercadillo en movimiento

«Ya estaba el mercadillo en movimiento; bajo los toldos de cinc, que todavía goteaban la lluvia de la noche anterior, vaciaban las vendedoras sus cestas en las mesas de mármol, alineando los peces sobre un lecho de verdes espadañas. Las enormes rodajas de los grandes pescados mostraban su carne sanguinolenta; salía de los toneles el género del día anterior, conservado entre hielo, con los ojos turbios y las escamas flácidas, y la sardina amontonábase en democrática confusión junto al orgulloso salmonete y á la langosta de obscura túnica, que agitaba sus tentáculos como si diese bendiciones».

Flor de mayo

Vicente Blasco Ibáñez


Plaza del Mercado. 1925

http://www.skyscrapercity.com/showthread.php?p=97076563

domingo, 25 de noviembre de 2018

Iban por las aceras con paso ligero las criadas con sus blancas cestas

«Rasgábase en densos jirones el vapor gris que entoldaba el espacio, y el sol hacía su aparición triunfal como deslumbrante custodia, casi a ras del suelo, convirtiendo en oro líquido los charcos de lluvia y reflejándose en las fachadas de las casas con rojizo fulgor de incendio. 

En las calles comenzaba el movimiento. Iban por las aceras con paso ligero las criadas con sus blancas cestas; los barrenderos amontonaban el barro de la noche anterior; andaban por el arroyo con lento cencerreo las vacas de leche; abríanse las puertas de las tiendas, empavesándose con multicolores muestras, y en su interior sonaba el áspero roce de las escobas arrojando a la calle nubes de polvo, que adquiría una transparencia de oro al filtrarse entre los rayos del sol».

Flor de mayo

Vicente Blasco Ibáñez



Calle de la Paz

https://www.skyscrapercity.com/showthread.php?p=72854191

sábado, 24 de noviembre de 2018

Pasaban los tranvías repletos de madrugadores. Vídeo

«Comenzaba el día en la ciudad. Pasaban los tranvías repletos de madrugadores; trotaban por parejas los caballos del relevo, dirigidos por muchachos que los montaban en pelo, y por ambos lados del camino desfilaban á la conquista del pan los rebaños de obreros, todavía adormecidos, camino de las fábricas, con el saquito del almuerzo á la espalda y la colilla en la boca».

Flor de mayo

Vicente Blasco Ibáñez


Rotonda de Caro

VAHG


Tranvías

viernes, 23 de noviembre de 2018

Ese inagotable repertorio de interjecciones que únicamente se adquiere en un muelle de Levante

«Hablábanse á gritos, mezclando entre cada palabra ese inagotable repertorio de interjecciones que únicamente se adquiere en un muelle de Levante. Al verse juntas recrudecíanse los sentimientos del día anterior, la cuestión sostenida al amanecer en la playa; contestábanse los insultos con soeces ademanes; acompañábanse las palabras con cadenciosas palmadas en los muslos ó enarbolando las manos con expresión amenazante; y á lo mejor, estos furores trocábanse en risas, semejantes al cloquear de todo un gallinero, si á alguna se le ocurría una frase capaz de hacer mella en sus paladares fuertes».

Flor de mayo

Vicente Blasco Ibáñez


Construcción de un muelle en el Puerto de Valencia

Subida por Víctor Tomás a VAHG

jueves, 22 de noviembre de 2018

Por unos panaderos de las afueras

«La báscula estaba ocupada por unos panaderos de las afueras, guapos mozos, con las cejas enharinadas, cuadrado mandil y brazos arremangados, descargando sobre el peso sacos de pan caliente y oloroso que parecía esparcir una fragancia de vida en el ambiente nauseabundo del pescado. Y aguardando su turno, las pescaderas charlaban con los empleados y los papanatas que contemplaban embobados los grandes peces. Otras iban llegando á pie, con cestas en la cabeza y los brazos, engrosando el grupo; la línea de banastas extendíase hasta cerca del puente. Los empleados enfadábanse ante la insolente algarabía de aquellas malas pécoras que les aturdían todas las mañanas».

Flor de mayo

Vicente Blasco Ibáñez




Falla Municipal 1946

"El So Quelo se ha hecho hornero"

Artistas: Regino Mas Marí y Carlos Tarazona Torán

http://www.fallas.com/

miércoles, 21 de noviembre de 2018

Cubiertos con húmedos trapos, que dejaban entrever el plomo brillante de la sardina

«Alineábanse ante la báscula los cestones de caña, cubiertos con húmedos trapos, que dejaban entrever el plomo brillante de la sardina, el suave bermellón de los salmonetes y los largos y sutiles tentáculos de las langostas, estremecidas por el estertor de la agonía. Al lado de las cestas, las piezas mayores: los meros de ancha cola, encorvados por la postrera contracción, con fauces circulares desmesuradamente abiertas, mostrando la obscura garganta y la lengua redonda y blancuzca como una bola de billar, y las rayas, anchas y aplastadas, caídas en el suelo como un trapo de fregar húmedo y viscoso».

Flor de mayo

Vicente Blasco Ibáñez



Pescaderas en la Playa de Levante. Cabañal

http://enateneo.blogspot.com.es/

martes, 20 de noviembre de 2018

Unas cortinillas de rojo desteñido, y por la abertura trasera mostrábanse revueltas con los cestos las señoras de la Pescadería

«En la parte anterior lucían, como adorno coquetón, unas cortinillas de rojo desteñido, y por la abertura trasera mostrábanse revueltas con los cestos las señoras de la Pescadería, arrebujadas en sus mantones de cuadros, con el pañuelo apretado á las sienes, apelotonadas unas con otras, y dejando escapar un vaho nauseabundo de marisma corrompida que alteraba el estómago.

Así iban adelantando las tartanas en perezosa fila, cabeceando, inclinadas á un lado, como si hubiesen perdido el equilibrio, hasta que de pronto, en el primer bache, se acostaban sobre la otra rueda con la violencia de un enfermo fatigado que muda de posición.

Detuviéronse ante el fielato y fueron descendiendo por sus estribos zapatos en chancla, medias rotas, mostrando el sucio talón, y faldas recogidas que dejaban al descubierto los zagalejos amarillos con negros arabescos».

Flor de mayo

Vicente Blasco Ibáñez



La tartana del Cabañal

José "Peppino" Benlliure Ortiz  

lunes, 19 de noviembre de 2018

Y una tras otra fueron entrando en el puente del Mar cuatro tartanas, arrastradas por horribles jamelgos

«Llegaron cuando ya era de día, y la luz cruda y azulada de una mañana de invierno recortaba vigorosamente todos los objetos sobre el fondo gris del espacio.

Oíase, cada vez más próximo, un indolente cascabeleo, y una tras otra fueron entrando en el puente del Mar cuatro tartanas, arrastradas por horribles jamelgos, que parecían sostenerse por los tirones de riendas de los tartaneros, encogidos en sus asientos y con el tapabocas arrollado hasta los ojos. 

Eran negros ataúdes, que saltaban sobre los baches como barcos viejos y despanzurrados á merced de las olas. El toldo con cuero agrietado y tremendos rasguños, por donde asomaba el armazón de cañas; pegotes de pasta roja cubriendo las goteras; el herraje roto y chirriante, atado con hilos; las ruedas, guardando en sus capas de suciedad el barro del invierno anterior, y todo el carruaje, de arriba abajo, hecho una criba, como si acabase de sufrir las descargas de una emboscada».

Flor de mayo

Vicente Blasco Ibáñez


Puente del Mar

Todocolección

domingo, 18 de noviembre de 2018

Ya habían pasado en la penumbra del amanecer los carros de las verduras y las vacas de leche

«Ya habían pasado en la penumbra del amanecer los carros de las verduras y las vacas de leche con su melancólico cencerreo. Sólo faltaban las pescaderas, el rebaño revuelto, sucio y pingajoso que ensordecía con sus gritos é impregnaba el ambiente con el olor de pescado podrido y el aura salitrosa del mar, conservada entre los pliegues de sus zagalejos».

Flor de mayo

Vicente Blasco Ibáñez


Puente del Mar

Todocolección

sábado, 17 de noviembre de 2018

Junto al puente del Mar, los empleados de consumos paseaban para librarse de la humedad

«Junto al puente del Mar, los empleados de consumos paseaban para librarse de la humedad, escondiendo la nariz en la bufanda; tras los vidrios del fielato, los escribientes recién llegados mostraban sus soñolientas cabezas. 

Esperaban la entrada de los vendedores, chusma levantisca, educada en el regateo y agriada por la miseria, que por un céntimo soltaba la compuerta al caudal inagotable de injurias, y antes de llegar á sus puestos del mercado sostenía un sinnúmero de riñas con los representantes de los impuestos».

Flor de mayo

Vicente Blasco Ibáñez


Un fielato ante el Puente del Mar a principios siglo XX

https://valenciablancoynegro.blogspot.com/2012/09/

viernes, 16 de noviembre de 2018

Y la colosal chimenea de ladrillo lanzaba en lo alto sus últimas bocanadas negras

«La fábrica del gas lanzaba sus postreros estertores, cansada del trabajo de toda la noche. Los gasómetros caían con desmayo entre sus férreos tirantes como estómagos fatigados por la nocturna indigestión, y la colosal chimenea de ladrillo lanzaba en lo alto sus últimas bocanadas negras y densas, que se esparcían por el espacio con caprichoso serpenteo, cual un borrón resbalando sobre una hoja de papel gris».

Flor de mayo

Vicente Blasco Ibáñez


 Fábrica del Gas a finales del siglo XIX. Calle de Colón frente a la Audiencia

http://valenciablancoynegro.blogspot.com.es/

jueves, 15 de noviembre de 2018

Aparecían las fachadas mojadas por el aguacero, los tejados brillantes como espejos, los aleros destilando las últimas gotas

«En las calles desiertas y mojadas, despertaban extrañas sonoridades los pasos de los primeros transeuntes. Por las puertas cerradas escapábase, al través de las rendijas, la respiración de todo un pueblo en las últimas delicias de un sueño tranquilo. 

Aclarábase el espacio lentamente, como si arriba fuesen rasgándose una por una las innumerables gasas tendidas ante la luz. Penetraba en las encrucijadas, hasta en los últimos rincones, una claridad gris y fría, que sacaba de la sombra los pálidos contornos de la ciudad; y como un esfumado paisaje de linterna mágica con el foco de luz fija lentamente en sus perfiles, aparecían las fachadas mojadas por el aguacero, los tejados brillantes como espejos, los aleros destilando las últimas gotas y los árboles de los paseos, desnudos y escuetos como escobas, sacudiendo el invernal ramaje, con el tronco musgoso destilando humedad».

Flor de mayo

Vicente Blasco Ibáñez


Vista de la calle de la Paz en Valencia. 1922

Vicente Martínez Sanz (con permiso expreso de la familia)

miércoles, 14 de noviembre de 2018

En los campanarios, los esquilones llamaban a la misa del alba

«Al amanecer cesó la lluvia. Los faroles de gas reflejaban sus inquietas luces en los charcos del adoquinado, rojos como regueros de sangre, y la accidentada línea de tejados comenzaba a dibujarse sobre el fondo ceniciento del espacio. 

Eran las cinco. Los vigilantes nocturnos descolgaban sus linternas de las esquinas, y golpeando con fuerza los entumecidos pies se alejaban después de saludar con perezoso ¡bòn día! a las parejas de agentes encapuchados que aguardaban el relevo de las siete. 

A lo lejos, agrandados por la sonoridad del amanecer, desgarraban el silencio los silbidos de los primeros trenes que salían de Valencia. En los campanarios, los esquilones llamaban a la misa del alba, unos con una voz cascada de vieja, otros con inocente balbuceo de niño, y repetido de azotea en azotea vibraba el canto del gallo con su estridente entonación de diana guerrera».

Flor de mayo

Vicente Blasco Ibáñez


A la salida de misa. Valencia. 1953

Todocolección

martes, 13 de noviembre de 2018

Se formaban grupos de gesticulantes y parlanchines labriegos

«La animación del mercado iba en aumento. En torno a cada caballería cuya venta se estaba ajustando se formaban grupos de gesticulantes y parlanchines labriegos en mangas de camisa, con una vara de fresno en la diestra. Los gitanos, secos, bronceados, de zancas largas y arqueadas, zamarra con remiendos y gorra de pelo, bajo la cual brillaban sus ojos con resplandor de fiebre, hablaban sin cesar, echando su aliento a la cara del comprador como si quisieran embaucarle e hipnotizarle. 

—Pero fíjese usted bien en la jaca. Repare en sus líneas... ¡Si parece una señorita!

Y el labriego, insensible a las melosidades gitanas, encerrado en sí mismo, pensativo e inerte, miraba al suelo, miraba a la bestia, se rascaba el cogote, y acababa diciendo con energía de testarudo: 

—Bueno; pues no done més (Bueno; pues no doy más)».

La barraca

Vicente Blasco Ibáñez


Mercado de caballerías

La Semana Gráfica. 2 de abril de 1927

lunes, 12 de noviembre de 2018

Veíanse los rebaños de toros

«Junto a las corrientes de agua, en el centro del cauce y en las riberas, que la humedad había cubierto de una débil capa de césped, trotaban las manadas de potros sin domar, al aire la luenga crin, arrastrando la cola por el suelo. Más allá de los puentes, al través de sus arcos de piedra, veíanse los rebaños de toros, con las patas encogidas, rumiando tranquilamente la hierba que les arrojaban los pastores, o andando perezosamente por el suelo abrasado, sintiendo nostalgia de las frescas dehesas, plantándose fieramente cada vez que los chicuelos les silbaban desde los pretiles».

La barraca

Vicente Blasco Ibáñez


Manada de toros pastando en el lecho del Turia bajo el Puente y Torres de Serranos

Subida por Juan David Forner a VAHG

sábado, 10 de noviembre de 2018

Junto a la rampa de bajada estaban los animales de desecho

«Junto a la rampa de bajada estaban los animales de desecho; asnos sin orejas, de pelo sucio y asquerosas pústulas; caballos tristes, cuyo pellejo parecía agujerearse con lo anguloso de la descarnada osamenta; mulas cegatas, con cuello de cigüeña; toda la miseria del mercado, los náufragos del trabajo, que, con el cuero rayado a palos, el estómago contraído y las excoriaciones inflamadas por las moscas verdosas y panzudas, esperaban la llegada del contratista de las corridas de toros o del mendigo, que aún sabría utilizarlos».

La barraca

Vicente Blasco Ibañez


Mercado de caballerías

La Semana Gráfica. 2 de abril de 1927

viernes, 9 de noviembre de 2018

Formaban un campamento en el centro del cauce

«El cauce del Turia estaba, como siempre, casi seco. Algunas vetas de agua, escapadas de los azudes y presas que refrescan la vega, serpenteaban, formando curvas e islas en un suelo polvoriento, ardoroso, desigual, que más parecía de desierto africano que lecho de un río. 

A tales horas estaba todo él blanco de sol, sin la menor mancha de sombra. 

Los carros de los labriegos, con sus toldos claros, formaban un campamento en el centro del cauce, y a lo largo de la ribera, puestas en fila, estaban las bestias a la venta: mulas negras y coceadoras, con rojos caparazones y ancas brillantes, agitadas por nerviosa inquietud; caballos de labor, fuertes, pero tristes, cual siervos condenados a eterna fatiga, mirando con sus ojos vidriosos a todos los que pasaban, como si adivinasen al nuevo tirano, y pequeñas y vivarachas jacas, hiriendo el polvo con sus cascos, tirando del ronzal que las mantenía atadas al muro».

La barraca

Vicente Blasco Ibáñez


Mercado de caballerías

La Semana Gráfica. 2 de abril de 1927

jueves, 8 de noviembre de 2018

Subían los relinchos y las voces desde el fondo del cauce

«Las once. El mercado debía de estar en su mayor animación. Llegaba hasta Batiste el confuso rumor de un hervidero invisible; subían los relinchos y las voces desde el fondo del cauce. Dudaba, permanecía quieto, como el que desea retrasar el momento de una resolución importante, y, al fin, se decidió a bajar al mercado».

La barraca

Vicente Blasco Ibáñez


Feria de ganado en el río Turia. Circa 1920

Todocolección

miércoles, 7 de noviembre de 2018

Yo tengo a orilla del mar, cerca de Valencia, una casa llamada Malvarrosa

«Una vez se dio el caso de que los viajeros del tren correo entre Valencia y Barcelona, cuya vía se desarrolla a lo largo de la costa, pudieron contemplar desde sus vagones, en las primeras horas de la tarde, como un submarino alemán atacaba a un vapor aliado cerca de la orilla, a la vista de todos. 

El dulce y poético Mediterráneo arrojaba todas las semanas a sus orillas numerosos cadáveres y pedazos de buques rotos por la explosión de los torpedos. Yo tengo a orilla del mar, cerca de Valencia, una casa llamada Malvarrosa. Mientras estuve en París los cinco años de la guerra haciendo propaganda en favor de los aliados, mis amigos me escribieron repetidas veces dándome cuenta de los terribles hallazgos con que les sorprendía el mar algunas mañanas. Sobre la arena de la playa, junto a la escalinata de mi casa, aparecieron repetidas veces cadáveres hinchados por una larga permanencia en el mar, pobres cuerpos desfigurados por las mordeduras de los peces o la violencia de la explosión, mujeres y niños que venían como pasajeros en buques procedentes de Argelia, tripulantes de vapores aliados que transportaban artículos de comercio o primeras materias para la guerra. Todos habían ido hacia la muerte, fiando en la neutralidad, ya que no en la lealtad de un rey que se titulaban francófilo en compañía de "la canalla"».

Por España y contra el rey

Vicente Blasco Ibáñez


lunes, 5 de noviembre de 2018

Un poco más allá sonaban las enormes tijeras en continuo movimiento

«Muchachos cerriles que aspiraban a ser mancebos en las barberías de la ciudad hacían allí sus primeras armas. Y mientras se amaestraban infiriendo cortes o poblando las cabezas de trasquilones y peladuras, el amo daba conversación a los parroquianos sentados en el banco del paseo, o leía en alta voz un periódico a este auditorio, que con la quijada en ambas manos, escuchaba impasible. 

A los que se sentaban en el sillón de los tormentos pasábanles un pedazo de jabón de piedra por las mejillas, y frota que frota, hasta que levantaba espuma. Después venía el navajeo cruel, los cortes, que aguantaba firmemente el cliente con la cara manchada de sangre. Un poco más allá sonaban las enormes tijeras en continuo movimiento, pasando y repasando sobre la redonda testa de algún mocetón presumido, que quedaba esquilado como perro de aguas; el colmo de la elegancia: larga greña sobre la frente y la media cabeza atrás cuidadosamente rapada».

La barraca

Vicente Blasco Ibáñez


Barberos en el puente de Serranos

J. Lévy, 1888

Archivo José Huguet

sábado, 3 de noviembre de 2018

A la sombra de los altos plátanos funcionaban las peluquerías de la gente huertana

«A la sombra de los altos plátanos funcionaban las peluquerías de la gente huertana, los barberos de cara al sol. Un par de sillones con asiento de esparto y brazos pulidos por el uso, un anafe en el que hervía el puchero del agua, los paños de dudoso color y unas navajas melladas, que arañaban el duro cutis de los parroquianos con rascones espeluznantes, constituían toda la fortuna de estos establecimientos al aire libre».

La barraca

Vicente Blasco Ibáñez


Barberos en el puente de Serranos

J. Lévy, 1888

Archivo José Huguet

Esperando que le llegara el turno para limpiarse de unas barbas de dos semanas

«Al extremo del puente, en una planicie entre dos jardines, frente a las ochavadas torres que asomaban sobre la arboleda sus arcadas ojivales, sus barbacanas y la corona de sus almenas, se detuvo Batiste, pasándose las manos por el rostro. Tenía que visitar a los amos, los hijos de don Salvador, a pedirles a préstamo un piquillo para completar la cantidad que iba a costarle la compra de un rocín que sustituyese al Morrut. Y como el aseo es el lujo del pobre, se sentó en un banco de piedra, esperando que le llegara el turno para limpiarse de unas barbas de dos semanas, punzantes y duras como púas, que ennegrecían su cara».

La barraca

Vicente Blasco Ibáñez


Barberos en el puente de Serranos

J. Lévy, 1888

Archivo José Huguet

viernes, 2 de noviembre de 2018

Aquel animal, alargando su manso hocico

«Lloró la mujer de Batiste. Aquel animal, alargando su manso hocico, había visto venir al mundo a casi todos sus hijos. Aún recordaba ella, como si fuera ayer, cuando lo compraron en el mercado de Sagunto, pequeño, sucio, lleno de costras y asquerosidades, como un jaco de desecho. Era alguien de la familia que se iba. Y cuando unos tíos repugnantes llegaron en un carro para llevarse su caballo a la Caldera (lugar donde son incinerados los animales muertos para aprovechar los huesos), donde convertirían su esqueleto en huesos de pulida brillantez y sus carnes en abono fecundizante, lloraban los chicos, gritando desde la puerta un adiós interminable al pobre Morrut, que se alejaba con las patas rígidas y la cabeza balanceante, mientras la madre, como si tuviese un horrible presentimiento, se arrojaba con los brazos abiertos sobre el enfermito.

Recordaba a sus hijos cuando se introducían en la cuadra para tirar de la cola al Morrut, y cómo el animal sufría con dulce pasividad todos los juegos de los chicos. Veía al pequeñín cuando lo colocaba su padre sobre la dura espina del animal, golpeando con sus piececitos los lustrosos flancos y gritando: «¡Arre, arre!», con infantil balbuceo. Con la muerte de esta pobre bestia creía Teresa que iba a quedar abierta una brecha en la familia por donde se irían otros. ¡Señor, que le engañasen sus presentimientos de madre dolorosa; que fuese sólo este sufrido animal el que se iba; que no se llevase sobre sus lomos al pobre chiquitín camino del Cielo, como en otros tiempos le llevaba por las sendas de la huerta agarrado a sus crines, a paso lento, para no derribarlo!»

La barraca

Vicente Blasco Ibáñez



VAHG

jueves, 1 de noviembre de 2018

Había que arar la tierra maldita, petrificada por diez años de abandono

«Se portó como persona honrada en la época peor, cuando, recién establecida la familia en la barraca, había que arar la tierra maldita, petrificada por diez años de abandono; cuando había que hacer continuos viajes a Valencia en busca del cascote de derribos y las maderas viejas; cuando el pasto no era mucho y el trabajo abrumante. Y ahora que, frente al ventanuco de la cuadra, se extendía un gran campo de hierba fresca, erguida y ondeante, toda para él; ahora que tenía la mesa puesta, con aquel verde y jugoso mantel que olía a gloria; ahora que engordaba, se redondeaban sus ancas puntiagudas y su dorso nudoso, moría de repente, sin saber de qué, tal vez en uso de su perfecto derecho al descanso, después de sacar a flote a la familia.

Se acostó un día sobre la paja, negándose a salir, mirando a Batiste con ojos vidriosos y amarillentos que hacían expirar en los labios del amo los votos y amenazas de la indignación. Parecía una persona el pobre Morrut; Batiste, al recordar su mirada, sentía muchas veces deseos de llorar. La barraca sufrió una conmoción, y tal desgracia hasta hizo que la familia olvidase momentáneamente al pobre Pascualet, que temblaba de fiebre en la cama».

La barraca

Vicente Blasco Ibáñez


Arando en La Albufera. 1935

?