miércoles, 29 de noviembre de 2023

Los trabajadores del horno se asfixiaban junto a aquella boca

«Como en Agosto Valencia entera desfallece de calor, los trabajadores del horno se asfixiaban junto a aquella boca, que exhalaba el ardor de un incendio.

Desnudos, sin otra concesión a la decencia que un blanco mandil, trabajaban cerca de las abiertas rejas, y aun así, su piel inflamada parecía liquidarse con la transpiración, y el sudor caía a gotas sobre la pasta, sin duda para que, cumpliéndose a medias la maldición bíblica, los parroquianos, ya que no con el sudor propio, se  comieran el pan empapado en el ajeno.

Cuando se descorría la mampara de hierro que tapaba el horno, las llamas enrojecían las paredes, y su reflejo, resbalando por los tableros cargados de masa, coloreaba los blancos taparrabos y aquellos pechos atléticos y bíceps de gigante, que, espolvoreados de harina y brillantes de sudor, tenían cierta apariencia femenil».

En la boca del horno

La condenada y otros cuentos

Vicente Blasco Ibáñez



Obrador de un horno en Valencia. 1955

Todocolección

lunes, 27 de noviembre de 2023

Como si a través de los campos pudiera ver el camino de Valencia

«Bajó el roder con su satélite, y antes de poner pie en tierra ya le habían quitado sus armas. Aún estaba impresionado por la charla de su protector, y no pensó en hacer resistencia por no imposibilitar  su famoso indulto con un nuevo crimen.

Llamó al carnicero, rogándole que corriese al pueblo para avisar a don José. Sería un error, una orden mal dada.

Vio el mocetón cómo se le llevaban a empujones a un naranjal inmediato, y salió corriendo camino abajo por entre aquellas parejas, que cerraban la retirada a la tartana.

No corrió mucho. Montado en su jaco encontró a uno de los alcaldes que habían estado en la fiesta... ¡Don José! ¿Dónde estaba don José?

El rústico sonrió como si adivinara lo ocurrido... Apenas se fue Bolsón, el diputado había salido a escape para Valencia.

Todo lo comprendió el carnicero: la fuga, la sonrisa de aquel tío y la mirada burlona del viejo teniente cuando el roder pensaba en su protector, creyendo ser víctima de una equivocación.

Volvió corriendo al huerto, pero antes de llegar, una nubecilla blanca y fina como vedija de algodón se elevó sobre las copas de los naranjos, y sonó una detonación larga y ondulada, como si se rasgase la tierra.

Acababan de fusilar a Bolsón.

Le vio de espaldas sobre la roja tierra, con medio cuerpo a la sombra de un naranjo, ennegrecido el suelo con la sangre que salía a borbotones de su cabeza destrozada. Los insectos, brillando al sol como botones de oro, balanceábanse ebrios de azahar en torno de sus sangrientos labios.

El discípulo se mesó los cabellos. ¡Recristo! ¿Así se mataba a los hombres que son hombres?

El teniente le puso una mano en el hombro.

—Tú, aprendiz de roder, mira cómo mueren los pillos.

El aprendiz se revolvió con fiereza, pero fue para mirar a lo lejos, como si a través de los campos pudiera ver el camino de Valencia, y sus ojos, llenos de lágrimas, parecían decir: "Pillo, sí; pero más pillo es el que huye"».

La paella del roder

La condenada y otros cuentos

Vicente Blasco Ibáñez



Entrada a Valencia por la Puerta de santa Lucía (actual Guillem de Castro). 1888

Archivo de José Huguet

Cortesía de José Navarro Escrich

sábado, 25 de noviembre de 2023

Hasta que de repente saltaron al camino quince o veinte guardias

«Vieron en el camino una pareja de la Guardia civil, y Bolsón la saludó amigablemente.

En una revuelta apareció una segunda pareja, y el carnicero moviose en su asiento como si le pinchasen. Eran muchas parejas en camino tan corto. El roder le tranquilizó. Habían concentrado la fuerza del distrito por el viaje de don José.

Pero un poco más allá encontraron la tercera pareja, que, como las anteriores, siguió lentamente al carruaje, y el carnicero no pudo contenerse más. Aquello le olía mal. ¡Bolsón, aún era tiempo! A bajar en seguida; a huir por entre los campos hasta ganar la sierra. Si nada iba con él, podía volver por la noche a casa.

—Sí, siñor Quico, sí—decían las mujeres asustadas.

Pero el siñor Quico se reía del miedo de aquellas gentes.

—Arrea, tartanero... arrea.

Y la tartana siguió adelante, hasta que de repente saltaron al camino quince o veinte guardias, una nube de tricornios con un viejo oficial al frente. Por las ventanillas entraron las bocas de los fusiles apuntando al roder, que permaneció inmóvil y sereno, mientras que mujeres y chiquillos se arrojaban chillando al fondo del carruaje.

—Bolsón, baja o te matamos—dijo el teniente».

La paella del roder

La condenada y otros cuentos

Vicente Blasco Ibáñez



La Guardia Civil patrullando por la calle Francisco Eximenis. 1916

Archivo José Huguet

Levante EMV

Cortesía de José Navarro Escrich

jueves, 23 de noviembre de 2023

La tartana avanzaba dando tumbos

«El roder y su acólito tomaron asiento en la tartana de su pueblo, entre tres vecinas que saludaron con afecto al siñor Quico y unos cuantos chicuelos que pasaban las manos por el cargado retaco como si fuese una santa imagen.

La tartana avanzaba dando tumbos por entre los huertos de naranjos, cargados de flor de azahar. Brillaban las acequias, reflejando el dulce sol de la tarde, y por el espacio pasaba la tibia respiración de la primavera impregnada de perfumes y rumores.

Bolsón iba contento. Cien veces le habían prometido el indulto, pero ahora era de veras. Su admirador y escudero le oía silencioso».

La paella del roder

La condenada y otros cuentos

Vicente Blasco Ibáñez



Tartana en La Alameda. 1888

Antonio Esplugas

Bivaldi

martes, 21 de noviembre de 2023

Él quería lo prometido: el indulto, ¡recordons!

«Había que verles después de la paella, hablando en un rincón del huerto; el diputado, obsequioso y amable. Bolsón, cejijunto y malhumorado.

—He venido sólo por verte—decía don José, recalcando el honor que le concedía con su visita—. ¿Pero qué son esas prisas? ¿No estás bien, querido Quico? Te he recomendado al gobernador de la provincia; la Guardia civil nada te dice... ¿qué te falta?

Nada y todo. Es verdad que no le molestaban, pero aquello era inseguro, podían cambiar los tiempos y tener que volver al monte. Él quería lo prometido: el indulto, ¡recordons! Y formulaba su pretensión tan pronto en valenciano como en un castellano de pronunciación ininteligible.

—Lo tendrás, hombre, lo tendrás. Está al caer; un día de estos será».

La paella del roder

La condenada y otros cuentos

Vicente Blasco Ibáñez



Viejo valenciano. 1902

Joaquín Sorolla y Bastida 

Óleo. 56.5 x 49

Colección privada

domingo, 19 de noviembre de 2023

Con calzones de pana y negro pañuelo en la cabeza

«Todas las miradas eran para un hombrecillo con calzones de pana y negro pañuelo en la cabeza, enjuto, bronceado, de fuertes quijadas, y que tenía al lado un pesado retaco, no cambiando de asiento sin llevar tras sí la vieja arma, que parecía un adherente de su cuerpo.

Era el famoso Quico Bolsón, el héroe del distrito, un roder con treinta años de hazañas, al que miraba la gente joven con terror casi supersticioso, recordando su niñez, cuando las madres decían para hacerles callar: «¡Que viene Bolsón!»

A los veinte años tumbó a dos por cuestión de amores; y después al monte con el retaco, a hacer la vida de roder, de caballero andante de la sierra. Más de cuarenta procesos estaban en suspenso, esperando que tuviera la bondad de dejarse coger. ¡Pero bueno era él! Saltaba como una cabra, conocía todos los rincones de la sierra, partía de un balazo una moneda en el aire, y la Guardia civil, cansada de correrías infructuosas, acabó por no verle».

La paella del roder

La condenada y otros cuentos

Vicente Blasco Ibáñez



Tipos valencianos

?

viernes, 17 de noviembre de 2023

Hubo gran paella en el huerto del alcalde

«Fue un día de fiesta para la cabeza del distrito la repentina visita del diputado, un señorón de Madrid, tan poderoso para aquellas buenas gentes, que hablaban de él como de la Santísima Providencia. Hubo gran paella en el huerto del alcalde; un festín pantagruélico, amenizado por la banda del pueblo y contemplado por todas las mujeres y chiquillos, que asomaban curiosos tras las tapias.

La flor del distrito estaba allí: los curas de cuatro o cinco pueblos, pues el diputado era defensor del orden y los sanos principios; los alcaldes y todos los muñidores que en tiempos de elección trotaban por los caminos trayéndole a don José las actas incólumes para que manchase su blanca virginidad con cifras monstruosas.

Entre las sotanas nuevas y los trajes de fiesta oliendo a alcanfor y con los pliegues del arca, destacábanse majestuosos los lentes de oro y el negro chaqué del diputado; pero a pesar de toda su prosopopeya, la Providencia del distrito apenas si llamaba la atención».

La paella del roder

La condenada y otros cuentos

Vicente Blasco Ibáñez



Comiendo paella

miércoles, 15 de noviembre de 2023

Y mientras tanto, los calafates, brocha en mano

«El gentío se llevó las velas, las anclas, los remos: hasta desmontamos el mástil, que se cargó en hombros una turba de muchachos, llevándolo en procesión al otro extremo del pueblo. La barca quedó hecha un pontón, tan pelada como usted la ve.

Y mientras tanto, los calafates, brocha en mano, pinta que pinta. El Socarrao se desfiguraba como un burro de gitano. Con cuatro brochazos fue borrado el nombre de popa; y de los folios de los costados, de esos malditos letreros, que son la cédula de toda embarcación, no quedó ni rastro».

La barca abandonada

La condenada y otros cuentos

Vicente Blasco Ibáñez



Calafateando. Valencia. 1894

Joaquín Sorolla y Bastida

Óleo. 10 x 17

Museo Sorolla

lunes, 13 de noviembre de 2023

Una mañana, a la sombra de la barca abandonada

«Una mañana, a la sombra de la barca abandonada, cuando el mar hervía bajo el sol y parecía un cielo de noche de verano, azul y espolvoreado de puntos de luz, un viejo pescador me contó la historia».

La barca abandonada

La condenada y otros cuentos

Vicente Blasco Ibáñez



Pescadoras a la sombra de la barca. 1902

Joaquín Sorolla y Bastida

Óleo. 18×30

Colección privada

sábado, 11 de noviembre de 2023

Un ser desconocido que se moría entre aquellas otras barcas

«Hasta de nombre carecía. La popa estaba lisa y en los costados ni una señal del número de filiación y nombre de la matrícula, un ser desconocido que se moría entre aquellas otras barcas, orgullosas de sus pomposos nombres, como mueren en el mundo algunos, sin desgarrar el misterio de su vida».

La barca abandonada

La condenada y otros cuentos

Vicente Blasco Ibáñez



Barcas en la arena. Valencia. 1908

Joaquín Sorolla y Bastida

Óleo

Colección particular

jueves, 9 de noviembre de 2023

Y la arena, arrastrada por el viento, había invadido su cubierta

«El sol había derretido su pintura; las tablas se agrietaban y crujían con la sequedad, y la arena, arrastrada por el viento, había invadido su cubierta. Pero su perfil fino, sus flancos recogidos y la gallardía de su construcción delataban una embarcación ligera y audaz, hecha para locas carreras, con desprecio a los peligros del mar. Tenía la triste belleza de esos caballos viejos que fueron briosos corceles y caen abandonados y débiles sobre la arena de la plaza de toros».

La barca abandonada

La condenada y otros cuentos

Vicente Blasco Ibáñez



Día de tempestad. Valencia. 1899

Joaquín Sorolla y Bastida

Óleo. 46 cm x 68.2

Colección privada

martes, 7 de noviembre de 2023

Y las embarcaciones de pesca eran armadas y lanzadas al agua

«En el curso de un año, la playa cambiaba de vecinos; los laúdes ya reparados se hacían a la mar y las embarcaciones de pesca eran armadas y lanzadas al agua; sólo una barca abandonada y sin arboladura permanecía enclavada en la arena, triste, solitaria, sin otra compañía que la del carabinero que se sentaba a su sombra».

La barca abandonada

La condenada y otros cuentos

Vicente Blasco Ibáñez



Arrastrando la barca

Playa del Cabañal

Al fondo se puede apreciar el Balneario Las Arenas

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domingo, 5 de noviembre de 2023

Embadurnándoles los flancos con caliente alquitrán

«Los botes ligeros, con sus vientres blancos y azules y el mástil graciosamente inclinado, formaban una fila avanzada al borde de la playa, donde se deshacían las olas y una delgada lámina de agua bruñía el suelo cual si fuese de cristal; detrás, con la embetunada panza sobre la arena, estaban las negras barcas del bou, las parejas que aguardaban el invierno para lanzarse al mar, barriéndolo con su cola de redes; y en último término, los laúdes en reparación, los abuelos, junto a los cuales agitábanse los calafates, embadurnándoles los flancos con caliente alquitrán, para que otra vez volviesen a emprender sus penosas y monótonas navegaciones por el Mediterráneo: unas veces a las Baleares con sal, otras a la costa de Argel con frutas de la huerta levantina, y muchas con melones y patatas para los soldados rojos de Gibraltar».

La barca abandonada

La condenada y otros cuentos

Vicente Blasco Ibáñez



Calafates. 1894

Joaquín Sorolla y Bastida

Óleo. 50.5 x: 71

Museo de Bellas Artes de Asturias. Oviedo

viernes, 3 de noviembre de 2023

Antes que al demonio se le ocurriera inventar eso que llaman la Tabacalera

«Era la playa de Torresalinas, con sus numerosas barcas en seco, el lugar de reunión de toda la gente marinera. Los chiquillos, tendidos sobre el vientre, jugaban a la carteta a la sombra de las embarcaciones; y los viejos, fumando sus pipas de barro traídas de Argel, hablaban de la pesca o de las magníficas expediciones que se hacían en otros tiempos a Gibraltar y a la costa de África, antes que al demonio se le ocurriera inventar eso que llaman la Tabacalera».

La barca abandonada

La condenada y otros cuentos

Vicente Blasco Ibáñez





Antigua Fábrica de Tabacos

Cristal estereoscópico

Todocolección

miércoles, 1 de noviembre de 2023

Por antojársele que a aquella hora podían salir los muertos a tomar el fresco

«Corrió un poco al pasar por frente al cementerio de Valencia, por antojársele que a aquella hora podían salir los muertos a tomar el fresco, y cuando se vio lejos de la fúnebre plazoleta de palmeras, moderó su paso hasta ser éste un trotecillo menudo. 

¡Pobre Nelet! Marchaba como un explorador de misterioso territorio hacia aquella ciudad que, bañada por los primeros rayos del sol, recortaba su rojiza crestería de tejados y torres sobre un fondo de blanquecino azul».

El femater

Cuentos valencianos

Vicente Blasco Ibáñez



Cementerio General de Valencia. Finales del XIX

Antoni Esplugas i Puig

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