viernes, 30 de junio de 2017

Que a aquella hora podían salir los muertos a tomar el fresco,

«Corrió un poco al pasar por frente al cementerio de Valencia, por antojársele que a aquella hora podían salir los muertos a tomar el fresco, y cuando se vio lejos de la fúnebre plazoleta de palmeras, moderó su paso hasta ser éste un trotecillo menudo».

El femater. Cuentos valencianos

Vicente Blasco Ibáñez


Mundo Gráfico. 28 de octubre de 1930

http://valenciabonita.es/2016/08/02/un-monumento-que-recuerda-a-las-victimas-del-colera-en-valencia/

jueves, 29 de junio de 2017

El flotante rabo de su pañuelo anudado a las sienes y el capazo de esparto

«Salió de madrugada, cuando por entre las moreras y los olivos marcábase el día con resplandor de lejano incendio. En la espalda, sobre la burda camisa, bailoteaban al compás de la marcha el flotante rabo de su pañuelo anudado a las sienes y el capazo de esparto, que parecía una joroba. Aquel día estrenaba ropa: unos pantalones de pana de su padre, que podían ir solos por todos los caminos de la provincia sin riesgo de perderse, y que, acortados por la tía Pascuala, se sostenían merced a un tirante cruzado a la bandolera».

El femater. Cuentos valencianos

Vicente Blasco Ibáñez



Femater

Jean Laurent Minier. 1870


miércoles, 28 de junio de 2017

Con su extenso rosario de blancas casuchas

«Nazaret, con su extenso rosario de blancas casuchas, estaba a nuestras espaldas, y a mi lado un viejo pescador, momia acartonada, que parecía bailar dentro de su traje de bayeta amarilla, hinchado de aire. Echábase la gorrilla de seda sobre una oreja y chupaba su pipa con la gravedad de un moro, en cuclillas, trazando con la mano, como un manojo de sarmientos, complicados arabescos en la arena»

La apuesta del "esparrelló". Cuentos valencianos

Vicente Blasco Ibáñez.


Vista de Nazaret. Octubre de 1957

http://www.lasprovincias.es/

martes, 27 de junio de 2017

El Retor era todo un marinero

«El Retor era todo un marinero, fornido, cachazudo, bravo en el peligro. De gato había ascendido a ser el tripulante de más confianza en la barca del tío Borrasca , y cada mes solía entregar a su madre cuatro o cinco duros de ahorros para que los guardase».

Flor de Mayo

Vicente Blasco Ibáñez


Vista de barca arrastrada por bueyes

Vicente Martínez Sanz (con permiso expreso de la familia)

lunes, 26 de junio de 2017

Y en verano zambullíase en el puerto

«Juntábase con la pillería de la playa, un tropel de chicuelos que no sabían más de sus padres que los perros vagabundos que les acompañaban en sus correteos por la arena; nadaba como un pez, y en verano zambullíase en el puerto, mostrando con impudor tranquilo su cuerpo enjuto y rojizo para coger con la boca piezas de dos cuartos que le arrojaban los paseantes».

Flor de mayo

Vicente Blasco Ibáñez


Puerto de Valencia

domingo, 25 de junio de 2017

Había nacido para el mar

«No se equivocaba el muchacho al decir que había nacido para el mar. En la barca del tío Borrasca se encontraba mucho mejor que en la otra encallada en la arena, junto á la cual gruñía el cerdo y cacareaban las gallinas».

Flor de Mayo

Vicente Blasco Ibáñez


Playa del Cabañal (entre 1920 y 1936)

Gerardo Paadín

sábado, 24 de junio de 2017

Empleado en el Matadero para repartir la carne

«Lo que ya no le parecía tan claro a la gente es lo que diría el Menut , un chicuelo enteco y vicioso, empleado en el Matadero para repartir la carne: un pillete con la mirada atravesada y grandes tufos en las orejas, que siempre iba hecho un asco, y de quien se murmuraba si en distintas ocasiones había afanado borregos enteros».

¡Cosas de hombres!. Cuentos valencianos

Vicente Blasco Ibáñez


Bascula del Antiguo Matadero

Calle Guillem de Castro

http://valenciablancoynegro.blogspot.com.es/2016/04/la-bascula-del-viejo-matadero.html

viernes, 23 de junio de 2017

La Noche de San Juan

«La pequeña plaza del Villorrio apenas si podía contener aquella abigarrada multitud que se mantenía a poca distancia de la colosal hoguera que ardía en el centro.

Los puntiagudos o achatados tejados de las casas que limitaban aquel recinto se destacaban sobre el iluminado cielo, y los robustos marcos del castillo que se asentaba en la cumbre del vecino monte, váyanse bañados `por la luz de la luna que tan pronto era velada por negros nubarrones que corrían veloces por el cielo, como volvía a aparecer tras ellos melancólicamente esplendorosa.

Rústicos villanos de rostros atezados, viejos ballesteros de fiera catadura, apuestas doncellas vestidas con sallas de chillones colores y muchachos inquietos y alborotados junto con mujeres parlanchinas y ancianos murmuradores, eran los elementos que componían aquel hormiguero humano que se estrujaba produciendo un incesante murmullo, junto a las rojas e inquietas llamas.

Los sucios sayos y los mugrientos birretes, junto a las blasonadas dalmáticas y a las gorras con airosas plumas, los nudosos garrotes tropezando con las conteras de las largas espadas y los míseros vasallos del castillo confundidos fraternalmente con los vistosos servidores del señor; tal era el magnífico y particular golpe de vista que presentaba aquel año la plaza del villorrio en la noche de San Juan.

Montado cual otro baco sobre un regular tonel, del cual llenaban grandes jarros no pocos concurrentes, veíase un hombrecillo de cuerpo imperfecto y de rostro burlesco y apicarado, el cual era una especie de miserable cantor nómada, con más de bufón o de juglar que de consumado trovador.

Los mozos del lugarejo le asediaban pidiéndole alguna gracia o chiste de color algo subido, y el hombrecillo correspondía de tal modo a aquellas excitaciones, que las muchachas cada instante se veían obligadas a fingir que se tapaban los oídos mientras sus mejillas se coloreaban como amapolas.

Entre todo el grupo femenil, que por estar más cercano al bufón sufría continuamente sus desvergüenzas, destacábase una joven, cuyo rostro, por lo hermoso, desdecía de las vulgares caras de sus rústicas compañeras.



Llamábase Engracia y era hija de un escudero del cercano castillo, muerto hacía ya bastantes años en una algarada contra los moros.

A causa de esto último, tanto ella como su madre eran muy estimadas por todos los vecinos del lugarejo, que se consideraban con el deber de protegerlas contra las brutales asechanzas de los servidores del castillo.

Engracia, como era de esperar, atendiendo a su hermosura y edad, amaba y era amada de un gallardo mancebo que por su porte y gentileza más parecía propio para vestir la guerrera cota, que para dedicarse a las rudas tareas del campo.

Confundido entre un bullicioso grupo de mozuelos, la contemplaba a poca distancia, y entre los dos se cruzaban un sinnúmero de miradas amorosas que equivalían a un mundo de frases apasionadas.

Aquellas miradas pasaban desapercibidas para todos, pues la plazuela solo se pensaba en gritar, beber y divertirse, del modo más en consonancia con el carácter de cada uno.

De pronto en uno de los extremos de la plaza oyéronse desaforados gritos y rumores de pelea, acompañados por esas oscilaciones con que siempre se agita a la muchedumbre en casos semejantes.
Emotivo de aquel tumulto era una pendencia (que muy pronto terminó), entre unos cuantos villanos y algunos pajes y ballesteros que, beodos, pretendieron llevarse tres buenas mozas, ante los ojos de sus padres y hermanos.

-Esto es escandalosos- dijeron muchos así que terminó la reyerta. ?La audacia de los del castillo crece demasiado-.

-La culpa- dijo una vieja que estaba junto a Engracia ?no la tiene otro que nuestro señor Don Sancho que tales desmanes permite-.

-bueno está Don Sancho- murmuró un mocetón, -como sí el mismo no fuese quien con sus maldades alienta a sus servidores-.

-Desdichada la familia que el señor fija sus ojos para bien o para mal- volvió a decir la vieja, mirando intencionadamente a Engracia y su amante-.

-Pues desdichado de Don Sancho si para mal se mezcláse con quien yo sé- contestó con voz enérgica este último-.

Y apenas hubo pronunciado estas palabras, cuando muchos dijeron en voz baja:

-Calla por Dios, Juan. Por ahí cerca andan servidores de Don Sancho y nada bueno puede sucederte si ellos te oyen-.

Y tras esto todos callaron, comprendiendo el peligroso giro que había tomado la conversación.

Pero el juglar no dejó reinar el silencio por mucho tiempo.

Primero cantó algunos romances, tan burdos como desentonados; luego hizo varios juegos y equilibrios que llamaron la atención de los circunstantes, a pesar de serles muy conocidos, y por fin, deseoso de excitar la curiosidad de todo el auditorio, anunció que en aquel momento, dos viejas del lugarejo, tenidas en opinión de hechiceras, se disponían a asistir al aquelarre que todos los años, en noche como aquella, se celebraba en el barranco situado a espaladas del castillo, cuando la campana de este anunciaba la segunda vigilia, o sea las doce de la noche.

Así que hubo acabado de decir esto, algunos circunstantes que eran parientes o allegados de las viejas mencionadas le amenazaron, y poniendo el grito en el cielo, procuraron protestar de tales noticias y afirmaciones.

Pero la mayor parte de los presentes apoyaron al juglar y defendieron la opinión que este tenía formada de tales viejas, a quienes todos calificaban de brujas, y por consecuencia la causa y principio de los numerosos males que les afligían.

Y no hubo ninguno que no sacase a relucir su correspondiente motivo para odiarlas.

A este le habían muerto un hijo pequeño; aquél, según propia afirmación, le habían despojado con sus sortilegios de dos mulas como dos castillos; al otro le habían hecho perder la paz que reinaba en su casa, y todos presentaban la larga lista de daños, obra de aquellas mujeres, mientras que los que por éstas se interesaban daban voces poniendo a Dios y a los santos por testigos de la verdad de sus palabras y de la inocencia de las acusadas.

Poco a poco la cuestión fue agriándose, y comenzaron a cruzarse entre los bandos palabras amenazadoras, hasta que por fin, comprendiendo los ofendidos por el juglar que éste era el culpable de todas aquellas desavenencias, arremetieron contra él y le hicieron bajar del tonel, entre un verdadero diluvio de puñadas y estacazos que le arrancaron doloridos aullidos.

Entonces comenzó a reinar en la plaza un desorden indescriptible.


Noche de San Juan en La Malvarrosa. Años 80

Algunos ballesteros del castillo, por odio a los villanos, salieron a la defensa del hombrecillo y la emprendieron a cintarazos con los aporreadores, mientras que las mujeres, chillando y corriendo, procuraban apartar de la pelea a los de sus familia.

Ante los golpes de los del castillo todos los habitantes del villorrio hicieron causa común con los parientes de las supuestas brujas, y aquello en pocos momentos fue un verdadero campo de Agramente.

Los barrotes y las espadas chocaron sin cesar; algunos rodaron por el suelo fuertemente abrazados, y más de un combatiente, impulsado por vigoroso brazo fue a caer de bruces sobre la hoguera, levantándose después con los pelos y los vestidos completamente chamuscados.

Afortunadamente allá arriba en el castillo sonaron de pronto dos vibrantes campanadas anunciando la segunda vigilia, y al momento se oyó gritar: -¡las brujas! ¡ya están ahí las brujas!

Y como si este grito fuese la señal de dispersión, todos emprendieron la fuga con el temor de que la tropa fantástica sembrase la muerte al ir atravesando los aires.

Momentos después la plaza estaba completamente solitaria, y en el centro de ella seguía ardiendo la hoguera cada vez con más débiles llamas.

No faltaron algunos que al escapar, hostigados por la curiosidad, levantaron la cabeza y vieron como empuñaban el claro disco de la luna un sinnúmero de fantásticos y vaporosos seres que, montados en cabalgaduras horribles al par que grotescas, corrían desaforadas por el cielo.

Pero bueno será advertir que un hombre de nuestros días sólo hubiera visto en aquellas figuras sobrenaturales un conjunto de nubes que velaban el astro de la noche; que los vecinos del lugarejo, como hijos de la Edad Media e infiltrados de su espíritu, tenían el privilegio de ver las cosas de muy diferente manera que nosotros

Engracia y su medre fueron de las primeras que salieron de la plaza cuando en la campana del castillo sonó la segunda vigilia.

La hermosa joven, momentos antes de escapar, vió desde el rincón en que se había refugiado al principio de la pelea, como su amado Juan se batía con los ballesteros.

Inútil será pintar el temor que su alma albergaría, mientras con incierto paso caminaba al lado de su madre.

Pronto llegaron a su casa, que estaba situada en una estrecha callejuela, cercana al lugar de la contienda.
Así que penetraron en ella, la madre de Engracia se acostó, pues no era amiga de trasnochar y la joven, abriendo la pequeña reja que daba luz a su estancia, apoyóse en el alfeizar y esperó.
Escusado será decir que el esperado era Juan.

A pesar de l apacible aspecto que presentaba la noche y de la calma que reinaba en toda la naturaleza, la enamorada joven no pudo evitar que de ella se apoderase un miedo terrible a los pocos instantes de permanecer en la reja.

En su imaginación estaban grabadas aquellas palabras que el juglar anunciando que en el barranco del castillo celebran las brujas aquella noche su aquelarre.

De un momento a otro, parecíale que la callejuela íbase a llenar de bulliciosos duendes e infernales gatos, que fieramente la despedazarían, y no se atrevía a levantar la vista al cielo, temerosa de ver en él la cara del diablo, agrandada gigantescamente y horrorizándola con una infernal y espeluznante mueca.

En las sombras que las casas proyectaban sobre los espacios alumbrados por la luna, su imaginación comenzaba a hacerla ver un enjambre de seres diminutos y feos, verdaderos abortos del infierno, rebulléndose en infernal concierto con monstruos de mirada de fuego y repugnante catadura.

Y veía como volando por el cielo un compacto escuadrón que venían a posarse en los tejados todas las brujas reunidas en el barranco, y la amenazaban con sus escobas y sus uñas; y hasta le parecía sentir sobre su cuerpo el contacto frío y viscoso de enormes serpientes que enrollándose en espiral amenazaban ahogarla.

Y tan pronto su corazón cesaba de latir como derramaba tumultuosamente la sangre por todas las venas de su cuerpo, y sentía vértigo y cerraba sus ojos a impulsos del desvanecimiento, hasta que afortunadamente, cesaron sus temores y sus fantásticas visiones con la aparición de un hombre en uno de los extremos de la callejuela, y el cual no era otro que Juan.

Momentos después el apuesto joven estaba junto a la verja contemplando a su amada con mirada ardiente, y diciéndole con acento cariñoso:

-¿Has aguardado mucho, amada mía?

-Muy poco. Pero he tenido bastante miedo antes de que tú vinieras.

-¡Miedo! ¿A quién?

-A las brujas. ¿No sabes tú que noches como esta andan sueltas por el mundo? ?dijo Engracia con encantadora candidez.

-¡Bah! Ni las brujas ni el diablo tienen por qué meterse con nosotros. A alguién que no son ellas es a quién debemos temer.

-Dices bien -murmuró la joven con tristeza.

-¿Te ha hablado, acaso, otra vez Don Sancho?

-Le encontré esta mañana y ha vuelto a decirme lo mismo.

-¡Ah, miserable! -rugió el mancebo. -¿Y tú?...

-Yo le contesté como siempre, con mi desprecio; y al escucharme él lanzó por su boca tal cúmulo de amenazas, que quedé horrorizada.

-¿Y no recuerdas lo que dijo?

-Creo que sí. Dijo que ya sabía como yo andaba en amoríos con un vasallo suyo, pero que él buscaría la manera de escarmentarle y hacerle comprender que un villano no debe ser nunca el rival del señor.
-¡Infame! ¿Y no dijo más?

-Sí; aseguró que su venganza no dejaría de llevarse a cabo esta misma noche. ¡Con que ya ves, Juan mío, que tu vida está en peligro si permaneces aquí! Márchate, pues de lo contrario ¡quién sabe si morirías bajo esta misma reja, víctima del furor de Don Sancho!

-¡Marcharme! ¿Me crees tú capaz de ello? ¡No Engracia, no me propongas tal cosa! ¡Qué venga Don Sancho cuando quiera, pues aunque humilde villano, tengo tanto o más valor que los señores que lecen blasón en su armadura!

-Pero, ¿Y si viene acompañado de algunos de sus fieros servidores!

-No me dan cuidado sus espadas. Hace poco tiempo que en la plaza he descalabrado alguno de ellos, a pesar de su larga tizona.

-¿Y no te han herido?

-No, amada mía. No son esos miserables lebreles del castillo los que pueden con este brazo que Dios me ha deparado.

-¡Y tú, Engracia mía ?Contestó el mancebo en igual tono ?Tan hermosa como buena!
¿Qué me importan las amenazas de Don Sancho, si por ellas no he estar menos tiempo junto a ti? ¡Si supieras cuánto te amo!

Al llegar a este punto, la amorosa conversación tomó el carácter peculiar de siempre.

Los dos jóvenes olvidándose de las amenazas del castellano y hasta del mundo entero, y comenzaron a decirse esas frases dulces, nimias y triviales que entre enamorados siempre tienen un especial encanto, y que aquí dejamos de consignar en gracia al lector, por que suponemos que iguales o parecidas habrán salido de labios, bien en el presente, bien en el pasado.

Y, por lo mismo pasaremos por alto las ternezas que se prodigaron Engracia y Juan; más no por esto dejaremos de decir que las miradas fuéronse haciendo cada vez más intensas, y que el apuesto joven, sin duda a impulsos de la pasión, apoyó su ardorosa frente sobre los hierros de la reja?..

Las manos se buscaron entre los barrotes de aquélla, y, al encontrase, se trasmitieron esa especie de electricidad amorosa que nace del corazón; los cabellos que orlaban ambas frentes se confundieron, lo mismo que los alientos; las bocas se juntaron, y en el silencio de la noche oyese ese débil chasquido, igual en su sonido a las mejores armonías de la naturaleza, y que siempre delata un beso.

Ella se ruborizó hasta los ojos y bajo la cabeza, no sin antes dirigir a su amante doncel una mirada tan llena de reproches como de amor.

Juan permaneció inmóvil, contemplándola con ojos de fuego y sin querer soltar las manos de Engracia, que oprimía a través de los hierros de la reja.

Y de esta manera permanecieron los dos amantes largo rato, hasta que, por fin, sacóle de su abstracción un rumor de pasos, que resonó al extremo de la callejuela.

Por una de las bocas de ésta acababa de aparecer algunos hombres envueltos en parduscos mantos, bajo los cuales brillaban las conteras de largas espadas.

Rápidamente fuéronse acercando a la reja que ocupaban los dos jóvenes, mientras Engracia decía con acento angustiado:

-¡Dios mío! ¡Ya me lo decía el corazón! ¡Esos que se acercan no son otros que Don Sancho y sus servidores! ¡Huye, Juan mío, huye; pues de lo contrario sólo Dios sabe lo que será de ti!

-Sean quienes sean, pienso obedecerte. Cierra la reja, Engracia, y hasta mañana.

¡Adiós, amada mía!

Y, esto diciendo, el mancebo, que conocía lo vacilante que estaba Engracia entre cerrar o quedarse en la reja, empujó él mismo, a través de los hierros, las ventanas de ésta, que con mano trémula cerró la hermosa joven.

Apenas ésta hizo tal cosa, quedó envuelta en la profunda obscuridad que reinaba en su estancia, y, con el oído atento, púsose a escuchar, presa de un terror indescriptible.

Nada, absolutamente nada oyó Engracia, ni aún después de pasado algún tiempo. Parecía como aquellos embozados no eran otra cosa que ilusiones de su fantasía, y que Juan se había marchado al verse solo en la callejuela.

Sin embargo, su corazón del anunciaba algo terrible y horripilante que la hacía estremecer de miedo. Sus ojos buscaban en la oscuridad aquella ventana, a poco cerrada por ella y aún pretendía atravesar las maderas con sus miradas, como si fueran de cristal, para poder ver lo que en la calle sucediese. Ni el más débil ruido turbaba el profundo silencio de la noche.

Solamente percibía Engracia la acompasada respiración de su madre, que dormía al otro extremo de la pequeña casa, y, a lo lejos, los furiosos latidos de los perros que guardaban muchas puertas del lugarejo. La ansiedad y el terror de la joven rayaban en lo inmenso.

De un momento a otro parecíale que iba a escuchar un grito de agonía de Juan y la satánica carcajada de Don Sancho.

En aquellos instantes Engracia ya no temía a las brujas y al diablo, ni sentía miedo de permanecer despierta y a obscuras en el centro de la estancia. La muerte de su amante era lo único que la preocupaba. Pero el tiempo iba pasando rápidamente, sin que ella escuchase nada capaz de justificar sus temores. A pesar de esto, su fiel corazón le seguía presagiando una gran desgracia, y sentía sobre su alma un peso que la ahogaba por momentos. Varias veces intentó acercarse a la reja para abrir sus ventanas, pero un temor invencible o una fuerza oculta retenían sus pies inmóviles sobre el suelo. Engracia, en aquellos instantes, tenía la voluntad supeditada por completo al terror. Y éste, aunque verdaderamente sin causa, fue amontonando sobre su pecho un mundo de dolor que sofocaba e impedía por momentos su respiración.

Afortunadamente desbordase fuera del pecho, y subió hasta los ojos de la joven, que, arrojándose sobre el frío suelo púsose a llorar continua y silenciosamente.

El tiempo, que siempre transcurre indiferente a dolores o dichas pasó tan rápido como siempre, y cuando Engracia vino a salir de aquella postración nerviosa en que se había sumido, vio cómo las rendijas de la cerrada reja comenzaba a penetrar la mortecina luz del alba.

La joven levantóse del suelo en que había estado tendida toda la noche, y con paso débil y vacilante acercase a la ventana, cuyas maderas abrió con mano febril y trémula. Apenas la brisa de la mañana penetro por ella y Engracia asomó su calenturienta cabeza, cuando un grito de horror se escapó de sus labios.

En aquel mismo instante un hombre, vestido con rico traje de caballero, apareció cerca del lugar que ocupaba la joven.

Era Don Sancho, el señor del castillo.

-Hermosa villana- gritó con voz sarcástica en la noche de San Juan es costumbre colocar frescos ramos de flores en las ventanas de las jóvenes. ¡Mira con el que yo te obsequio!

Y, al decir esto, el infame caballero señaló la reja que ocupaba Engracia, de cuyos últimos hierros y con los pies cercanos al suelo, pendía un lívido cadáver, con las ropas en desorden, y que el viento de la mañana mecía compasadamente.

Aquel cadáver era el del infeliz Juan.»

Vicente Blasco Ibáñez

Fantasías. (Leyendas y tradiciones)

jueves, 22 de junio de 2017

Junto a los toneles pintados de rojo oscuro

«Allí estaba en su centro, junto a los toneles pintados de rojo oscuro, entre las mesillas de cinc jaspeadas por las huellas redondas de los vasos, aspirando el tufillo del ajoaceite, del bacalao y las sardinas fritas que se exhibían en el mostrador tras mugriento alambrado, y bajo los suculentos pabellones que formaban, colgando de las viguetas, las ristras de morcillas rezumando aceite, los manojos de chorizos moteados por las moscas, las oscuras longanizas y los ventrudos jamones espolvoreados con rojo pimentón».

Dimoni. Cuentos valencianos

Vicente Blasco Ibáñez



Casa Montaña

http://www.valenciacomkal.org/

miércoles, 21 de junio de 2017

Escandalizaba a los fieles

«No había en toda la provincia dulzainero como Dimoni; pero buenas angustias les costaba a los clavarios el gusto de que tocase en sus fiestas. Tenían que vigilarlo desde que entraba en el pueblo, amenazarle con un garrote para que no entrase en la taberna hasta terminada la procesión, o muchas veces, por un exceso de condescendencia, acompañarle dentro de aquélla para detener su brazo cada vez que lo tendía hacia el porrón. Aun así resultaban inútiles tantas precauciones, pues más de una vez, marchando grave y erguido, aunque con paso tardo, ante el estandarte de la cofradía, escandalizaba a los fieles rompiendo a tocar la Marcha Real frente al ramo de olivo de la taberna, y entonando después el melancólico De profundis cuando la peana del santo patrono volvía a entrar en la iglesia».

Dimoni. Cuentos valencianos

Vicente Blasco Ibáñez


Boda valenciana. 1895

Archivo de Rafael Solaz

http://valenciablancoynegro.blogspot.com.es/2014/07/boda-valenciana.html

martes, 20 de junio de 2017

Navegué en las barcas de El Cabañal

«Ansiaba ver de cerca y no de oídas las cosas que pretendía describir. [...] Navegué en las barcas de El Cabañal, haciendo la vida ruda de sus tripulantes, interviniendo en las operaciones de la pesca en alta mar. Como ya van transcurridos cerca de treinta años, hasta me atrevo a decir que también navegué en una barca de contrabandistas, yendo a "trabajar" con ellos en la costa de Argel».

Vicente Blasco Ibáñez



Vigor. 1928

Vicente Martínez Sanz (con permiso expreso de la familia)

lunes, 19 de junio de 2017

O las hacían caer detrás de los pajares

«Recordaba con pavor ciertas historías de la huerta oídas en la fábrica: el miedo de las jóvenes a Pimentó y otros jaques de los que se reunían en casa de Copa, desalmados que, aprovechándose de la oscuridad, empujaban a las muchachas solas al fondo de las regaderas en seco o las hacían caer detrás de los pajares.»

La barraca

Vicente Blasco Ibáñez


Todocolección

domingo, 18 de junio de 2017

El Corpus según Blasco Ibáñez. Y 22

«Caía de los balcones una lluvia de pétalos de rosa, volaba el talco como nube de vidrio molido, estallaban luces de colores en todas las esquinas, y entre el perfume del incienso, el agudo reclamo de las cornetas, la grave lamentación de la música, la melancólica salmodia de los sacerdotes y el infantil balbuceo de las campanillas de plata, avanzaba el palio abrumado por la lluvia de flores, iluminado por el resplandor de incendio de las bengalas; y el sol de oro, mostrándose en medio de tal aparato, enloquecía a la muchedumbre levantina, pronta siempre a entusiasmarse por todo lo que deslumbra, e inconscientemente, lanzando un rugido de asombro, empujábanse unos a otros, como si quisieran coger con sus manos el áureo y sagrado astro, y los soldados que guardaban el palio tenían que empujar rudamente con sus culatas para conservar libre el paso.

Tras el palio, la gente admiraba un nuevo grupo de capas de oro, sobre las cuales sobresalía la puntiaguda mitra y el brillante báculo. Después, ajustando sus pasos al compás de la marcha musical, desfilaban los rojos fajines y los portacirios de plata de los concejales; y por fin, con un tránsito obscuro de la luz a la sombra, pasaba la negra masa de la tropa, en la cual los instrumentos de música lanzaban amortiguados destellos y los filos de las bayonetas y los sables brillaban como hilillos de luz.»

Arroz y tartana

Vicente Blasco Ibáñez



La Custodia en procesión

El Corpus según Blasco Ibáñez. 21

«Acercábase el epílogo de la procesión. Sonaba a lo lejos la grave melopea de la marcha solemne y religiosa que entonaba la banda militar. Las cornetas de los regimientos formados en la carrera batían marcha; y mientras los soldados requerían su fusil para inclinarse al paso del Sacramento, la muchedumbre agitábase para ganar un palmo de terreno donde hincar las rodillas.

Estallaban luces de colores, y a su resplandor, tan pronto blanco como rojo, veíanse a lo lejos, terminando la doble fila de cirios, los sacerdotes con capas de oro, manejando los incensarios, con un continuo choque de cadenillas de plata, en el fondo de una nube de azulado y oloroso humo; sobre ella, agitándose dorado y tembloroso entre sus deslumbrantes varas, el palio, que avanzaba lentamente, y bajo la movible tienda de seda, como un sol asomando entre nubes de perfumes, la deslumbrante custodia, que hacía bajar las cabezas, como si nadie pudiera resistir la fuerza de su brillo.

El poético aparato del culto católico imponíase a la muchedumbre con toda su fuerza sugestiva. Las mujeres llevábanse las manos a los ojos, humedecidos sin saber por qué, y las viejas golpeábanse con furia el pecho, entre suspiros de agonizante, lanzando un «¡Señor, Dios mío!» que hacía volver con inquietud la cabeza a los más próximos.»

Arroz y tartana

Vicente Blasco Ibáñez




Salida de la Custodia de la Catedral

http://www.skyscrapercity.com/showthread.php?t=370996&page=910

sábado, 17 de junio de 2017

El Corpus según Blasco Ibáñez. 20

«La procesión estaba ya en su última parte. Desfilaban los invitados, una avalancha de cabezas calvas o peinadas con exceso de cosmético, una corriente incesante de pecheras combadas y brillantes como corazas, de negros fracs, de condecoraciones anónimas y de un brillo escandaloso, de uniformes de todos los colores y hechuras, desde la casaca y el espadín de nácar del siglo pasado hasta el traje de gala de los oficiales de marina. Los papanatas asombrábanse ante las casacas blancas y las cruces rojas de los caballeros de las órdenes militares, honrados y pacíficos señores, panzudos los más de ellos, que hacían pensar en el aprieto en que se verían si por un misterioso retroceso de los tiempos tuvieran que montar a caballo para combatir a la morisma infiel.

La muchedumbre permanecía embobada. El aparato religioso, las imágenes de plata, los cleros entonando sus himnos a voces solas, las interminables cofradías, no la habían impresionado tanto como este continuo desfile de grandezas humanas; y sus ojos se iban deslumbrados tras las fajas de los generales, las placas que centelleaban como soles, los bordados de caprichoso arabesco, las empuñaduras cinceladas y brillantes y las bandas de moaré que cruzaban los pechos como un arroyo ondeante de colorines.

Arriba, en los balcones, la curiosidad señalaba con el dedo a los personajes conocidos que se mostraban a la luz de los cirios, y las cabezas erguidas de algunos invitados cruzaban saludos con las señoras, sin perder por esto el gesto de gravedad propio de las circunstancias».

Arroz y tartana

Vicente Blasco Ibáñez


La procesión a su paso por el Mercado

http://www.skyscrapercity.com/showthread.php?t=1694486&page=194

El Corpus según Blasco Ibáñez. 19

«Luego volvía a reanudarse la parte teatral de la solemnidad. Todas las extraordinarias visiones del soñador de Patmos, cuantas alucinaciones había consignado el evangelista Juan en su Apocalipsis, pasaban ante el gentío, después de contemplarlas tantos años, adivinase su significación. Desfilaban los veinticuatro ancianos con albas vestiduras y blancas barbas, sosteniendo enormes blandones que chisporroteaban como hogueras, escupiendo sobre el adoquinado un chaparrón de ardiente cera; seguíanles las doradas águilas, enormes como los cóndores de los Andes, moviendo inquietas sus alas de cartón y talco, conducidas por jayanes que, ocultos en su gigantesco vientre, sólo mostraban los pies calzados con zapatos rojos; y cerraba la marcha el apostolado, todos los compañeros de Jesús, con trajes de ropería, en los que eran más las manchas de cera que las lentejuelas; e intercalados entre ellos, niños con hachas de viento, vestidos como los indios de las óperas, pero con aletas de latón en la espalda, para certificar que representaban a los ángeles».

Arroz y tartana

Vicente Blasco Ibáñez


Els Cirialots

viernes, 16 de junio de 2017

El Corpus según Blasco Ibáñez. 18

«Después venía la parte seria e interesante de la procesión, y el alboroto del gentío cesó instantáneamente.

Desfilaban los cleros parroquiales con sus áureas cruces; los seminaristas con la frente baja y los ojos en el suelo, cruzadas las manos sobre el pecho; y en toda la extensión de la plaza, a la luz de los cirios, que brillaban con más fuerza en el crepúsculo, veíanse dos filas interminables de deslumbrante blancura, compuestas por los rizados roquetes y las albas de ricas blondas. Entre esta oleada de blanca espuma, pasaban llevadas en andas las reliquias en sus ricas urnas, las imágenes de plata con una ventana en el pecho, tras cuyo vidrio marcábase confusamente el cráneo del bienaventurado.»

Arroz y tartana

Vicente Blasco Ibáñez





Ante la Procesión del Corpus en la Iglesia Santos Juanes. Circa 1905

http://valenciablancoynegro.blogspot.com.es/2011/09/

El Corpus según Blasco Ibáñez. 17

«La multitud se arremolinó, movida por el regocijo, y exclamaciones de alegre curiosidad salieron de muchas bocas. Desfilaba la parte grotesca de la procesión, conservada por el espíritu tradicional como recuerdo de las épocas más religiosas de nuestra historia, que unían siempre el regocijo a la devoción.

En larga fila, contestando a las cuchufletas y carcajadas del gentío con burlescos saludos, aparecían las figuras más salientes del gran poema bíblico. David, con corona de latón, barba de crin y el floreado manto barriendo los adoquines, avanzaba pulsando los bramantes de su arpa de madera; Noé, encorvado como un arco, apoyado convulsivamente en su bastoncillo, enseñaba el palomo que llevaba en su diestra a aquella muchedumbre que reía locamente ante esta caricatura de la vejez; detrás venía Josué, un mozo de cordel vestido de centurión romano, apuntando con una espada enmohecida a un sol de hoja de lata y caminando a grandes zancadas como un pájaro raro; y cerraban el desfile las heroínas bíblicas, las mujeres fuertes del Antiguo Testamento, que salvaban al pueblo de Dios cortando cabezas o perforando sienes con un clavo, representadas todas ellas por mancebos barbilampiños, embadurnadas las mejillas con albayalde y bermellón y vestidos con trajes de odaliscas. Su paso producía escándalo. Las mujeres sonreían, y no faltaban chuscos que requebraban a aquellos mamarrachos, como si realmente fuesen jóvenes disfrazadas.»

Arroz y tartana

Vicente Blasco Ibáñez





Noé "L'Agüelo Colomet"

http://juanansoler.blogspot.com.es/

jueves, 15 de junio de 2017

El Corpus según Blasco Ibáñez. 16

«Entraron en la plaza las banderas de los gremios, llevando en su remate la imagen del santo patrón del oficio; y era de ver el entusiasmo con que aplaudía el público los prodigios de equilibrio de los portadores sosteniéndolas enhiestas sobre la palma de la mano, moviéndolas a compás del redoble de los enormes y viejos tambores que hacían sonar los toques de los tercios obreros en la guerra de las Germanías.

Después comenzó la parte monótona de la procesión. Un desfile de más de cien imágenes con sus correspondientes cofradías y asilos; más de un millar de cabezas que pasaban por debajo de los balcones con la raya partida y el pelo aceitoso o rizado. Al compás de los valses o marchas fúnebres que entonaban las bandas, contoneábanse los devotos cirio en mano; y el desfile de santos continuaba, lento, monótono, aplastante: unos, desnudos, con las carnes ensangrentadas y sin otra defensa del pudor que unas ligeras enagüillas; otros, vestidos con pesados ropajes de pedrería y oro. Pasaban los mártires con el rostro contraído por un gesto de fiero dolor, los místicos con los brazos extendidos y los ojos velados por el éxtasis de la felicidad; y tan pronto aparecía un santo con dorada mitra o rizada sobrepelliz, como lucía otro sobre su cabeza el acerado casco de guerrero.»

Arroz y tartana

Vicente Blasco Ibáñez




Personajes bíblicos. 1905

http://www.skyscrapercity.com/showthread.php?t=1694486&page=566

El Corpus según Blasco Ibáñez. 15

«Y entre el repique de las castañuelas y redoble de los atabales, avanzaban las cuatro parejas de gigantes, enormes mamarrachos cuyos peinados llegaban a los primeros pisos y que danzaban dando vueltas, hinchándose sus faldas como un colosal paracaídas.»

Arroz y tartana

Vicente Blasco Ibáñez





http://liturgia.mforos.com/

miércoles, 14 de junio de 2017

El Corpus según Blasco Ibáñez. 14

«Detrás iban los enanos, con sus enormes cabezas de cartón, que miraban a los balcones con los ojos mortecinos y sin brillo.»

Arroz y tartana

Vicente Blasco Ibáñez



http://liturgia.mforos.com/

martes, 13 de junio de 2017

El Corpus según Blasco Ibáñez. 13

«En el extremo de la plaza aparecieron las banderolas con las rojas barras de Aragón, y sonaron dulzainas pausada y majestuosamente, tañendo las melancólicas danzas del tiempo de los moriscos.»

Arroz y tartana

Vicente Blasco Ibáñez

Inicio de la procesión, la Senyera y les banderoles

http://liturgia.mforos.com/

lunes, 12 de junio de 2017

El Corpus según Blasco Ibáñez. 12

«Cada roca esparcía el terror y el regocijo a un tiempo. La movible batería de brazos disparaba ruidosa metralla, cubriendo el aire de objetos; los cristales caían rotos, y hasta las persianas quedaban desvencijadas bajo la granizada de confites.

En los balcones, las señoritas cubríanse el rostro con el abanico, temerosas al par que satisfechas de que las acribillasen con tan brutales obsequios. Abajo estaban los bravos, que por un chichón más o menos no querían mostrar miedo e insultaban a los de las rocas cuando se agotaban los proyectiles, hasta que aquéllos les arrojaban a la cabeza los cestones vacíos. Cada vez que caía un cartucho o un ramo sobre la gente, mil manos se levantaban ansiosas, originándose disputas por su posesión.

Pasó por fin la última roca, la Diablura, donde iba la gente de trueno, más atroz en sus obsequios y tenaz en proporcionar ganancias a los almacenes de cristales, y la calma se restableció en la plaza, comenzando a aclararse el gentío.

-¡La procesión! ¡Ya está ahí la procesión!

A este grito, las señoras mayores abandonaron las butacas de la sala, para apelotonarse en los balcones, teniendo a sus espaldas a los caballeros, que de vez en cuando se alzaban sobre las puntas de los pies para ver mejor.»

Arroz y tartana

Vicente Blasco Ibáñez




Roca "Diablera"

http://www.skyscrapercity.com/showthread.php?t=1694486&page=51

domingo, 11 de junio de 2017

El Corpus según Blasco Ibáñez. 11

«Las rocas, una tras otra, fueron desfilando por la plaza, produciendo cada una de ellas una verdadera revolución. Trotaban, arrastrando los pesados armatostes, las docenas de muías gordas y lustrosas salidas de las cuadras de los molinos, con los rabos encintados, las cabezas adornadas con vistosas borlas y entre las orejas tiesos y ondulantes penachos. Cogidos a sus bridas corrían los criados de los molineros, atletas de ligera alpargata, despechugados y con los brazos al aire, que, a la voz de "¡alto!", se colgaban de las cabezadas, haciendo parar en seco a las briosas bestias. Colgando de las traseras de los carromatos balanceábanse racimos de chicuelos, que al menor vaivén caían en la arena, saliendo milagrosamente de entre las patas de los caballos. En las plataformas iban los de la Lonja, tratantes en trigo, molineros, gente campechana y amiga del estruendo, que, en mangas de camisa, botonadura de diamantes y gruesa cadena de oro en el chaleco, arrojaban a los balcones con la fuerza de proyectiles los ramilletes húmedos y los cartuchos de confites duros como balas, con más almidón que azúcar.»

Arroz y tartana

Vicente Blasco Ibáñez




Roca de la Fe a su paso por la Plaza del Mercado

http://www.skyscrapercity.com/showthread.php?t=1694486&page=378

sábado, 10 de junio de 2017

El Corpus según Blasco Ibáñez. 10

«Ya habían sonado las cuatro. En los balcones abríanse, como flores gigantescas, sombrillas de brillantes colores, agitábanse grandes abanicos con aleteo de pájaro, y abajo la muchedumbre removíase inquieta, chocando con las apretadas filas de sillas que orlaban el arroyo. Sonó un rugido a un extremo de la plaza, e inmediatamente fue contestado por un griterío general.

--¡Ya están ahí...! ¡ya están ahí!

Y hubo empellones, codazos, remolinos de cabezas, empujando todos al que estaba delante para ver mejor.

A lo lejos, empequeñecida por la distancia, apareció la primera roca , en torno de la cual, como jinetes liliputienses, hacían caracolear sus caballos los soldados encargados de abrir paso. Un alegre cascabeleo dominaba los ruidos de la plaza y las voces enérgicas del postillón en traje de la huerta, que gritaba «¡ arre ! ¡ arre !» manejando con rara maestría una docena de ramales».

Arroz y tartana

Vicente Blasco Ibáñez




La Roca de San Vicente a su paso por la Lonja. 1910

http://valenciablancoynegro.blogspot.com.es/2014/06/

viernes, 9 de junio de 2017

El Corpus según Blasco Ibáñez. 09

«La plaza era un mar multicolor de cabezas. Los balcones estaban adornados con antiguas colgaduras de sólidos colores, las bocacalles vomitaban sin cesar nuevos grupos en el compacto gentío, y los pájaros que anidaban en los árboles del Mercado huían ante la granujería que, montada en las ramas, silbaba y gritaba a los de abajo, con la confianza del que está en su propia casa. El sol de verano caldeaba la muchedumbre, por entre la cual paseaban las chiquillas despeinadas y en chanclas, con el cántaro en la cadera, pregonando el agua fresca, y los mocetones de brazos hercúleos y arremangados, con pañuelo de seda en la cabeza, sosteniendo a pulso las pesadas heladoras y ofreciendo a gritos la horchata y el agua de cebada.»

Arroz y tartana

Vicente Blasco Ibáñez




Vendedor de agua de cebada. Reyno de Valencia siglo XIX

Cortesía de Jose Navarro Escrich


jueves, 8 de junio de 2017

El Corpus según Blasco Ibáñez. 08

«Detrás, presidiendo la comitiva, como muda invitación hecha al público para asociarse a la fiesta, iban en las carrozas municipales media docena de señores de frac, tendidos en los blasonados almohadones, llevando sobre el vientre, como emblema concejil, la roja cincha y saludando al público con un sombrerazo protector.

--¡Atrás, niñas!--dijo doña Manuela a sus hijas--. ¡Atrás, que vienen esos brutos!

Los brutos eran los de la _degòlla_: un pelotón de gañanes con la cara tiznada, gabanes de arpillera con furias pintadas, y coronados de hierba, que cerraban la marcha, repartiendo zurriagazos entre los curiosos que ocupaban la primera fila con sus garrotes de lienzo, más ruidosos que ofensivos.»

Arroz y tartana

Vicente Blasco Ibáñez





Personajes de "la degolla". 1910

http://juanansoler.blogspot.com.es/


miércoles, 7 de junio de 2017

El Corpus según Blasco Ibáñez. 07

«Y seguían detrás las dansetes , escuadrones de pillería disfrazada con mugrientos trajes de turcos y catalanes, indios y valencianos, sonando roncos panderos e iniciando pasos de baile; las banderas de los gremios, trapos gloriosos con cuatro siglos de vida, pendones guerreros de la revolucionaria menestralía del siglo XVI; la sacra leyenda, tan confusa como conmovedora, de la huida a Egipto; los Pecados capitales, con estrambóticos trajes de puntas y colorines, como bufones de la Edad Media, y al frente de ellos la Virtud, bautizada con el estrambótico nombre de la _Moma_; los Reyes Magos, haciendo prodigios de equitación; heraldos a caballo; jardineros municipales a pie, con grandes ramos; carrozas triunfales, todo revuelto, trajes y gestos, como un grotesco desfile de Carnaval, y alegrado por el vivo gangueo de las dulzainas, el redoble de los tamboriles y el marcial pasacalle de las bandas. »

Arroz y tartana

Vicente Blasco Ibáñez



"Els caballets" de la cabalgata del convite esperando su incorporación

juanansoler.blogspot.com.es/

martes, 6 de junio de 2017

El Corpus según Blasco Ibáñez. 06

«A las doce, cuando mayor era la concurrencia, las de Pajares salieron de la catedral, devocionario en mano y al puño el rosario de nácar y oro. Regresaban a casa después de oír misa, y al llegar frente a la Audiencia vieron correr la gente, oyendo al mismo tiempo un lejano tamborileo.

--¡La cabalgata! ¡La cabalgata!--gritaba la chiquillería corriendo por la calle de Caballeros. Y las de Pajares tuvieron que detenerse ante la muralla de curiosos agolpados al paso de la cabalgata.

Primero pasaron los portadores de las banderolas, con sus dalmáticas de seda con las barras aragonesas y altas coronas de latón sobre melenas y barbazas de estopa; tras ellos el cura municipal, el famoso «capellán de las _rocas_», jinete en brioso caballo encaparazonado de amarillo, el manteo de seda descendiendo desde el alzacuello a la cola del caballo, y enseñando la limpia y blanca tonsura al saludar con el bonete al público de los balcones.»

Arroz y tartana

Vicente Blasco Ibáñez


El Capellà de les Roques

VAHG

lunes, 5 de junio de 2017

El Corpus según Blasco Ibáñez. 05

«Así como avanzaba la mañana aumentaba el hormigueo en torno de las rocas, que, vistas de lejos, destacábanse como escollos sobre el oleaje de cabezas. El primer sol de verano abrillantaba como espejos las barnizadas tablas de los carromatos, doraba los mástiles, esparcía un polvillo de oro en la plaza, daba al gigantesco toldo una transparencia acaramelada, y este cuadro levantino, fuerte de luz, dulcificábase con el tono blanco de la muchedumbre, vestida de colores claros y cubierta con los primeros sombreros de paja.»

Arroz y tartana

Vicente Blasco Ibáñez




Custodia floral, al fondo las Rocas

http://juanansoler.blogspot.com.es/

domingo, 4 de junio de 2017

El Corpus según Blasco Ibáñez. 04

«Y todos estos carromatos, legados de la piedad jocosa de pasadas generaciones, eran admirados por el gentío, que, con un entusiasmo puramente meridional, se regocijaba pensando en la fiesta de la tarde, cuando las muías empenachadas se emparejasen en la aguda lanza y los carromatos conmoviesen las calles con sordo rodar, exuberantes las plataformas de arremangados mocetones disparando una lluvia de confites sobre el gentío.»

Arroz y tartana

Vicente Blasco Ibáñez




Las Rocas en su habitual emplazamiento ante la fachada de la Basílica de la Virgen de los Desamparados. La fotografía se realizó antes de 1912, pues en ese año se redujeron de altura como consecuencia de la puesta del tendido eléctrico para los tranvías



http://liturgia.mforos.com/

sábado, 3 de junio de 2017

El Corpus según Blasco Ibáñez. 03

«Allí estaba la roca Valencia, enorme ascua de oro, brillante y luminosa desde la plataforma hasta el casco de la austera matrona que simboliza la gloria de la ciudad; y después, erguidos sobre los pedestales los santos patronos de las otras _rocas_: San Vicente, con el índice imperioso, afirmando la unidad de Dios; San Miguel, con la espada en alto, enfurecido, amenazando al diablo sin decidirse a pegarle; la Fe, pobre ciega, ofreciendo el cáliz donde se bebe la calma del anulamiento; el Padre Eterno, con sus barbas de lino, mirando con torvo ceño a Adán y Eva, ligeritos de ropa como si presintiesen el verano, sin otra salvaguardia del pudor que el faldellín de hojas; la Virgen, con la vestidura azul y blanca, el pelo suelto, la mirada en el cielo y las manos sobre el pecho; y al final, lo grotesco, lo estrambótico, la bufonada, fiel remedo de la simpatía con que en pasadas épocas se trataban las cosas del infierno, la _roca Diablera_; Pintón coronado de verdes culebrones, con la roja horquilla en la diestra, y a sus pies, asomando entre guirnaldas de llamas y serpientes, los Pecados capitales, horribles carátulas con lacias y apolilladas greñas, que asustaban a los chicuelos y hacían reír a los grandes.»

Arroz y tartana

Vicente Blasco Ibáñez



Todocolección

viernes, 2 de junio de 2017

El Corpus según Blasco Ibáñez. 02

«Recordaban aquellas enormes fábricas de madera pintada, con su lanza semejante a un mástil de buque y sus ruedas cual piedras de molino, las carrozas sagradas de los ídolos indios o los carromatos simbólicos que güelfos y gibelinos llevaban a sus combates.

La gente pasaba revista con una curiosidad no exenta de ternura a la fila de rocas , como si su presencia despertara gratos recuerdos.»

Arroz y tartana

Vicente Blasco Ibáñez




http://juanansoler.blogspot.com.es/

jueves, 1 de junio de 2017

El Corpus según Blasco Ibáñez. 01

«La vela del Corpus, con sus anchas listas azules y blancas, sombreaba desde los altos mástiles la plaza de la Virgen.

La muchedumbre, endomingada, agitábase en torno de las rocas, admirando una vez más las carrozas tradicionales que todos los años salían a luz: pesados armatostes lavados y brillantes, pero con cierto aire de vetustez, luciendo en sus traseras, cual partida de bautismo, la fecha de construcción: el siglo XVII.»

Arroz y tartana

Vicente Blasco Ibáñez




1919

http://www.skyscrapercity.com/showthread.php?p=93332126