miércoles, 13 de abril de 2022

La Semana Santa Marinera según Blasco Ibáñez. 07

«Ya llegaban; oíase la música de los judíos que venían por su bandera. Dolores se vistió apresuradamente, mientras el capitán salía a la frontera de sus dominios a recibir el ejército.

Sonaban acompasados los tambores, y el vistoso escuadrón agitaba los pies, el cuerpo y la cabeza con rítmico contoneo, sin moverse del sitio, mientras Tonet y dos más, con gravedad imperturbable, subían al balcón por el estandarte.

Dolores vio a su cuñado en la escalera, y fue en ella instantáneo, fulminante el instinto de comparación. Parecía todo un militar, un general... algo que se separaba de la rudeza grotesca de los otros. No; Tonet no tenía las piernas tortuosas y tumefactas, sino esbeltas, ajustadas, elegantes, como aquellos señores tan simpáticos llamados don Juan Tenorio, el rey don Pedro o Enrique Lagardere, que tanto la habían conmovido recitando quintillas o dando estocadas en la escena del teatro de la Marina.

Ya iban todas las collas camino de la iglesia, con la música al frente, ondeante la negra bandera y ofreciendo desde lejos el aspecto de un tropel de brillantes insectos arrastrándose con incesante contoneo.

Comenzaba la ceremonia del encuentro. Marchaban por distintas calles dos procesiones; en la una la Virgen, dolorosa y afligida, escoltada por su guardia de sepulcrales granaderos, y en la otra Jesús, desmelenado y sudoroso, con la túnica morada hueca y cargada de oro, abrumado bajo el peso de la cruz, caído sobre los peñascos de corcho pintado que cubrían la peana, sudando sangre por todos los poros; y en torno de él, para que no se escapara, los inhumanos judíos que, para mayor carácter , ponían un gesto feroz de pocos amigos, y las vestas, con el capuchón calado y la cola arrastrando sobre los charcos, tan tétricas, tan sombrías, que los chicuelos rompían a llorar, refugiándose en los zagalejos de la madre.

Y los sordos parches siempre tronando, las trompetas lanzando sonidos desgarradores, lamentos prolongados de ternerillo en el matadero; y en medio de la chusma armada y feroz, niñas talluditas con los carrillos cargados de colorete, vestidas de odaliscas de ópera cómica, con un cantarillo al brazo para demostrar que eran la bíblica Samaritana , en las orejas y el pecho el brillante aderezo tomado a préstamo por sus madres y al aire las robustas pantorrillas con polonesas y medias rayadas.

¡Siñor! ... ¡Ay Siñor, Deu meu! - murmuraban con acento angustiado las viejas pescaderas, contemplando al ensangrentado Jesús en poder de la pillería excolmugada.

Entre los espectadores veíanse caras pálidas y ojerosas, bocas sonrientes, gente alegre que, después de una noche tormentosa, había venido de Valencia para reír un poco; y cuando se burlaban demasiado fuerte de los grotescos figurones, no faltaba algún soldado de Pilatos que agitaba el espadón amenazante, rugiendo con santa indignación:

-¡Morrals! ... ¡Morrals! ¿Veniu a burlarse?

¡A burlarse de una fiesta tan antigua como el mismo Cabañal!... ¡Señor! de Valencia habían de ser para atreverse a tanto».

Flor de mayo

Vicente Blasco Ibáñez



Procesión de los Pasos. Mañana del Viernes Santo


Las Provincias. 4 de abril de 1931

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