«El hambre de placeres se despertaba en él, rabiosa y dominadora. Jugaba en la taberna hasta que Cañamel lo ponía en la puerta a media noche; había probado todos los líquidos que se beben en la Albufera, incluso la absenta pura que traen los cazadores de la ciudad para mezclarla con el agua hedionda del lago, y más de una noche, al tenderse en su camastro de la barraca, los ojos del padre le habían seguido con expresión severa, percibiendo su paso inseguro y su respiración jadeante de alcoholizado. El abuelo protestaba con palabras de indignación. Santo y bueno que le gustase el vino; al fin vivían eternamente sobre el agua, y el buen barquero debe conservar la panza caliente… ¿Pero bebidas "compuestas"…? ¡Así empezó el viejo Sangonera!»
Cañas y barro
Vicente Blasco Ibáñez
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