martes, 31 de diciembre de 2024

La Navidad según Blasco Ibáñez. 14

«La humeante sopera descansó en el centro de la mesa, con el cucharón de plata metido en las entrañas, y rápidamente se llenaron los platos. ¡Soberbia sopa! Flotaban en su superficie las lunas de grasa, y entre las rebanaditas de pan impregnadas de suculento líquido, los menudillos de la gallina, las tiernas yemas de color de ámbar y los negruzcos hígados, que se deshacían al entrar en la boca. Todos comían con apetito, especialmente don Juan, que, a pesar de su sobriedad de avaro, era un tragón terrible al entrar en mesa ajena.

Rafael, en cuatro cucharadas, se tragó su ración, poniéndose al nivel de los demás cuando salió el cocido, dos fuentes magníficas, que exhalaban un vaho consolador, un tufillo alimenticio que se colaba hasta el fondo del estómago. En la una, las patatas amarillentas, los reventones garbanzos sacando fuera del estuche de piel su carne rojiza, la col, que se deshacía como manteca vegetal, los nabos blancos y tiernos, con su olorcillo amargo; y en la otra fuente las grandes tajadas de ternera, con su complicada filamenta y su brillante jugo; el tocino temblón como gelatina nacarada; la negra morcilla reventando, para asomar sus entrañas al través de la envoltura de tripa; y el escandaloso chorizo, demagogo del cocido, que todo lo pinta de rojo, comunicando al caldo el ardor de un discurso de club.

¡Hola! Ya se presentaba la gallina del puchero. ¿Que quién la parte? Juanito mismo.

Y el buen muchacho, obediente a la voz de su tío, púsose en pie, y empuñando un enorme tenedor y el afilado trinchante, hizo una carnicería que elevó protestas. Doña Manuela le miró severamente. Pero ¡cuán desmañado era!

Don Juan intervino, viendo que su sobrino se conmovía:

—Vaya, otra vez lo hará mejor el chico, ahora... a lo que estamos.

Y pasaron a los platos los trozos de la gallina: la jugosa pechuga, el cuello cartilaginoso, los melosos muslos y el armazón chorreando grasa, que chupaba doña Manuela con un regodeo de gata golosa».

Arroz y tartana

Vicente Blasco Ibáñez



Casa Torrent

Huevería, pollería y caza

Plaza Redonda

Colección Andrés Giménez


domingo, 29 de diciembre de 2024

La Navidad según Blasco Ibáñez. 13

«Visanteta, insensible a las miradas agradecidas del ama y contestando a sus palabras con gruñidos, seguía trabajando. Abrió el armario del aparador y puso sobre la mesa los entremeses: pepinillos destilando vinagre, aceitunas grises mezcladas con salitrosas alcaparras, sardinas de Nantes con su casaquilla plateada, rodajas de salchichón finas y transparentes, y frescos rábanos de encendido ropaje y tiesos moñetes de hojas, todo en verdes pámpanos de porcelana».

Arroz y tartana

Vicente Blasco Ibáñez



Salazones y conservas "Vicenta y Paco"

Mercado Central de Valencia

Todocolección

viernes, 27 de diciembre de 2024

La Navidad según Blasco Ibáñez. 12

«El primer día del año, a las ocho de la mañana, Concha y Amparo ya habían abandonado el lecho, extraña diligencia en ellas, que por lo común no se levantaban hasta las diez.

Ligeritas de ropa a pesar de la estación, revoloteaban alegremente por su cuarto, que ofrecía el desorden del despertar, en torno de las dos camitas de inmaculada blancura, que en sus arrugadas sábanas guardaban el calor de los cuerpos jóvenes y ese perfume de salud y de vida que exhalan las carnes sanas y virginales.

Allá fueron ellas, y al entrar vieron a Nelet el cochero en mangas de camisa, con un cuchillo en la mano, ocupado, con la gravedad de un sacrificador, en abrirle el gañote a un robusto capón que sostenía Visanteta por las patas. La otra criada de la casa, que la echaba de sensible y ejercía cerca de las señoritas las funciones de doncella, volvía la espalda al sacrificio y vigilaba las marmitas y cazuelas que hervían sobre los fogones del banco».

Arroz y tartana

Vicente Blasco Ibáñez



Desplumando aves en el matadero de la calle Pelayo

miércoles, 25 de diciembre de 2024

La Navidad según Blasco Ibáñez. 11

«…entraron otra vez en el Trench, buscando los postres, la tiendecilla del turronero establecido en un portal.

Allí estaba el de Jijona, con sombrerón de terciopelo, traje de paño negro y el ancho cuello de la camisa sujeto por un broche de plata. Al lado la mujer, con su rostro redondo y sonrosado de manzana y el pelo estirado cruelmente hacia la nuca, cayendo en gruesa trenza por la espalda sobre la pañoleta de vistosos colores. La mesa blanca, de inmaculada pureza, sustentaba, formando columna, las cajitas de áspera película conteniendo el harinoso turrón, los cajones de peladillas y las uvas puntiagudas, hábilmente conservadas, lustrosas y transparentes, como de cera, y con un delicado color de ámbar».

Arroz y tartana

Vicente Blasco Ibáñez



Establecimientos Barrachina

Plaza del Caudillo (actual del Ayuntamiento)

http://elalmendro.es/

lunes, 23 de diciembre de 2024

La Navidad según Blasco Ibáñez. 10

«Todavía faltaba lo más importante: el pavo, protagonista de la gastronómica fiesta; y la señora y su cochero, empujados rudamente por la corriente humana, atravesaron una profunda portada semejante a un túnel, viéndose en el -Clot-, en la plaza Redonda, que parecía un circo con su doble fila de balcones.

Sobre el rumor del gentío, que encerrado y oprimido en tan estrecho espacio tenía bramidos de amor tempestuoso, destacábase el agudo chillido de la aterrada gallina, el arrullo del palomo, el trompeteo insolente del gallo, matón de roja montera, agresivo y jactancioso, y el monótono y discordante quejido del triste pato, que, vulgar hasta en su muerte, sólo conseguía atraerse la atención de los compradores pobres.

Sobre el suelo, con las patas atadas, recordando tal vez en aquella atmósfera de sofocación y estruendo las tranquilas llanuras de la Mancha o las polvorientas carreteras por donde vinieron siguiendo la caña del conductor, estaban los pavos, con sus pardas túnicas y rojas caperuzas, graves, melancólicos, reflexivos, formando coro como cónclave de sesudos cardenales y moviendo filosóficamente su moco inflamado, para lanzar siempre el mismo cloc-cloc-cloc prolongado hasta lo infinito.

Doña Manuela buscó lo más raro y costoso del Mercado: tres pares de perdices, que bailoteaban con descoco dentro de una jaula, mostrando sus polonesas encarnadas. Visanteta las arreglaría para la cena de la noche. Después compró el pavo, un animal enorme que Nelet cogió con cariño casi fraternal, después de tentarle varias veces los muslos con una admiración que estallaba en brutales carcajadas».

Arroz y tartana

Vicente Blasco Ibáñez



Mercado de aves

Plaza Redonda


sábado, 21 de diciembre de 2024

La Navidad según Blasco Ibáñez. 09

«Otra vez las compras; pero ahora fuera de la plaza, en la calle del Trench. Allí estaban las gallineras en sus mesas empavesadas de aves muertas colgando del pico, con la cresta desmayada, y cayéndoles como faldones de dorada casaca las rubias mantecas. Las salchicherías exhalaban por sus puertas acre olor de especias, con cortinajes de seca longaniza en los escaparates y filas de jamones tapizando las paredes; las tocinerías tenían el frontis adornado con pabellones de morcilla y la blanca manteca en palanganas de loza, formando puntiagudas pirámides de sorbetes, y los despachos de los atuneros exhibían los aplastados bacalaos que rezuman sal; las tortugas, que colgantes de un garfio patalean furiosas en el espacio, estirando fuera de la concha su cabeza de serpiente; las pintarrajeadas magras del atún fresco, y las ristras de colmillos de pez, amarillentos y puntiagudos, que las madres compran para la dentición de los niños».

Arroz y tartana

Vicente Blasco Ibáñez



Calle del Trench desde la Plaza Lope de Vega

jueves, 19 de diciembre de 2024

La Navidad según Blasco Ibáñez. 08

«La peregrinación prosiguió a lo largo de unas mesas en las cuales, bajo toldos de madera, estaban apiladas las frutas del tiempo: las manzanas amarillas con la transparencia lustrosa de la cera; las peras cenicientas y rugosas atadas en racimos y colgantes de los clavos; las naranjas doradas formando pirámides sobre un trozo de arpillera, y los melones mustios por una larga conservación, estrangulados por el cordel que los sostenía días antes de los costillares de la barraca, con la corteza blanducha, pero guardando en su interior la frescura de la nieve y la empalagosa dulzura de la miel. A un extremo del mercadillo, cerca del Repeso, los panaderos con sus mesas atestadas de libretas blancas y morenas, prolongadas unas, como barcos, y redondas y con festones otras, como bonetes de paje; y un poco más allá, los «tíos» de Elche mostrando sus enormes sombreros tras la celosía formada por los racimos de dátiles de un amarillo rabioso».

Arroz y tartana

Vicente Blasco Ibáñez



Plaza del Mercado

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martes, 17 de diciembre de 2024

La Navidad según Blasco Ibáñez. 07

«Doña Manuela iba siguiendo los callejones tortuosos formados por las mesas cercanas al mercadillo de las flores. Allí estaba toda la aristocracia del Mercado, la sangre azul de la reventa, las mozas guapas y las matronas de tez tostada y espléndidas carnes, con su aderezo de perlas y pañuelo de seda de vivos colores. Doña Manuela continuaba haciendo sus compras, deteniéndose ante los productos raros y extraños para la estación que puede ofrecer una huerta fecunda, cuyas entrañas jamás descansan y que el clima convierte en invernadero. En lechos de hojas estaban alineados y colocados con cierto arte los pimientos y tomates, con sus rubicundeces falsas de productos casi artificiales; los guisantes en sus verdes fundas; todo apetitoso y exótico, pero tan caro, que al oír sus precios retrocedían con asombro los buenos burgueses que por espíritu de economía iban al Mercado con la espuerta bajo la raída capa.

Allí era donde resultaba más insufrible el monótono zumbido del Mercado. El techo bajo de los pórticos repercutía y agrandaba las voces de los compradores. Un hedor repugnante de carne cruda impregnaba el ambiente, y sobre la línea de mostradores ostentábanse los rojos costillares pendientes de garfios, las piernas de toro con sus encarnados músculos asomando entre la amarillenta grasa con una armonía de tonos que recordaba la bandera nacional, y los cabritos desollados, con las orejas tiesas, los ojos llorosos y el vientre abierto, como si acabase de pasar un Herodes exterminando la inocencia».

Arroz y tartana

Vicente Blasco Ibáñez



Carnes Eliseo

Mercado Central de Valencia

Diciembre de 1961

Portada del semanario "Valencia atracción"

domingo, 15 de diciembre de 2024

La Navidad según Blasco Ibáñez. 06

«Doña Manuela marchaba por el estrecho callejón que formaban las huertanas, sentadas en silletas de esparto, teniendo en el regazo la mugrienta balanza, y sobre los cestos, colocados boca abajo, las frescas verduras. Allí, los obscuros manojos de espinacas; las grandes coles, como rosas de blanca y rizada blonda encerradas en estuches de hojas; la escarola con tonos de marfil; los humildes nabos de color de tierra, erizados todavía de sutiles raíces semejantes a canas; los apios, cabelleras vegetales, guardando en sus frescas bucles el viento de los campos, y los rábanos, encendidos, destacándose como gotas de sangre sobre el mullido lecho de hortalizas. Más allá, filas de sacos mostrando por sus abiertas bocas las patatas de Aragón, de barnizada piel, y tras ellos los churros , cohibidos y humildes, esperando quien les compre la cosecha, arrancada a una tierra ingrata en fuerza de arañar todo un año sus entrañas sin jugo.

Andábase con dificultad, temiendo meter el pie en las esteras de esparto redondas y de altos bordes, en las cuales amontonábanse, formando pirámide, las lustrosas castañas de color chocolate y las avellanas, que exhalaban el acre perfume de los bosques. Las nueces lanzaban en sus sacos un alegre cloc-cloc cada vez que la mano del comprador las removía para apreciar su calidad; y un poco más adentro, como un tesoro difícil de guardar, estaba en pequeños sacos la aristocracia del casquijo, las bellotas dulzonas, atrayendo las miradas de los golosos».

Arroz y tartana

Vicente Blasco Ibáñez



Plaza del Mercado

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viernes, 13 de diciembre de 2024

La Navidad según Blasco Ibáñez. 05

«En este ancho espacio, que es para Valencia vientre y pulmón a un tiempo, el día de Nochebuena reinaba una agitación que hacía subir hasta más arriba de los tejados un sordo rumor de colosal avispero.

La plaza, con sus puestos de venta al aire libre, sus toldos viejos, temblones al menor soplo del viento, y bañados por el rojo sol con una transparencia acaramelada, sus vendedores vociferantes, su cielo azul sin nube alguna, su exceso de luz que lo doraba todo a fuego, desde los muros de la Lonja a los cestones de caña de las verduleras, y su vaho de hortalizas pisoteadas y frutas maduras prematuramente por una temperatura siempre cálida, hacía recordar las ferias africanas, un mercado marroquí con su multitud inquieta, sus ensordecedores gritos y el nervioso oleaje de los compradores.

La multitud, chocando cestas y capazos, arremolinábase en el arroyo central; dábanse tremendos encontrones los compradores; algunos, al mirar atrás, tropezaban rudamente con los mástiles de los toldos, y más de una vez, los que con el cesto de la compra a los pies regateaban tenazmente eran sorprendidos por el embate brutal y arrollador del agitado mar de cabezas. Algunos carros cargados de hortalizas avanzaban lentamente rompiendo la corriente humana, y al sonar el pito del tranvía que pasaba por el centro de la plaza, la gente apartábase lentamente, abriendo paso al jamelgo que tiraba del charolado coche, atestado de pasajeros hasta las plataformas. Sobre el zumbido confuso y monótono que producían los miles de conversaciones sostenidas a la vez en toda la plaza, destacábanse los gritos de los vendedores sin puesto fijo, agudos y rechinantes unos, como chillido de pájaro pedigüeño, graves y foscos otros, como si ofreciesen la mercancía con mal humor».

Arroz y tartana

Vicente Blasco Ibáñez



Plaza del Mercado. 1890

Antonio Esplugas


miércoles, 11 de diciembre de 2024

La Navidad según Blasco Ibáñez. 04

«Frente a la Lonja, el Principal, pobrísimo edificio, mezquino cuerpo de guardia, por cuya puerta pasea el centinela arma al brazo, con aire aburrido, rozando con su bayoneta a los soldados libres de servicio, que digieren el insípido rancho contemplando el oleaje de alimentos que se extiende por la plaza. Más allá, sobre el revoltijo de toldos, el tejado de cinc del mercadillo de las flores; a la derecha, las dos entradas de los pórticos del Mercado Nuevo, con las chatas columnas pintadas de amarillo rabioso; en el lado opuesto, la calle de las Mantas, como un portalón de galera antigua, empavesada con telas ondeantes y multicolores que las tiendas de ropas cuelgan como muestra de los altos balcones; en torno de la plaza, cortados por las bocacalles, grupos de estrechas fachadas, balcones aglomerados, paredes con rótulos, y en todos los pisos bajos, tiendas de comestibles, ropas, drogas y bebidas, luciendo en las puertas, como título del establecimiento, cuantos santos tiene la corte celestial y cuantos animales vulgares guarda la escala zoológica».

Arroz y tartana

Vicente Blasco Ibáñez









lunes, 9 de diciembre de 2024

La Navidad según Blasco Ibáñez. 03

«Doña Manuela permaneció inmóvil algunos minutos en la bocacalle. Parecía mareada y confusa por el ruidoso oleaje de la multitud; pero en realidad, lo que más la turbaba eran los pensamientos que acudían a su memoria. Conocía bien la plaza; había pasado en ella una parte de su juventud, y cuando de tarde en tarde iba al Mercado por ser víspera de festividad en que se encendían todos los hornillos de su cocina, experimentaba la impresión del que tras un largo viaje por países extraños vuelve a su verdadera patria.

¡Cómo estaba grabado en su memoria el aspecto de la plaza! La veía cerrando los ojos y podía ir describiéndola sin olvidar un solo detalle. Desde el lugar que ocupaba veía al frente la iglesia de los Santos Juanes, con su terraza de oxidadas barandillas, teniendo abajo, casi en los cimientos, las lóbregas y húmedas covachuelas donde los hojalateros establecen sus tiendas desde fecha remota. Arriba, la fachada de piedra lisa, amarillenta, carcomida, con un retablo de gastada es cultura, dos portadas vulgares, una fila de ventanas bajo el alero, santos berroqueños al nivel de los tejados, y como final, el campanil triangular con sus tres balconcillos, su reloj descolorido y descompuesto, rematado todo por la fina pirámide, a cuyo extremo, a guisa de veleta y posado sobre una esfera, gira pesadamente el pájaro fabuloso, el popular "pardalot" con su cola de abanico».

Arroz y tartana

Vicente Blasco Ibáñez



Plaza del Mercado. 1888

sábado, 7 de diciembre de 2024

La Navidad según Blasco Ibáñez. 02

«¡Gran Dios...! ¡cuánta gente! Valencia entera estaba allí. Todos los años ocurría lo mismo en el día de Nochebuena. Aquel mercado extraordinario, que se prolongaba hasta bien entrada la noche, resultaba una festividad ruidosa, la explosión de alegría y bullicio de un pueblo que entre montones de alimentos y aspirando el tufillo de las mil cosas que satisfacen la voracidad humana, regocijábase al pensar en los atracones del día siguiente. En aquella plaza larga, ligeramente arqueada y estrecha en sus extremos, como un intestino hinchado, amontonábanse las nubes de alimentos que habían de desparramarse como nutritiva lluvia sobre las mesas, satisfaciendo la gigantesca gula de la Navidad, fiesta gastronómica, que es como el estómago del año».

Arroz y tartana

Vicente Blasco Ibáñez



Plaza del Mercado

jueves, 5 de diciembre de 2024

La Navidad según Blasco Ibáñez. 01

«A las tres de la tarde entró doña Manuela en la plaza del Mercado, envuelto el airoso busto en un abrigo cuyos faldones casi llegaban al borde de la falda, cuidadosamente enguantada, con el limosnero al puño y velado el rostro por la tenue blonda de la mantilla.

Tras ella, formando una pareja silenciosa, marchaban el cochero y la criada: un mocetón de rostro carrilludo y afeitado que respiraba brutal jocosidad, luciendo con tanta satisfacción como embarazo los pesados borceguíes, el terno azul con vivos rojos y botones dorados y la gorra de hule de ancho plato, y a su lado una muchacha morena y guapota, con peinado de rodete y agujas de perlas, completando este tocado de la huerta su traje mixto, en el que se mezclaban los adornos de la ciudad con los del campo.

El cochero, con una enorme cesta en la mano y una espuerta no menor a la espalda, tenía la expresión resignada y pacienzuda de la bestia que presiente la carga. La muchacha también llevaba una cesta de blanco mimbre, cuyas tapas movíanse al compás de la marcha, haciendo que el interior sonase a hueco; pero no se preocupaba de ella, atenta únicamente a mirar con ceño a los transeúntes demasiado curiosos o a pasear ojeadas hurañas de la señora al cochero o viceversa. Cuando, doblando la esquina, entraron los tres en la plaza del Mercado, doña Manuela se detuvo como desorientada».

Arroz y tartana

Vicente Blasco Ibáñez



Plaza del Mercado

?

martes, 3 de diciembre de 2024

Uno cantó una canción respetuosa al siñor don Paco

«La comitiva, abrumada por la embriaguez y el cansancio, pareció recobrar nueva vida frente a la casa de Cañamel, como si al través de las rendijas de la puerta llegase a todos el perfume de los toneles.

Uno cantó una canción respetuosa al siñor don Paco, halagándole para que abriese, apellidándolo "la flor de los amigos"y prometiendo las simpatías de todos si llenaba el pellejo. Pero la casa permaneció silenciosa: no se movió una ventana; no sonó el más leve ruido en su interior.

En la segunda copla ya le hablaban de tú al pobre Cañamèl, y la voz de los cantores temblaba con cierta irritación que prometía una lluvia de insolencias.

Tonet mostrábase inquieto.

—¡Che…! ¡no en feu el porc! —decía a sus amigos con acento paternal».

Cañas y barro

Vicente Blasco Ibáñez



Fotograma de la serie de TVE "Cañas y barro"

domingo, 1 de diciembre de 2024

Con frecuencia creía llegado el momento de echar la carga en el suelo y preparaba el vaso para «refrescar»

«Toda la juventud del Palmar, con su vieja arma al hombro, marchaba en apretado grupo tras el dulzainero y los músicos, que agarraban sus instrumentos con la manta, temiendo el frío contacto del metal. Sangonera cerraba la comitiva, cargado con el pellejo de vino. Con frecuencia creía llegado el momento de echar la carga en el suelo y preparaba el vaso para «refrescar».

Comenzaba la copla uno de los cantores, entonando los dos primeros versos con acompasado baqueteo del tamborcillo, y le contestaba otro completando la redondilla. Generalmente, los dos últimos versos eran los más maliciosos, y mientras la dulzaina y los instrumentos de metal saludaban la terminación de la copla con un ruidoso ritornello, la gente joven prorrumpía en gritos y agudos relinchos y hacía salva disparando al aire sus retacos.

¡El diablo que durmiera aquella noche en el Palmar! Las mujeres, desde la cama, seguían mentalmente la marcha de la serenata, estremeciéndose con el estrépito y el tiroteo, y adivinaban su paso de una puerta a otra por las alusiones mortificantes con que saludaban a cada vecino».

Cañas y barro

Vicente Blasco Ibáñez



Fotograma de la serie de TVE "Cañas y barro"

viernes, 29 de noviembre de 2024

Y la serenata de les albaes comenzó a rodar en la noche obscura y fría

«Antes de media noche, el frío disolvió la fiesta. Las familias se retiraban a sus barracas, pero quedaron en la plaza los jóvenes, la gente alegre y brava del pueblo, que se pasaba los tres días de fiesta en continua embriaguez. Presentábanse con la escopeta o el retaco al hombro, como si para divertirse en un pueblo pequeño, donde todos se conocían, fuese preciso tener el arma al alcance de la mano.

Organizábanse les albaes. Había que pasar la noche, según la costumbre tradicional, corriendo el pueblo de puerta en puerta, cantando en honor de todas las mujeres jóvenes y viejas del Palmar, y para esta tarea los cantadores disponían de un pellejo de vino y varias botellas de aguardiente. Algunos músicos de Catarroja, muchachos de buena voluntad, se comprometieron a corear la dulzaina de Dimoni con sus instrumentos de metal, y la serenata de les albaes comenzó a rodar en la noche obscura y fría, guiada por una antorcha del baile».

Cañas y barro

Vicente Blasco Ibáñez



Nit d'albaes

miércoles, 27 de noviembre de 2024

Después venía el ú y el dos, baile más vivo, animado por coplas

«Grandes hachones de cera, que servían en la iglesia para los entierros, iluminaban la plaza. Dimoni tocaba con su dulzaina las antiguas contradanzas valencianas, la cháquera vella o el baile al estilo de Torrente, y las muchachas del Palmar danzaban ceremoniosamente, dándose la mano, cruzándose las parejas, como damas de empolvada peluca que se hubieran disfrazado de pescadores para bailar una pavana a la luz de las antorchas. Después venía el ú y el dos, baile más vivo, animado por coplas, y las parejas saltaban briosamente, promoviéndose una tempestad de gritos y relinchos cuando alguna muchacha, al girar como una peonza, mostraba sus medias bajo la ondeante rueda de los zagalejos».

Cañas y barro

Vicente Blasco Ibáñez



Un baile en la huerta

Gómez Durán

lunes, 25 de noviembre de 2024

La discusión entre los esposos fue tan acalorada, que Neleta lloró

«Neleta intervenía, asustada por la amenaza. Le recomendaba la calma; debía pensar que era él quien había buscado a Tonet. Además, a los Palomas los miraba ella como de la familia: la habían protegido en la mala época.

Pero Cañamel, con una testarudez de niño, repetía sus amenazas. Con el tío Paloma, bueno: estaba dispuesto a ir a todas partes. Pero o Tonet se enmendaba, o rompía con él. Cada cual en su puesto; no quería partir más sus ganancias con aquel majo que sólo sabía explotarle a él y al pobre abuelo. El dinero le costaba mucho de ganar, Y no toleraba abusos.

La discusión entre los esposos fue tan acalorada, que Neleta lloró, y por la noche no quiso ir a la plaza, donde se celebraba el baile».

Cañas y barro

Vicente Blasco Ibáñez



Fotograma de la serie de TVE "Cañas y barro"

sábado, 23 de noviembre de 2024

Todo se lo agradecían al otro, como si Cañamel no fuese nadie

«Este mal humor le acompañó todo el día. Su mujer, adivinando el estado de su ánimo, tuvo que hacer esfuerzos de amabilidad durante la gran comida con que obsequiaron en el piso alto de la taberna al predicador y a los músicos. Hablaba de la enfermedad de su pobre Paco, que le ponía muchas veces de un humor endiablado, rogando a todos que le perdonasen. A media tarde, cuando la barca-correo se llevó a la gente de Valencia, el irritado Cañamel, viéndose solo con su mujer, pudo soltar toda la bilis.

Ya no toleraba por más tiempo al Cubano. Con el abuelo si se entendía bien, por ser hombre trabajador, que cumplía sus compromisos; pero aquel Tonet era un perezoso, que se burlaba de él, aprovechando su dinero para darse una vida de príncipe, sin más méritos que su fortuna en el sorteo de la Comunidad. Hasta le quitaba la poca satisfacción que podía proporcionarle gastar tanto dinero en la fiesta. Todo se lo agradecían al otro, como si Cañamel no fuese nadie, como si no saliese de su bolsillo el dinero para la explotación del redolí y todos los resultados de la pesca no se le debieran a él. Acabaría por echar de su casa a aquel vago, aunque perdiese con ello el negocio».

Cañas y barro

Vicente Blasco Ibáñez



Fotograma de la serie de TVE "Cañas y barro"

jueves, 21 de noviembre de 2024

Parecía que no era su dinero el que pagaba la fiesta: todos los plácemes iban a Tonet

«De Cañamel nadie se acordaba, a pesar de su aspecto majestuoso y de la gran cadena de oro que aserraba su abdomen. Parecía que no era su dinero el que pagaba la fiesta: todos los plácemes iban a Tonet, en su calidad de dueño de la Sequiota. Para aquella gente, el que no era de la Comunidad de Pescadores no merecía respeto. Y el tabernero sentía crecer en su interior el odio hacia el Cubano, que poco a poco se apoderaba de lo suyo».

Cañas y barro

Vicente Blasco Ibáñez



Fotograma de la serie de TVE "Cañas y barro"