lunes, 14 de abril de 2025

La Semana Santa Marinera según Blasco Ibáñez. 09

«Comenzaba la ceremonia del encuentro. Marchaban por distintas calles dos procesiones; en la una la Virgen, dolorosa y afligida, escoltada por su guardia de sepulcrales granaderos, y en la otra Jesús, desmelenado y sudoroso, con la túnica morada hueca y cargada de oro, abrumado bajo el peso de la cruz, caído sobre los peñascos de corcho pintado que cubrían la peana, sudando sangre por todos los poros; y en torno de él, para que no se escapara, los inhumanos judíos que, para mayor carácter , ponían un gesto feroz de pocos amigos, y las vestas , con el capuchón calado y la cola arrastrando sobre los charcos, tan tétricas, tan sombrías, que los chicuelos rompían a llorar, refugiándose en los zagalejos de la madre.

Y los sordos parches siempre tronando, las trompetas lanzando sonidos desgarradores, lamentos prolongados de ternerillo en el matadero; y en medio de la chusma armada y feroz, niñas talluditas con los carrillos cargados de colorete, vestidas de odaliscas de ópera cómica, con un cantarillo al brazo para demostrar que eran la bíblica Samaritana , en las orejas y el pecho el brillante aderezo tomado a préstamo por sus madres y al aire las robustas pantorrillas con polonesas y medias rayadas.

¡Siñor! ... ¡Ay Siñor, Deu meu! - murmuraban con acento angustiado las viejas pescaderas, contemplando al ensangrentado Jesús en poder de la pillería excolmugada».

Flor de Mayo

Vicente Blasco Ibáñez



Semana Santa Marinera

Foto Desfilis

Bivaldi

sábado, 12 de abril de 2025

La Semana Santa Marinera según Blasco Ibáñez. 08

«Ya llegaban; oíase la música de los judíos que venían por su bandera. Dolores se vistió apresuradamente, mientras el capitán salía a la frontera de sus dominios a recibir el ejército.

Sonaban acompasados los tambores, y el vistoso escuadrón agitaba los pies, el cuerpo y la cabeza con rítmico contoneo, sin moverse del sitio, mientras Tonet y dos más, con gravedad imperturbable, subían al balcón por el estandarte.

Dolores vió a su cuñado en la escalera, y fue en ella instantáneo, fulminante el instinto de comparación. Parecía todo un militar, un general... algo que se separaba de la rudeza grotesca de los otros. No; Tonet no tenía las piernas tortuosas y tumefactas, sino esbeltas, ajustadas, elegantes, como aquellos señores tan simpáticos llamados don Juan Tenorio, el rey don Pedro o Enrique Lagardere, que tanto la habían conmovido recitando quintillas o dando estocadas en la escena del teatro de la Marina.

Ya iban todas las collas camino de la iglesia, con la música al frente, ondeante la negra bandera y ofreciendo desde lejos el aspecto de un tropel de brillantes insectos arrastrándose con incesante contoneo».

Flor de Mayo

Vicente Blasco Ibáñez



Semana Santa Marinera

Foto Desfilis

Bivaldi

jueves, 10 de abril de 2025

La Semana Santa Marinera según Blasco Ibáñez. 07

«El Retor era por herencia capitán de los judíos, y todavía de noche saltó de la cama para embutirse en el hermoso traje guardado en el arcón durante el resto del año y considerado por toda la familia como el tesoro de la casa.

¡Válgale Dios y qué angustias pasaba el pobre Retor, cada año más rechoncho y fornido, para embutirse en la apretada malla de algodón!

Su mujer, en ropas menores, al aire la exuberante pechuga, zarandeábale tirando de un lado, apretando por otro, para ajustar dentro del mallón las cortas piernas y el vientre de su Retor , mientras que Pascualet, sentado en la cama, miraba con asombro á su padre, como si no le reconociera con aquel casco de indio bravo erizado de plumajes y el terrible sable de caballería que al menor movimiento chocaba contra los muebles y rincones, produciendo un estrépito de mil diablos.

Por fin terminó el penoso tocado. Algo mal estaba, pero ya era hora de acabar. Las ropas interiores, arrolladas por la opresión de la malla, apelotonábanse, y las piernas del judío parecían plagadas de tumores; apretábale el vientre el maldito calzón hasta hacerle palidecer; la celada, por exceso de engrase, le caía sobre el rostro, lastimándole la nariz; pero ¡la dignidad ante todo! y tirando del sablote é imitando con voz sonora el redoble del tambor, púsose a dar majestuosas zancadas por la habitación, como si su hijo fuese un príncipe á quien hacía guardia.

Dolores le miraba con sus ojos dorados y misteriosos ir de un lado á otro como un oso enjaulado. Tentábanla a la risa las piernas tortuosas; pero no; mejor estaba vestido así que cuando volvía a casa por la noche con el traje alquitranado y el aire de una bestia abrumada por el cansancio».

Flor de Mayo

Vicente Blasco Ibáñez



Semana Santa Marinera

Foto Desfilis

Bivaldi

martes, 8 de abril de 2025

La Semana Santa Marinera según Blasco Ibáñez. 06

«Las collas se habían reunido, y en filas de a cuatro marchaban tiesos, solemnes y admirados como vencedores. Iban a la casa de sus capitanes para recoger las banderas que ondeaban en el tejado, fúnebres estandartes de terciopelo negro que ostentaban bordados los horripilantes atributos de la Pasión».

Flor de Mayo

Vicente Blasco Ibáñez



Semana Santa Marinera

Foto Desfilis

Bivaldi

domingo, 6 de abril de 2025

La Semana Santa Marinera según Blasco Ibáñez. 05

«Corrían tras ellos los muchachos, embobados por los vistosos uniformes; madres, hermanas y amigas admirábanles desde las puertas, lanzando un ¡Reina y siñora, qué guapos van! y la mascarada piadosa servía para recordar a la humanidad olvidadiza y pecaminosa que antes de una hora Jesús y su madre iban a encontrarse en mitad de la calle de San Antonio, casi a la puerta de la taberna del tío Chulla.

Conforme avanzaba el día y la luz azulada del amanecer tomaba los tintes rosados y calientes de la mañana, aumentaba en las calles el ronquido estrepitoso de los tambores, el toque de cornetas y las marciales marchas de las músicas, como si un ejército invadiese el Cabañal».

Flor de Mayo

Vicente Blasco Ibáñez



Semana Santa Marinera

Camino de "El Encuentro"

Foto Desfilis

Bivaldi

viernes, 4 de abril de 2025

La Semana Santa Marinera según Blasco Ibáñez. 04

«Pasaban después los judíos, fieros mamarrachos que parecían arrancados de un escenario humilde donde se representasen dramas de la Edad Media con ropería pobre y convencional. Era su indumentaria la que el vulgo conoce con el nombre vago y acomodaticio de traje de guerrero ; tonelete cuajado de lentejuelas, bordados y franjas, como la túnica de un apache; casco rematado por un escandaloso penacho de rabo de gallo y los miembros ceñidos por un tejido grueso de algodón que modestamente imitaba la malla de acero. Y como colmo de la caricatura y el despropósito, con las fúnebres vestas y los imponentes judíos, pasaban los granaderos de la Virgen, buenos mozos, con enormes mitras semejantes a las gorras de los soldados del gran Federico y un uniforme negro adornado con galones de plata que parecían arrancados de algún ataúd.

Era caso de reír ante tan extrañas cataduras; pero a ver quién era el guapo que se atrevía a ello ante el fervor profesional que se notaba en todos los rostros atezados y graves. Además, no tan impunemente puede uno reírse de los cuerpos armados; y judíos y granaderos, para la custodia de Jesús crucificado o de su madre, llevaban desenvainadas todas las armas blancas conocidas de la edad primitiva al presente; desde el enorme sable de caballería hasta el espadín de músico mayor».

Flor de Mayo

Vicente Blasco Ibáñez



Semana Santa Marinera

Foto Desfilis

Bivaldi

miércoles, 2 de abril de 2025

La Semana Santa Marinera según Blasco Ibáñez. 03

«Veíase a lo lejos, como pelotón de negras cucarachas, los encapuchados, las vestas, con la aguda y enorme caperuza de astrólogo o juez inquisitorial, el antifaz de paño arrollado sobre la frente, una larga varilla de ébano en la mano, y caída sobre el brazo la larga cola del fúnebre ropón. Algunos, como suprema coquetería, llevaban enaguas de deslumbrante blancura, rizadas y encañonadas, y asomando por bajo de ellas los recogidos pantalones y las botas con elásticos, dentro de las cuales el enorme pie, acostumbrado a ensancharse con libertad sobre la arena, sufría indecibles angustias».

Flor de Mayo

Vicente Blasco Ibáñez




Semana Santa Marinera

Foto Desfilis

Bivaldi

lunes, 31 de marzo de 2025

La Semana Santa Marinera según Blasco Ibáñez. 02

«La chavalería del pueblo echábase a la calle disfrazada con los extraños trajes de una mascarada tradicional, que no otra cosa resultaba la procesión del Encuentro».

Flor de Mayo

Vicente Blasco Ibáñez



Semana Santa Marinera

Foto Desfilis

Bivaldi

sábado, 29 de marzo de 2025

La Semana Santa Marinera según Blasco Ibáñez. 01

«Tronaba en las calles del Cabañal, a pesar de que el día amaneció sereno.

La gente echábase de la cama aturdida por el ruido sordo e incesante, igual al tableteo de lejanos truenos. Las buenas vecinas, desgreñadas, con los ojos turbios y ligeras de ropas, salían a las puertas para ver a la azulada luz del alba cómo pasaban los fieros judíos, autores de tanto estrépito, golpeando los parches de sus destemplados y fúnebres atabales.

Los más grotescos figurones asomaban en las esquinas, como si, barajándose el almanaque, Carnaval hubiese caído en Viernes Santo».

Flor de Mayo

Vicente Blasco Ibáñez



Semana Santa Marinera

Levante EMV

jueves, 27 de marzo de 2025

Cañamel se agravaba en sus dolencias: no era aprensión

«En las conversaciones con su abuelo se había enterado de la enfermedad de Cañamel. En el Palmar no se hablaba de otra cosa, por ser el tabernero la primera persona del pueblo, ya que casi odos, en los momentos de apuro, solicitaban sus favores. Cañamel se agravaba en sus dolencias: no era aprensión, como todos creían al principio. Su salud estaba quebrantada; pero al verle cada vez más grueso, más hinchado, desbordando grasa, la gente declaraba con gravedad que iba a morir de exceso de salud y buena vida.

Cada vez se quejaba más, sin poder precisar dónde estaba su mal. El reúma traidor, producto de aquella tierra pantanosa, ayudado por una vida de inmovilidad, se paseaba por su corpachón, jugando al escondite, perseguido por las cataplasmas y los remedios caseros, que nunca podían alcanzarle en su loca carrera».

Cañas y barro

Vicente Blasco Ibáñez



Fotograma de la serie de TVE "Cañas y barro"

martes, 25 de marzo de 2025

Tonet se echaba la escopeta a la cara y en una mañana lograba formar un racimo de piezas

«Cuando tenían hambre, mataban un par de conejos o palomas salvajes de las que revoloteaban entre los pinos; y si necesitaban dinero para vino y cartuchos, Tonet se echaba la escopeta a la cara y en una mañana lograba formar un racimo de piezas, que el vagabundo vendía en el Saler o en el puerto de Catarroja, volviendo con un pellejo que ocultaba en los matorrales.

La escopeta de Tonet sonando con insolencia por toda la Dehesa fue un reto para los guardas, que hubieron de abandonar su tranquila vida de solitarios.

Sangonera estaba al acecho como un perro mientras cazaba Tonet, y al ver con su aguda mirada de vagabundo la aproximación de los enemigos, silbaba a su compañero para ocultarse».

Cañas y barro

Vicente Blasco Ibáñez



Fotograma de la serie de TVE "Cañas y barro"

domingo, 23 de marzo de 2025

Todo pertenecería a los dos por igual: la comida y el vino

«Todo pertenecería a los dos por igual: la comida y el vino. ¿Estaba conforme el vagabundo? Sangonera se mostró alegre. Él también contribuiría al mantenimiento común. Tenía unas manos de oro para sacar los mornells de los canales y apoderarse de la pesca, volviendo otra vez las redes al agua. No era cual ciertos rateros sin escrúpulos, que, como decían los pescadores del Palmar, no sólo robaban el alma, sino que se llevaban el cuerpo, o sea los bolsones de malla. Tonet buscaría la carne y él el pescado. Trato hecho».

Cañas y barro

Vicente Blasco Ibáñez



Fotograma de la serie de TVE "Cañas y barro"

viernes, 21 de marzo de 2025

Las Fallas según Blasco Ibáñez. Y 07

«Las lenguas de fuego comenzaban a salir del interior de la falla, lamiendo la ropa de los monigotes.

—¡Bravooo...! ¡Vítooor!

Nadie pensaba que aquello era madera y cartón. El entusiasmo les hacía feroces; creían que era el mismo gobierno lo que quemaban al son de la Marsellesa , y los industriales soñaban despiertos en la rebaja de la contribución; los de las blusas blancas en la supresión de los Consumos y el impuesto sobre el vino, y las mujeres, enternecidas y casi llorosas, en que acabarían para siempre las quintas. 

La hoguera crecía rápidamente. Las inquietas llamas, moviéndose de un lado para otro, agitaban como abanicos los faldones del frac, los bajos de blanca muselina y las cintas de raso de los bebés. El fuego jugueteaba como una fiera con sus víctimas antes de devorarlas. De repente, hizo presa en aquellos adornos, y en un segundo los devoró, escupiéndolos después como negras pavesas, que revoloteaban sobre las cabezas de la muchedumbre. Los monigotes, firmes y en pie, ardían como grandes antorchas con un inquieto plumaje de llamas. Andresito recordaba los cristianos embreados que iluminaban con sus cuerpos el camino de Nerón.

Había llegado la hora de destruir, de ayudar al incendio, y los organizadores de la falla con pesados puntales, golpeaban el armazón de los bastidores o daban tremendos palos a los ardientes monigotes para que cayeran en el rojo cráter.

La muchedumbre, legítima descendiente del pueblo que dos siglos antes presenciaba los autos de fe, aplaudía con gozosa ferocidad la caída de los monigotes en la hoguera. Cada vez que, volteando en el aire sus piernas y sus brazos chamuscados, se zambullía uno en las llamas, oíanse risas y berridos.

La falla se derrumbó con todo su armazón medio carbonizado, y un torbellino de chispas y pavesas se elevó hasta más arriba de los tejados. El enorme brasero daba a la plaza una temperatura de horno, tiñéndolo todo de color de sangre. La gente, tostada, con las ropas humeantes, retirábase a las inmediatas calles; los de los pisos bajos cerraban las puertas, huyendo de aquella atmósfera ardiente que abrasaba los ojos y esparcía por la piel intolerable picazón, y en los balcones las vidrieras se cerraban, y los cristales flojos, caldeados por el ambiente abrasador, saltaban con estrépito.

Más de media hora ardió con toda su fuerza el informe montón de leños ennegrecidos, que al carbonizarse se cubrían de rojas escamas. Algunos maderos estaban erizados de innumerables y pequeñas llamas, como si fuesen cañerías de gas.

La muchedumbre se alejaba, con la esperanza de ver algo en las otras fallas . La temperatura bajaba, el incendio iba achicándose, la frescura de la noche penetraba en la plazuela, y balcones y puertas volvían a abrirse.

La falla seguía ardiendo, con sus estallidos de leña vieja, que sonaban como tiros.

La plaza quedaba en poder de la gente menuda, chiquillos desarrapados, que, tomando carrera, saltaban la hoguera con agilidad de monos, cayendo al lado opuesto envueltos en las chispas. Los municipales intentaban oponerse a tan peligroso ejercicio; pero la pareja de pobres hombres era impotente ante tales diablillos, y al fin adoptó la sabia determinación de sonreír con tolerancia y retirarse a un portal.

La plazuela estaba solitaria y el rojo ambiente del incendio hacía más lóbregas las calles inmediatas. Algunos chuscos arrojaban en la hoguera manojos de cohetes, que salían como rayos, culebreando su rabo de chispas, arrastrándose de una pared a otra y remontándose en caprichosas curvas hasta la altura de los balcones, para estallar con estampido de trabucazo. Los municipales no veían los cohetes, pues al fijarse en el aire matón de la chavalería que los disparaba, permanecían metidos en el portal, sordos y ciegos.

Las llamas iban extinguiéndose, la plaza estaba cada vez más obscura y los chiquillos desertaban en grupos, buscando otras fallas que no hubiesen llegado al período de la agonía».

Arroz y tartana

Vicente Blasco Ibáñez



Comisión fallera ante los restos de la falla

Todocolección

miércoles, 19 de marzo de 2025

Las Fallas según Blasco Ibáñez. 06

«En un ángulo de la plaza estaba la tribuna de la música, un tablado bajo, cuyas barandillas acababan de cubrirse con telas de colorines manchadas de cera, como recuerdo de las muchas fiestas de iglesia en que se habían ostentado.

— ¡Música...! ¡músicaaaa!—gritaba la gente.

Y los músicos, azorados por el vocerío, iban hacia el tablado abriéndose paso en la muchedumbre. Era la banda de un pueblo de las cercanías; rústicos gañanes que, enfundados en un uniforme mal cortado, faja de general y ros vistoso con pompón de rabo de gallo, andaban con cierta dificultad -como si los pies, acostumbrados a alpargatas en el resto de la semana, protestasen al verse oprimidos en botitos de gomas-, mientras el sudor de su cuerpo sano y vigoroso rezumaba por todas las costuras de la guerrera.

Obscurecía. La plaza estaba llena; las calles adyacentes seguían vomitando nuevas muchedumbres, y todos cabían a fuerza de codazos y empujones, como si fuesen elásticas las paredes de las casas. En torno de la falla agitábase un oleaje de relamidos peinados, de gorras con visera amarilla y de blusas blancas.

Las señoras refugiábanse en los portales, empinándose sobre las puntas de los pies para ver mejor; los maridos cogían a sus pequeñuelos por los sobacos y los sostenían a pulso para que contemplasen las últimas contorsiones de los monigotes.

Aún era de día y ya se impacientaba la muchedumbre.

—¡Fueeego...! ¡fueeego...!—gritaban a coro los de la blusa blanca.

Los organizadores de la falla se resistían. Había que esperar a que cerrase la noche. Pero la muchedumbre estaba dominada por esa impaciencia que, entre la gente levantina, basta que sea manifestada por uno para que los demás se sientan contagiados.

—¡Fueeego..! ¡fueeego...!—seguían aullando de los cuatro lados de la plazoleta. Y de la desembocadura de un callejón sin adoquinar salió una pedrada certera, que dejó trémulo al monigote del centro, llevándosele medio tupé. Aplausos y carcajadas, y a los pocos minutos servían de blanco todos los bebés de la orquesta. Había que comenzar en, seguida. El cafetinero lo ordenaba a gritos desde su puerta, y los cofrades braceaban y se desgañitaban en torno de la falla pidiendo un poco de calma, mientras un compañero se introducía en el cuadrado de lienzo con dos botellas de petróleo. Cuando los biombos transparentaron una mancha roja que rápidamente se agrandaba entre incesante chisporroteo, la muchedumbre lanzó un "¡oh!" de satisfacción. Comenzaban a arder las esteras viejas, las sillas cojas y demás muebles recogidos en los desvanes del barrio y amontonados en el interior de la falla. El rojo resplandor iluminaba la parte baja de los figurones».

Arroz y tartana

Vicente Blasco Ibáñez



Cremà de una falla

lunes, 17 de marzo de 2025

Las Fallas según Blasco Ibáñez. 05

«Amparito se sintió tan entusiasmada, que hasta envió una sonrisa amable al cafetín de enfrente, donde el padre de tal obra despachaba cepitas tras el mostrador, mientras su mujer, lavada y peinada como en días de gran fiesta, con los robustos brazos arremangados y delantal blanco, estaba en la puerta sentada ante un fogón, con el barreño de la masa al lado, arrojando en la laguna de aceite hirviente las agujereadas pellas, que se doraban al instante, entre infernal chisporroteo.

Eran los buñuelos de San José, el manjar de la fiesta; como frutos de oro, colgaban muchos de ellos de un colosal laurel, que recordaba el Jardín de las Hespérides.

Bien entendía sus negocios el cafetinero. La tal falla iba a acabar con todo el aguardiente de sus barrilillos, mientras su mujer fabricaba los buñuelos por arrobas.

Toda la familia de doña Manuela se entusiasmó con el aspecto de la falla. Había que avisar a las amigas. Por la tarde tendrían música en la plaza; y la rumbosa viuda pensaba ya con placer en el «brillante» aspecto que presentaría su salón, bailando las niñas y sus amiguitas, mientras las mamas pasarían al comedor a tomar un chocolate digno del esplendor de la familia.

La casa de doña Manuela llamó la atención por la tarde casi tanto como la falla. Entre las banderolas nacionales de los balcones asomaban una docena de airosos cuerpos y graciosas cabezas, elegante escuadrón de muchachas, que, cogiéndose de la cintura, jugueteando o riendo, miraban al gentío que rebullía abajo.

Un olor punzante de aceite frito impregnaba el ambiente. El fogón de la buñolería era un pebetero de la peor especie, que perfumaba de grasa toda la plazuela, irritando pegajosamente los olfatos y las gargantas. En la puerta del cafetín amontonábase la granujería, siguiendo con mirada ávida el voltear de los trozos de pasta entre las burbujas del aceite, y dentro del establecimiento, los hombres, formando corrillos ante el mostrador, hablaban a gritos o se impacientaban al ver que el cafetinero, según propia afirmación, no tenía bastantes manos para servir a todos».

Arroz y tartana

Vicente Blasco Ibáñez



Buñolería

?

sábado, 15 de marzo de 2025

Las Fallas según Blasco Ibáñez. 04

«Pero lo que a las dos hermanas les llamaba la atención era la falla. No estaba mal aquello, para ser obra de gente tan ordinaria como el cafetinero y sus cofrades.

Los monigotes eran siete bebés colosales, que componían una orquesta abigarrada, y en el centro, un caballero de frac y batuta en mano. ¿Qué intención oculta tenía aquello? Pero Amparito soltó la carcajada inmediatamente. El tupé descomunal y grotesco del director de orquesta se lo explicó todo. Aquél era Sagasta, y los otros los ministros. Estaba segura de ello. En los periódicos satíricos que compraba Rafael había visto aquellas caras convencionales, destrozadas por él lápiz de los caricaturistas; y partiendo del descubrimiento del famoso tupé, fue señalando a su hermana cada bebé por su nombre, riéndose como una loca al ver que el ministro de Hacienda tocaba el violón.

Pero cuando su alegría subió de punto fue al ver que algunos chicuelos, escondidos entre los biombos, tiraban de cuerdas, poniendo en movimiento a los monigotes. ¡Qué gracioso era aquello...! Las dos hermanas reían contemplando las contorsiones del señor del tupé, que a cada movimiento de batuta parecía próximo a partirse por el talle, la rigidez automática y grotesca con que los bebés tocaban en sus instrumentos una muda sinfonía, que causaba gran algazara en el gentío».

Arroz y tartana

Vicente Blasco Ibáñez



"El Concierto Musical de llorones"

Plaza de San Gil. 1891

jueves, 13 de marzo de 2025

Las Fallas según Blasco Ibáñez. 03

«Las niñas de doña Manuela despreciaban la fiesta que se preparaba. Era una cursilería, como organizada por la gente ordinaria de la plazuela, buena únicamente para divertir a los de escaleras abajo. Pero la víspera de San José, impulsadas por la curiosidad, se asomaron al balcón muy temprano y experimentaron una agradable sorpresa, pese a su anterior indiferencia de muchachas distinguidas.

En el centro de la plazuela, sobre una gruesa capa de arena, elevábase todo un edificio de lienzo, con pintura que imitaba a la piedra: un gigantesco dado, en cuya cara superior elevábanse ocho figuras de tamaño natural.

Los balcones y puertas estaban adornados con centenares de banderitas rojas y amarillas, que daban a la plazuela el aspecto de un buque empavesado; y este derroche de ondeante percalia extendíase por las calles adyacentes. A trechos, en las paredes, mostrábanse, clavados, grandes carteles con versos valencianos en letras de colores, ante los cuales el público de las primeras horas —obreros que iban al trabajo, criadas, barrenderos, etc.—, después de deletrear trabajosamente, soltaba ruidosa carcajada».

Arroz y tartana

Vicente Blasco Ibáñez



Falla de la desaparecida plaza de Pellicers. 1915 

Francisco Roglá López

Bivaldi

martes, 11 de marzo de 2025

Las Fallas según Blasco Ibáñez. 02

«La proyectada hoguera entusiasmaba a los vecinos, siendo el eterno tema de conversación en las porterías y establecimientos de la plazuela. Todos se animaban, con ese entusiasmo valenciano que se inflama al pensar en fiestas y bullicios. La falla es la fiesta popular por excelencia: una costumbre árabe, transformada y mejorada a través de los siglos hasta convertirse en caricatura audaz, en protesta de la plebe. Primero, los moros, en los ruidosos _alalíes_ con que solemnizaban sus festividades, gozaban en hacer grandes hogueras; los cristianos adoptaron después esta costumbre, como muchas otras; lentamente, el número de fallas fue limitándose en el año, hasta quedar las de San José, que hacían los carpinteros para solemnizar la fiesta de su patrón y la llegada del buen tiempo, en el que ya no se trabaja de noche; hasta que por fin, el espíritu innovador del siglo hermoseó la falla, dándole un aspecto artístico, encerrando el montón de esteras y trastos viejos entre cuatro bastidores pintados y colocando encima monigotes ridículos para regocijo de la multitud. Al principio, las figuras groseras y mal pergeñadas representaron escenas de la vida privada, murmuraciones de vecinos; pero después la sátira se remontó, metiéndose de rondón en la política, y las fallas se convirtieron en burlas al gobierno y caricaturas de la autoridad».

Arroz y tartana

Vicente Blasco Ibáñez



Falla Poeta Querol - Pintor Sorolla. 1918 

Archivo J. Alcañiz

domingo, 9 de marzo de 2025

Las Fallas según Blasco Ibáñez. 01

«Llegó la fiesta de San José, que aquel año tuvo para la familia excepcional importancia. Desde una semana antes, la granujería corría las calles arrastrando sillas rotas y esteras agujereadas, pidiendo a gritos, con monótona canturía, "¡ Una estoreta velleta ...!"

La paternidad de la idea fue del dueño del cafetín establecido frente a la casa de doña Manuela, un sujeto panzudo y flemático, que gozaba en el barrio fama de chistoso y había heredado el apodo de Espantagosos, sin duda porque alguno de sus antecesores no estaba en buenas relaciones con la raza canina. Era una que compitiese con las muchas que se estaban arreglando en varios puntos de la ciudad, y la proposición del cafetinero fue acogida con entusiasmo por toda la gente de los pisos bajos.

El iniciador asocióse a dos zapateros y un carpintero, que, por tratarse de San José, se creía con derecho propio, y todos juntos formaron algo que bien podía llamarse Comité de Vecinos, teniendo por principal objeto dar sablazos en todo el barrio para el arreglo de la falla. Como doña Manuela era la vecina más encopetada y su casa la mejor de la plazuela, los pedigüeños pusiéronse bajo su protección, y elogiaron rastreramente su riqueza, la belleza de las niñas y hasta la suya propia: todo para sacarla cinco duros».

Arroz y tartana

Vicente Blasco Ibáñez



El cant de l'estoreta

viernes, 7 de marzo de 2025

"Arròs i tartana, casaca a la moda, i rode la bola a la valenciana..."

"Arròs i tartana, casaca a la moda, i rode la bola 

a la valenciana..."

«Pasó el Carnaval y doña Manuela se vio en plena Cuaresma. Era la hora de purgar los derroches y las alegrías de la temporada anterior. La modista francesa presentaba la cuenta de los trajes de las niñas, y además hacía falta dinero para los gastos de la casa. Total, que doña Manuela necesitaba tres mil pesetas».

Arroz y tartana

Vicente Blasco Ibáñez



Això ho pague jo!

Restaurante "La Pepica"

Subida por Pilar Martínez Olmos a VAHG

miércoles, 5 de marzo de 2025

El Carnaval según Blasco Ibáñez. Y 08

«El carruaje de doña Manuela llevaba escolta. Un buen mozo con negro dominó, montando un caballo de alquiler, marchó toda la tarde como pegado a la portezuela, hablando con Concha, mientras la mamá y Amparo miraban las máscaras. Era Roberto del Campo, el cual, a pesar de su gallardía, iba resultando un posma, que sólo sabía decir floreos, sin llegar nunca a declararse. La mamá comenzaba a no encontrar tan seductor a aquel espantanovios. Dios sabe cuántas proposiciones habría perdido la niña por culpa de aquel hombre, que gozaba todas las intimidades de un novio, sin decidirse nunca a serlo. Pero Conchita hombres que las echan de listos caen cuando menos lo esperan: todo era cuestión de tiempo y de presentar buena cara».

Arroz y tartana

Vicente Blasco Ibáñez



El Carnaval en Valencia

Mundo Gráfico. 12 de febrero de 1913

lunes, 3 de marzo de 2025

El Carnaval según Blasco Ibáñez. 07

«Toda esta invasión de figurones que trotaba por la ciudad, voceando como un manicomio suelto, dirigíase a la Alameda, pasaba el puente del Real envuelta con el gentío, y así que estaban en el paseo, iban unos hacia el Plantío para dar bromas insufribles, los arneses brillantes y de sus ruedas amarillas, tan finas y ligeras que parecían las de un juguete, aparecía empequeñecida y deslustrada en el gigantesco rosario de berlinas y carretelas, faetones y dog-carts que, como arcaduces de noria, estaban toda la tarde dando vueltas y más vueltas por la avenida central del paseo.

Rafaelito habíase disfrazado de clown, y con otros de su calaña ocupaba un carro de mudanzas, sobre cuya cubierta hacían diabluras y saludaban con palabras groseras a todas las muchachas que estaban a tiro de sus voces aflautadas. ¡Vaya unos chicos graciosos!».

Arroz y tartana

Vicente Blasco Ibáñez



Carruaje circulando por La Alameda

Archivo familia Roglá

Bivaldi