sábado, 2 de agosto de 2025

Neleta, vestida de luto, estaba tras el mostrador

«Neleta, vestida de luto, estaba tras el mostrador, embellecida por cierto aire de autoridad. Parecía más grande al verse rica y libre. Bromeaba menos con los parroquianos; mostrábase de una virtud arisca; acogía con torvo ceño y apretando los labios las bromas a que estaban habituados los concurrentes, y bastaba que algún bebedor rozase al tomar el vaso sus brazos arremangados, para que Neleta sacase las uñas, amenazando con plantarlo en la puerta.

La concurrencia aumentaba desde que había desaparecido el doliente e hinchado espectro de Cañamèl. El vino servido por la viuda parecía mejor, y las tabernillas del Palmar volvían a despoblarse».

Cañas y barro

Vicente Blasco Ibáñez



Fotograma de la serie de TVE "Cañas y barro"

jueves, 31 de julio de 2025

Nadie supo cómo volvió Tonet a la taberna del difunto Cañamel

«Nadie supo cómo volvió Tonet a la taberna del difunto Cañamel.

Los parroquianos le vieron una mañana sentado ante una mesilla, jugando al truque con Sangonera y otros desocupados del pueblo, y nadie lo extrañó. Era natural que Tonet frecuentase un establecimiento del que era Neleta la única dueña.

Volvió el Cubano a pasar allí su vida, abandonando de nuevo al padre, que había creído en una total conversión».

Cañas y barro

Vicente Blasco Ibáñez



Fotograma de la serie de TVE "Cañas y barro"

martes, 29 de julio de 2025

Neleta apenas lloró. Otra cosa la preocupaba

«A los dos días murió Cañamèl en su sillón de esparto, asfixiado por el asma, hinchado, con las piernas lívidas.

Neleta apenas lloró. Otra cosa la preocupaba. Cuando el cadáver hubo salido para el cementerio y ella se vio libre de los consuelos que le prodigaban las gentes de Ruzafa, sólo pensó en buscar al notario que había redactado el testamento y enterarse de la voluntad de su esposo.

No tardó en lograr su deseo. Cañamèl había sabido hacer bien las cosas, como afirmaba en sus últimos momentos.

Declaraba su heredera a Neleta, sin mandas ni legados. Pero ordenaba que si ella volvía a casarse o demostraba con su conducta sostener relaciones amorosas con algún hombre, la parte de su fortuna de que podía disponer pasase a su cuñada y a todos los parientes de la primera esposa».

Cañas y barro

Vicente Blasco Ibáñez



Fotograma de la serie de TVE "Cañas y barro"

domingo, 27 de julio de 2025

La Feria de Julio según Blasco Ibáñez. Y 13

«La salida de la plaza era lenta, desmayada, contrastando con la llegada, ruidosa como una invasión. Todos parecían cansados y caminaban con cierta lentitud y ensimismamiento, como el que acaba de ser víctima de un engaño o ve defraudadas sus ilusiones. Los únicos que mantenían la algazara de la fiesta eran los que, tostados y sudorosos, salían por las puertas del sol golpeándose amigablemente con las arrugadas botas y las vacías calabazas, dando a entender a gritos que el contenido de aquéllas se hallaba en lugar seguro y servía para algo.

Las dos familias, sufriendo los codazos de la muchedumbre, salieron de la plaza por entre los jinetes de la Guardia Civil que mantenían el turno en el desfile de los coches, fueron en busca de los suyos, teniendo las mamas y las niñas que recoger sus faldas de seda, y manchándose las medias con el barro de la carretera recién regada».

Arroz y Tartana

Vicente Blasco Ibáñez



Desfile de carruajes por el Real de la Feria, después de la corrida de toros

Nuevo Mundo. 3 de agosto de 1905

viernes, 25 de julio de 2025

Y su nuera le dio un nieto, un Tonet

«Pasó el tiempo, y su nuera le dio un nieto, un Tonet, que el abuelo llevaba muchas tardes en brazos hasta la orilla del canal, ladeando la pipa en su boca desdentada para que el humo no molestase al pequeño. ¡Demonio de muchacho, y qué guapo era! La larguirucha y fea de su nuera era como todas las hembras de la familia; lo mismo que su difunta: daban hijos que en nada se parecían a sus progenitores. El abuelo, acariciando al pequeño, pensaba en el porvenir. Lo enseñaba a los camaradas de su juventud, cada vez más escasos, y vaticinaba el porvenir.

"Este será de los nuestros: no tendrá más casa que la barca. Antes de que le salgan todos los dientes ya sabrá mover la percha…"».

Cañas y barro

Vicente Blasco Ibáñez



La Albufera

Todocolección

miércoles, 23 de julio de 2025

La Feria de Julio según Blasco Ibáñez. 12

«El primer toro... ¡bueno! Todavía les causaba cierta ilusión el arrojo de los diestros, el valor de aquellos cuerpos esbeltos, nerviosos y ligeros que escapaban milagrosamente de entre las curvas astas; pero apenas comenzó la parte brutal del espectáculo y cayeron pesadamente como sacos de arena los infelices peleles forrados de amarillo, mientras el caballo escapaba, pisándose en su marcha los pingajos sangrientos como enormes chorizos, las jóvenes volvieron la cabeza con un gesto de asco y no quisieron mirar al redondel. ¿A qué iban allí? A lo que van todas: a ver y ser vistas, a lucirse un rato a cambio de palidecer de emoción y lanzar angustioso grito cuando la cornuda cabeza bufa en la misma espalda del torero fugitivo.

Y conforme avanzaba la corrida, la mayoría del público contagiábase del aburrimiento del espectáculo, y hasta los del tendido de sol, si no por repugnancia por fastidio, callaban, dejando que los lances en la arena se desarrollasen en medio de un tétrico silencio, como si desearan no provocar incidentes para que la lidia terminase cuanto antes. Sólo los grupos de los aficionados sostenían el entusiasmo palmoteando, aclamando a sus respectivos ídolos y entablando disputas ruidosas».

Arroz y Tartana

Vicente Blasco Ibáñez



Plaza de toros de Valencia 

Todocolección

lunes, 21 de julio de 2025

La Feria de Julio según Blasco Ibáñez. 11

«Eran las cuatro de la tarde y se impacientaba la gente. Por detrás de la barrera iban los chulos de la plaza, con sus blusas rojas, abrumados bajo el peso de las capas de brega, repugnantes andrajos manchados de sangre; y por los tendidos, haciendo prodigios de equilibrio, filtrándose por entre el compacto gentío, avanzaban los vendedores de gaseosas con el cajón al hombro, pregonando la limonada y la cerveza, y los tramusers con un capazo a la espalda, llenando de altramuces y cacahuetes los pañuelos que les arrojaban desde las nayas y devolviéndolos a tan prodigiosa altura con la fuerza de un proyectil.

Sonó la música, y un movimiento de ansiedad, de emoción, dio la vuelta a la plaza, haciendo latir sus corazones. 

Esto era lo que más gustaba a las de Pajares. La lidia las aburría o las horrorizaba; pero la salida de la cuadrilla las enardecía, y movíanse nerviosamente en sus asientos al ver el desfile de jacarandosas figurillas, que, a la luz del sol, destacábanse sobre la arena del redondel como ascuas de oro con el brillo de sus alamares.

Pasada la primera impresión de entusiasmo, cuando las doradas capas cambiáronse por sucios trapos y cesó de tocar la música, saliendo el alguacil del redondel a todo galope, las de Pajares presintieron el aburrimiento».

Arroz y tartana

Vicente Blasco Ibáñez



Plaza de toros de Valencia

Salida de las cuadrillas. Julio de 1949

Todocolección

sábado, 19 de julio de 2025

La Feria de Julio según Blasco Ibáñez. 10

«En el tendido de sombra, el graderío circular era un escalonamiento de sombreros blancos que bajaba hasta la barrera. Algunas capotas cargadas de flores o relucientes peinados, destacándose sobre los pañolones de Manila, rompían la monotonía de las hileras de puntos blancos. Las puertas de los palcos abríanse con estrépito, y aparecían en las barandillas, cubiertas con los colores nacionales, las mantillas blancas, las caras risueñas, los peinados con flores; toda una primavera que era saludada a gritos por los entusiastas de abajo, puestos en pie sobre los banquillos de madera. 

Enfrente, bajo el sol que agrietaba la piel en fuerza de sacar sudor, que hacía humear las ropas y ponía un casco de fuego sobre cada cabeza, enloqueciéndola, estaba la demagogia de la fiesta, el elemento ruidoso que aguardaba impaciente, tan dispuesto a arrojar al redondel los sombreros en honor al diestro, como los bancos y los garrotes en señal de protesta. De allí partían las palabras infames contra los picadores que al aproximarse al toro pensaban en la mujer y en los hijos. Esta mitad de la plaza no tenía la regularidad monótona del tendido de sombra. Era un mosaico animado, en el que entraban todos los colores y que al agitarse variaba de composición. Las tintas rabiosas de los trajes de la huerta, las blancas manchas de los grupos en mangas de camisa, los pantalones rojos de los soldados, los enormes quitasoles de seda granate que parecían robados de una antigua sacristía, los gigantescos abanicos de papel moviéndose con incesante aleteo, las botas de vino que a cada instante se alzaban oblicuamente sobre las cabezas, los gritos, las protestas porque se hacía tarde, todo daba a aquella parte de la plaza un aspecto de locura orgiástica, de brutalidad jocosa. Y arriba, sobre la doble galería, clavadas en la crestería del tejado, colgaban lacias e inertes las banderítas rojas y amarillas, palpitando perezosamente cuando un suspiro fresco, enviado por el mar al través de la vega, arrastrábase sobre aquellas gentes aplastadas por la insolación, haciéndoles dilatar fatigosamente los pulmones. En lo alto, como bóveda del gran redondel, el cielo azul, infinito, sin la más leve vedija de vapor, cruzado algunas veces por una serpenteada fila de palomos, que aleteaban impasibles, sin dar importancia a la extraña reunión de tantos miles de personas».

Arroz y Tartana

Vicente Blasco Ibáñez



Plaza de toros de Valencia

Todocolección

jueves, 17 de julio de 2025

La Feria de Julio según Blasco Ibáñez. 09

«Entre los carruajes que velozmente y atronando las calles atravesaban el centro de la ciudad, pasó el cochecito de Cuadros, y tras él una carretela de alquiler en la que iban las de Pajares. Doña Manuela en el sitio preferente, empolvada y retocada con tal arte, que su rostro producía cierta impresión asomando por entre los festones de la negra blonda; y frente a ella, las niñas, graciosísimas como un cromo de revista taurina, con zapatito bajo, medias caladas, falda de medio paso con red cargada de madroños y mirando atrevidamente bajo la nube blanca que envolvía sus adorables cabezas, cerrándose sobre el pecho con un grupo de claveles.

¡Qué tarde tan hermosa! Nunca se sintieron las de Pajares más contentas de la vida. Al descender de su carruaje frente a la plaza, llovieron sobre ellas los requiebros; y para todas hubo, hasta para la mamá, que respiraba ruidosamente y enrojecía, satisfecha del triunfo. Indudablemente eran ellas las que más llamaban la atención en toda la plaza. No había más que verlas en el palco abanicándose con negligencia, mientras una gran parte de los señores del tendido, puestos de pie y volviendo la espalda al redondel, las miraban fijamente, con ojos de deseo».

Arroz y tartana

Vicente Blasco Ibáñez



Mundo Gráfico. 1913

martes, 15 de julio de 2025

La Feria de Julio según Blasco Ibáñez. 08

«Muchachos desarrapados rompían las oleadas del gentío, ofreciendo la vida de Lagartijo en aleluyas, los antecedentes y retratos de los seis toros que iban a lidiarse, o pregonaban unos abanicos de madera sin cepillar y en los cuales una mano torpe había estampado un toro como un pellejo de vino y un torero que parecía una rana desollada.

Los babiecas ávidos de emociones agolpábanse frente a las fondas donde se alojaban las cuadrillas, esperando pacientemente la salida de los toreros para poder tocar con respeto los alamares del diestro. La gente abría paso con curiosidad cada vez que algún picador empaquetado sobre la silla y con el mozo a la grupa pasaba montado en su jaco huesoso y macilento, que le llevaba hacia la plaza con un trotecillo cochinero».

Arroz y Tartana

Vicente Blasco Ibáñez



Rafael González Machaquito, en la Feria de Julio de 1913

Cortesía de Francisco Boluda ♰ 

domingo, 13 de julio de 2025

La Feria de Julio según Blasco Ibáñez. 07

«El gentío presentaba igual aspecto en todas las calles, como si la ciudad entera se hubiese vestido con arreglo al mismo patrón. Sombreros cordobeses de blanco fieltro o marineras de paja, cazadoras de color claro, corbatas rojas, y en todas las bocas un cigarro de a palmo.

La Bajada de San Francisco era un torrente por el que rodaban sin cesar las oleadas de gentío. Las jacas pamplonesas, cubiertas con inquietos borlajes y repiqueteantes cascabeles, pasaban como rayos por entre el gentío tirando de las tartanillas de colores claros, de los coches señoriales y de los carruajes ingleses, en cuyos bancos erguíanse como cimbreantes flores las muchachas vestidas de rosa o azul, con el rostro realzado por el marco de blanca blonda. La gente menuda, los del tendido de sol, pasaban en grupos, con la enorme bota al hombro y un garrote de Liria en la mano, oliendo a vino y vociferando, como si comenzasen a sentir la borrachera de insolación que les aguardaba en la plaza».

Arroz y Tartana

Vicente Blasco Ibáñez



 Ruzafa la bien plantada

Juan Luis Corbín Ferrer

Cortesía de Carlos Tárrega Momblanch

viernes, 11 de julio de 2025

La Feria de Julio según Blasco Ibáñez. 06

«Llegó el día de la primera corrida. La atmósfera parecía cargada de un ambiente extraño de locura y brutalidad. Por la mañana arremolinábase la gente, con empujones y codazos, en torno de los revendedores que en la plaza de San Francisco voceaban las de "sol" y de "sombra"; y como si la ciudad acabase de sufrir una invasión, tropezábase en todas partes con gentes de la huerta y de los pueblos: unos con pantalones de pana y manta multicolor; y otros, los tipos socarrones de la Ribera, vestidos de paño negro y fino, la chaqueta al hombro, dejando al descubierto la blanca manga de la camisa, los botines de goma entorpeciéndoles el paso, y en la mano un bastoncillo delgado, casi infantil, movido siempre con insolencia agresiva».

Arroz y Tartana

Vicente Blasco Ibáñez



Bajada de San Francisco

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miércoles, 9 de julio de 2025

La Feria de Julio según Blasco Ibáñez. 05

«La gran preocupación de la familia eran las tres corridas de toros, festejo el más ruidoso de la feria. La tertulia tenía ya ultimado sus proyectos. El señor Cuadros compraría un palco de los mejores para las dos familias; y lo mismo las de Pajares que Teresa, proponíanse deslumbar al público con su elegancia.

Las niñas tenían preparados sus trajes de «manola», y un sinnúmero de veces se habían ensayado ante el espejo para aprender a colocarse con naturalidad y buen gusto la blanca mantilla de blonda. En cuanto a las dos mamas, pensaban lucir obscuros trajes de seda, con costosas mantillas negras, regaladas a las dos por el señor Cuadros».

Arroz y Tartana

Vicente Blasco Ibáñez



Plaza de toros de Valencia

La Semana Gráfica. 1927

lunes, 7 de julio de 2025

La Feria de Julio según Blasco Ibáñez. 04

«Las niñas, con Andresito, hacían planes para la próxima feria. Recordaban los rigodones en el pabellón de la Agricultura y los alegres valses en el del Comercio; pensaban en los trajes que les había traído la modista francesa, y que guardaban intactos para dar golpe en la Alameda en la primera noche de feria, y hasta sentían su poquito de maligna alegría considerando el efecto que su elegancia causaría en las amigas. 

La calma y la felicidad habían vuelto a aquella casa».

Arroz y tartana

Vicente Blasco Ibáñez




El Pabellón de la Sociedad de Agricultura. Feria de Julio. 1944

Todocolección

sábado, 5 de julio de 2025

La Feria de Julio según Blasco Ibáñez. 03

«Arriba, sobre los tejados, cubriendo la plaza como un toldo de apelillado raso que transparentaba infinitos puntos de luz, el cielo del verano con su misteriosa y opaca transparencia. En los obscuros balcones distinguíanse, entre los tiestos de flores y el botijo puesto al fresco, confusas siluetas ligeras de ropa. Otros abiertos e iluminados, dejaban escapar, como los de las de Pajares, el sonoro tecleo del piano, acompañado algunas veces por el rítmico chorrear de las macetas recién regadas».

Arroz y tartana

Vicente Blasco Ibáñez



Una familia valenciana, probablemente los descendientes del médico y político valenciano Elías Martínez, posan juntos, cerca del piano, haciendo visible el rótulo del año 1897 que sin duda se aproxima. El piano era, en las familias de la buena burguesía española, una pieza imprescindible.

Archivo José Huguet

La Valencia de 1898

Francisco Pérez Puche

Cortesía de Carlos Tárrega Momblanch

jueves, 3 de julio de 2025

La Feria de Julio según Blasco Ibáñez. 02

«Por los balcones abiertos penetraba el hálito caliginoso de las neones de verano, cargado de enervantes perfumes. La plazuela animábase. El calor arrojaba de sus estrechos cuchitriles a la gente de los pisos bajos, y las puertas estaban obstruidas por corrillos de blancas sombras sentadas en sillas bajas y respirando ruidosamente».

Arroz y tartana

Vicente Blasco Ibáñez



A la fresca

Calle Escalante

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martes, 1 de julio de 2025

La Feria de Julio según Blasco Ibáñez. 01

«La proximidad de la feria de Julio preocupaba a la familia. Nunca se habían pasado veladas tan agradables en casa de las de Pajares. Por la noche, después de la cena, llegaban el señor Cuadros, Teresa y su hijo, y comenzaba la alegre reunión».

Arroz y Tartana

Vicente Blasco Ibáñez



Cartel de la Feria de Julio de 1895

Bivaldi

domingo, 29 de junio de 2025

Si le quería como tantas veces se lo había jurado, nada debía temer

«Neleta no abandonaba a su marido. Aquellos señores que habían escrito papeles cerca de él no se apartaban de su pensamiento. La enfurecía el amodorramiento de Cañamel, quería saber qué es lo que había dictado bajo la maldita inspiración de la Samaruca, y le sacudía para hacerle salir de su sopor.

Pero el tío Paco, al reanimarse un momento, contestaba siempre lo mismo. Todo lo había dispuesto bien. Si ella era buena, si le quería como tantas veces se lo había jurado, nada debía temer».

Cañas y barro

Vicente Blasco Ibáñez



Fotograma de la serie de TVE "Cañas y barro"

viernes, 27 de junio de 2025

Cañamel era una ruina

«Cañamel era una ruina. Las piernas hinchadas, monstruosas, el edema, según decía el médico, se extendía ya por el vientre, y la boca tenía la lividez azul de los cadáveres.

Parecía aún más enorme sentado en un sillón de cuerda, con la cabeza hundida entre los hombros, sumido en un sopor de apoplético, del que sólo lograba salir a costa de grandes esfuerzos. No preguntó la causa del estruendo, como si la hubiese olvidado instantáneamente, y sólo al ver a su mujer hizo un torpe gesto de alegría y murmuró:

—Estic molt mal… molt mal.

No podía moverse. Tan pronto como intentaba acostarse se ahogaba, y había que correr a levantarlo, como si hubiese llegado su última hora. Neleta hizo sus preparativos para quedarse allí. La Samaruca no se burlaría más. No soltaba a su marido hasta llevárselo bueno al pueblo».

Cañas y barro

Vicente Blasco Ibáñez



Fotograma de la serie de TVE "Cañas y barro"

miércoles, 25 de junio de 2025

La cuñada de Cañamel huyó, seguida de su sobrino

«La cuñada de Cañamel huyó, seguida de su sobrino; cerróse la puerta de la casa, y Neleta, con los pelos en desorden y la blanca tez enrojecida por los arañazos, entró en el cuarto del marido después de limpiarse la sangre ajena que manchaba sus dientes.

Cañamel era una ruina. Las piernas hinchadas, monstruosas, el edema, según decía el médico, se extendía ya por el vientre, y la boca tenía la lividez azul de los cadáveres».

Cañas y barro

Vicente Blasco Ibáñez



Fotograma de la serie de TVE "Cañas y barro"

lunes, 23 de junio de 2025

La Noche de San Juan

 La Noche de San Juan

«La pequeña plaza del Villorrio apenas si podía contener aquella abigarrada multitud que se mantenía a poca distancia de la colosal hoguera que ardía en el centro.

Los puntiagudos o achatados tejados de las casas que limitaban aquel recinto se destacaban sobre el iluminado cielo, y los robuistos marcos del castillo que se asentaba en la cumbre del vecino monte, váyanse bañados `por la luz de la luna que tan pronto era velada por negros nubarrones que corrían veloces por el cielo, como volvía a aparecer tras ellos melancólicamente esplendorosa.

Rústicos villanos de rostros atezados, viejos ballesteros de fiera catadura, apuestas doncellas vestidas con sallas de chillones colores y muchachos inquietos y alborotados junto con mujeres parlanchinas y ancianos murmuradores, eran los elementos que componían aquel hormiguero humano que se estrujaba produciendo un incesante murmullo, junto a las rojas e inquietas llamas.


San Juan en la Playa de La Malvarrosa. Años 80

http://lamalva-rosaenblancinegre.blogspot.com/

Los sucios sayos y los mugrientos birretes, junto a las blasonadas dalmáticas y a las gorras con airosas plumas, los nudosos garrotes tropezando con las conteras de las largas espadas y los míseros vasallos del castillo confundidos fraternalmente con los vistosos servidores del señor; tal era el magnífico y particular golpe de vista que presentaba aquel año la plaza del villorrio en la noche de San Juan.

Montado cual otro baco sobre un regular tonel, del cual llenaban grandes jarros no pocos concurrentes, veíase un hombrecillo de cuerpo imperfecto y de rostro burlesco y apicarado, el cual era una especie de miserable cantor nómada, con más de bufón o de juglar que de consumado trovador.


Los mozos del lugarejo le asediaban pidiéndole alguna gracia o chiste de color algo subido, y el hombrecillo correspondía de tal modo a aquellas excitaciones, que las muchachas cada instante se veían obligadas a fingir que se tapaban los oídos mientras sus mejillas se coloreaban como amapolas.

Entre todo el grupo femenil, que por estar más cercano al bufón sufría continuamente sus desvergüenzas, destacábase una joven, cuyo rostro, por lo hermoso, desdecía de las vulgares caras de sus rústicas compañeras.

Llamábase Engracia y era hija de un escudero del cercano castillo, muerto hacía ya bastantes años en una algarada contra los moros.

A causa de esto último, tanto ella como su madre eran muy estimadas por todos los vecinos del lugarejo, que se consideraban con el deber de protegerlas contra las brutales asechanzas de los servidores del castillo.

Engracia, como era de esperar, atendiendo a su hermosura y edad, amaba y era amada de un gallardo mancebo que por su porte y gentileza más parecía propio para vestir la guerrera cota, que para dedicarse a las rudas tareas del campo.

Confundido entre un bullicioso grupo de mozuelos, la contemplaba a poca distancia, y entre los dos se cruzaban un sinnúmero de miradas amorosas que equivalían a un mundo de frases apasionadas.

Aquellas miradas pasaban desapercibidas para todos, pues la plazuela solo se pensaba en gritar, beber y divertirse, del modo más en consonancia con el carácter de cada uno.

De pronto en uno de los extremos de la plaza oyéronse desaforados gritos y rumores de pelea, acompañados por esas oscilaciones con que siempre se agita a la muchedumbre en casos semejantes.

Emotivo de aquel tumulto era una pendencia (que muy pronto terminó), entre unos cuantos villanos y algunos pajes y ballesteros que, beodos, pretendieron llevarse tres buenas mozas, ante los ojos de sus padres y hermanos.

—Esto es escandalosos— dijeron muchos así que terminó la reyerta. ?La audacia de los del castillo crece demasiado-.

—La culpa— dijo una vieja que estaba junto a Engracia no la tiene otro que nuestro señor Don Sancho que tales desmanes permite—.

—Bueno está Don Sancho— murmuró un mocetón, —como sí el mismo no fuese quien con sus maldades alienta a sus servidores—.

—Desdichada la familia que el señor fija sus ojos para bien o para mal- volvió a decir la vieja, mirando intencionadamente a Engracia y su amante—.

—Pues desdichado de Don Sancho si para mal se mezcláse con quien yo sé— contestó con voz enérgica este último—.

Y apenas hubo pronunciado estas palabras, cuando muchos dijeron en voz baja:

—Calla por Dios, Juan. Por ahí cerca andan servidores de Don Sancho y nada bueno puede sucederte si ellos te oyen—.


Playa de La Malvarrosa

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Y tras esto todos callaron, comprendiendo el peligroso giro que había tomado la conversación.

Pero el juglar no dejó reinar el silencio por mucho tiempo.

Primero cantó algunos romances, tan burdos como desentonados; luego hizo varios juegos y equilibrios que llamaron la atención de los circunstantes, a pesar de serles muy conocidos, y por fin, deseoso de excitar la curiosidad de todo el auditorio, anunció que en aquel momento, dos viejas del lugarejo, tenidas en opinión de hechiceras, se disponían a asistir al aquelarre que todos los años, en noche como aquella, se celebraba en el barranco situado a espaladas del castillo, cuando la campana de este anunciaba la segunda vigilia, o sea las doce de la noche.

Así que hubo acabado de decir esto, algunos circunstantes que eran parientes o allegados de las viejas mencionadas le amenazaron, y poniendo el grito en el cielo, procuraron protestar de tales noticias y afirmaciones.

Pero la mayor parte de los presentes apoyaron al juglar y defendieron la opinión que este tenía formada de tales viejas, a quienes todos calificaban de brujas, y por consecuencia la causa y principio de los numerosos males que les afligían.

Y no hubo ninguno que no sacase a relucir su correspondiente motivo para odiarlas.

A este le habían muerto un hijo pequeño; aquél, según propia afirmación, le habían despojado con sus sortilegios de dos mulas como dos castillos; al otro le habían hecho perder la paz que reinaba en su casa, y todos presentaban la larga lista de daños, obra de aquellas mujeres, mientras que los que por éstas se interesaban daban voces poniendo a Dios y a los santos por terstigos de la verdad de sus palabras y de la inocencia de las acusadas.

Poco a poco la cuestión fue agriándose, y comenzaron a cruzarse entre los bandos palabras amenazadoras, hasta que por fin, comprendiendo los ofendidos por el juglar que éste era el culpable de todas aquellas desavenencias, arremetieron contra él y le hicieron bajar del tonel, entre un verdadero diluvio de puñadas y estacazos que le arrancaron doloridos aullidos.

Entonces comenzó a reinar en la plaza un desorden indescriptible.


Playa de La Malvarrosa

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Algunos ballesteros del castillo, por odio a los villanos, salieron a la defensa del hombrecillo y la emprendieron a cintarazos con los aporreadores, mientras que las mujeres, chillando y corriendo, procuraban apartar de la pelea a los de sus familia.

Ante los golpes de los del castillo todos los habitantes del villorrio hicieron causa común con los parientes de las supuestas brujas, y aquello en pocos momentos fue un verdadero campo de Agramente.

Los barrotes y las espadas chocaron sin cesar; algunos rodaron por el suelo fuertemente abrazados, y más de un combatiente, impulsado por vigoroso brazo fue a caer de bruces sobre la hoguera, levantándose después con los pelos y los vestidos completamente chamuscados.

Afortunadamente allá arriba en el castillo sonaron de pronto dos vibrantes campanadas anunciando la segunda vigilia, y al momento se oyó gritar: —¡las brujas! ¡ya están ahí las brujas!—.

Y como si este grito fuese la señal de dispersión, todos emprendieron la fuga con el temor de que la tropa fantástica sembrase la muerte al ir atravesando los aires.

Momentos después la plaza estaba completamente solitaria, y en el centro de ella seguía ardiendo la hoguera cada vez con más débiles llamas.


Revista Impresiones

Cortesía de José Navarro Escrich

No faltaron algunos que al escapar, hostigados por la curiosidad, levantaron la cabeza y vieron como empuñaban el claro disco de la luna un sinnúmero de fantásticos y vaporosos seres que, montados en cabalgaduras horribles al par que grotescas, corrían desaforadas por el cielo.

Pero bueno será advertir que un hombre de nuestros días sólo hubiera visto en aquellas figuras sobrenaturales un conjunto de nubes que velaban el astro de la noche; que los vecinos del lugarejo, como hijos de la Edad Media e infiltrados de su espíritu, tenían el privilegio de ver las cosas de muy diferente manera que nosotros

Engracia y su medre fueron de las primeras que salieron de la plaza cuando en la campana del castillo sonó la segunda vigilia.

La hermosa joven, momentos antes de escapar, vió desde el rincón en que se había refugiado al principio de la pelea, como su amado Juan se batía con los ballesteros.

Inútil será pintar el temor que su alma albergaría, mientras con incierto paso caminaba al lado de su madre.

Pronto llegaron a su casa, que estaba situada en una estrecha callejuela, cercana al lugar de la contienda.

Así que penetraron en ella, la madre de Engracia se acostó, pues no era amiga de trasnochar y la joven, abriendo la pequeña reja que daba luz a su estancia, apoyóse en el alfeizar y esperó.

Escusado será decir que el esperado era Juan.

A pesar de el apacible aspecto que presentaba la noche y de la calma que reinaba en toda la naturaleza, la enamorada joven no pudo evitar que de ella se apoderase un miedo terrible a los pocos instantes de permanecer en la reja.

En su imaginación estaban grabadas aquellas palabras que el juglar anunciando que en el barranco del castillo celebran las brujas aquella noche su aquelarre.

De un momento a otro, parecíale que la callejuela íbase a llenar de bulliciosos duendes e infernales gatos, que fieramente la despedazarían, y no se atrevía a levantar la vista al cielo, temerosa de ver en él la cara del diablo, agrandada gigantescamente y horrorizándola con una infernal y espeluznante mueca.


Playa de La Malvarrosa

http://www.furgocar.es/

En las sombras que las casas proyectaban sobre los espacios alumbrados por la luna, su imaginación comenzaba a hacerla ver un enjambre de seres diminutos y feos, verdaderos abortos del infierno, rebulléndose en infernal concierto con monstruos de mirada de fuego y repugnante catadura.

Y veía como volando por el cielo un compacto escuadrón que venían a posarse en los tejados todas las brujas reunidas en el barranco, y la amenazaban con sus escobas y sus uñas; y hasta le parecía sentir sobre su cuerpo el contacto frío y viscoso de enormes serpientes que enrollándose en espiral amenazaban ahogarla.

Y tan pronto su corazón cesaba de latir como derramaba tumultuosamente la sangre por todas las venas de su cuerpo, y sentía vértigo y cerraba sus ojos a impulsos del desvanecimiento, hasta que afortunadamente, cesaron sus temores y sus fantásticas visiones con la aparición de un hombre en uno de los extremos de la callejuela, y el cual no era otro que Juan.

Momentos después el apuesto joven estaba junto a la verja contemplando a su amada con mirada ardiente, y diciéndole con acento cariñoso:

—¿Has aguardado mucho, amada mía?

—Muy poco. Pero he tenido bastante miedo antes de que tú vinieras.

—Miedo! ¿A quién?

A las brujas. ¿No sabes tú que noches como esta andan sueltas por el mundo? dijo Engracia con encantadora candidez.


Playa de La Malvarrosa

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—¡Bah! Ni las brujas ni el diablo tienen por qué meterse con nosotros. A alguien que no son ellas es a quién debemos temer.

—Dices bien —murmuró la joven con tristeza.

—¿Te ha hablado, acaso, otra vez Don Sancho?

—Le encontré esta mañana y ha vuelto a decirme lo mismo.

—¡Ah, miserable! ?rugió el mancebo. -¿Y tú?...

—Yo le contesté como siempre, con mi desprecio; y al escucharme él lanzó por su boca tal cúmulo de amenazas, que quedé horrorizada.

—¿Y no recuerdas lo que dijo?

—Creo que sí. Dijo que ya sabía como yo andaba en amoríos con un vasallo suyo, pero que él buscaría la manera de escarmentarle y hacerle comprender que un villano no debe ser nunca el rival del señor.

—¡Infame! ¿Y no dijo más?

—Sí; aseguró que su venganza no dejaría de llevarse a cabo esta misma noche. ¡Con que ya ves, Juan mío, que tu vida está en peligro si permaneces aquí! Márchate, pues de lo contrario ¡quién sabe si morirías bajo esta misma reja, víctima del furor de Don Sancho!

—¡Marcharme! ¿Me crees tú capaz de ello? ¡No Engracia, no me propongas tal cosa! ¡Qué venga Don Sancho cuando quiera, pues aunque humilde villano, tengo tanto o más valor que los señores que lucen blasón en su armadura!

—Pero, ¿y si viene acompañado de algunos de sus fieros servidores?

—No me dan cuidado sus espadas. Hace poco tiempo que en la plaza he descalabrado alguno de ellos, a pesar de su larga tizona.

—¿Y no te han herido?

—No, amada mía. No son esos miserables lebreles del castillo los que pueden con este brazo que Dios me ha deparado.

—¡Y tú, Engracia mía! Contestó el mancebo en igual tono ¡Tan hermosa como buena!

¿Qué me importan las amenazas de Don Sancho, si por ellas no he estar menos tiempo junto a ti? ¡Si supieras cuánto te amo!

Al llegar a este punto, la amorosa conversación tomó el carácter peculiar de siempre.

Los dos jóvenes olvidándose de las amenazas del castellano y hasta del mundo entero, y comenzaron a decirse esas frases dulces, nimias y triviales que entre enamorados siempre tienen un especial encanto, y que aquí dejamos de consignar en gracia al lector, por que suponemos que iguales o parecidas habrán salido de labios, bien en el presente, bien en el pasado.

Y, por lo mismo pasaremos por alto las ternezas que se prodigaron Engracia y Juan; más no por esto dejaremos de decir que las miradas fuéronse haciendo cada vez más intensas, y que el apuesto joven, sin duda a impulsos de la pasión, apoyó su ardorosa frente sobre los hierros de la reja?..

Las manos se buscaron entre los barrotes de aquélla, y, al encontrase, se trasmitieron esa especie de electricidad amorosa que nace del corazón; los cabellos que orlaban ambas frentes se confundieron, lo mismo que los alientos; las bocas se juntaron, y en el silencio de la noche oyese ese débil chasquido, igual en su sonido a las mejores armonías de la naturaleza, y que siempre delata un beso.

Ella se ruborizó hasta los ojos y bajo la cabeza, no sin antes dirigir a su amante doncel una mirada tan llena de reproches como de amor.

Juan permaneció inmóvil, contemplándola con ojos de fuego y sin querer soltar las manos de Engracia, que oprimía a través de los hierros de la reja.

Y de esta manera permanecieron los dos amantes largo rato, hasta que, por fin, sacóle de su abstracción un rumor de pasos, que resonó al extremo de la callejuela.

Por una de las bocas de ésta acababa de aparecer algunos hombres envueltos en parduscos mantos, bajo los cuales brillaban las conteras de largas espadas.

Rápidamente fuéronse acercando a la reja que ocupaban los dos jóvenes, mientras Engracia decía con acento angustiado:

—¡Dios mío! ¡Ya me lo decía el corazón! ¡Esos que se acercan no son otros que Don Sancho y sus servidores! ¡Huye, Juan mío, huye; pues de lo contrario sólo Dios sabe lo que será de ti!

—Sean quienes sean, pienso obedecerte. Cierra la reja, Engracia, y hasta mañana.

¡Adiós, amada mía!


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Y, esto diciendo, el mancebo, que conocía lo vacilante que estaba Engracia entre cerrar o quedarse en la reja, empujó él mismo, a través de los hierros, las ventanas de ésta, que con mano trémula cerró la hermosa joven.

Apenas ésta hizo tal cosa, quedó envuelta en la profunda obscuridad que reinaba en su estancia, y, con el oído atento, púsose a escuchar, presa de un terror indescriptible.

Nada, absolutamente nada oyó Engracia, ni aún después de pasado algún tiempo. Parecía como aquellos embozados no eran otra cosa que ilusiones de su fantasía, y que Juan se había marchado al verse solo en la callejuela.

Sin embargo, su corazón del anunciaba algo terrible y horripilante que la hacía estremecer de miedo. Sus ojos buscaban en la oscuridad aquella ventana, a poco cerrada por ella y aún pretendía atravesar las maderas con sus miradas, como si fueran de cristal, para poder ver lo que en la calle sucediese. Ni el más débil ruido turbaba el profundo silencio de la noche.

Solamente percibía Engracia la acompasada respiración de su madre, que dormía al otro extremo de la pequeña casa, y, a lo lejos, los furiosos latidos de los perros que guardaban muchas puertas del lugarejo. La ansiedad y el terror de la joven rayaban en lo inmenso.

De un momento a otro parecíale que iba a escuchar un grito de agonía de Juan y la satánica carcajada de Don Sancho.

En aquellos instantes Engracia ya no temía a las brujas y al diablo, ni sentía miedo de permanecer despierta y a obscuras en el centro de la estancia. La muerte de su amante era lo único que la preocupaba. Pero el tiempo iba pasando rápidamente, sin que ella escuchase nada capaz de justificar sus temores. A pesar de esto, su fiel corazón le seguía presagiando una gran desgracia, y sentía sobre su alma un peso que la ahogaba por momentos. Varias veces intentó acercarse a la reja para abrir sus ventanas, pero un temor invencible o una fuerza oculta retenían sus pies inmóviles sobre el suelo. 

Engracia, en aquellos instantes, tenía la voluntad supeditada por completo al terror. Y éste, aunque verdaderamente sin causa, fue amontonando sobre su pecho un mundo de dolor que sofocaba e impedía por momentos su respiración.

Afortunadamente desbordase fuera del pecho, y subió hasta los ojos de la joven, que, arrojándose sobre el frío suelo púsose a llorar continua y silenciosamente.


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El tiempo, que siempre transcurre indiferente a dolores o dichas pasó tan rápido como siempre, y cuando Engracia vino a salir de aquella postración nerviosa en que se había sumido, vio cómo las rendijas de la cerrada reja comenzaba a penetrar la mortecina luz del alba.

La joven levantóse del suelo en que había estado tendida toda la noche, y con paso débil y vacilante acercase a la ventana, cuyas maderas abrió con mano febril y trémula. Apenas la brisa de la mañana penetro por ella y Engracia asomó su calenturienta cabeza, cuando un grito de horror se escapó de sus labios.

En aquel mismo instante un hombre, vestido con rico traje de caballero, apareció cerca del lugar que ocupaba la joven.

Era Don Sancho, el señor del castillo.

—Hermosa villana— gritó con voz sarcástica en la noche de San Juan es costumbre colocar frescos ramos de flores en las ventanas de las jóvenes. ¡Mira con el que yo te obsequio!

Y, al decir esto, el infame caballero señaló la reja que ocupaba 

Engracia, de cuyos últimos hierros y con los pies cercanos al suelo, pendía un lívido cadáver, con las ropas en desorden, y que el viento de la mañana mecía compasadamente.

Aquel cadáver era el del infeliz Juan».

Fantasías. (Leyendas y tradiciones)

Vicente Blasco Ibáñez