«Cañamel era una ruina. Las piernas hinchadas, monstruosas, el edema, según decía el médico, se extendía ya por el vientre, y la boca tenía la lividez azul de los cadáveres.
Parecía aún más enorme sentado en un sillón de cuerda, con la cabeza hundida entre los hombros, sumido en un sopor de apoplético, del que sólo lograba salir a costa de grandes esfuerzos. No preguntó la causa del estruendo, como si la hubiese olvidado instantáneamente, y sólo al ver a su mujer hizo un torpe gesto de alegría y murmuró:
—Estic molt mal… molt mal.
No podía moverse. Tan pronto como intentaba acostarse se ahogaba, y había que correr a levantarlo, como si hubiese llegado su última hora. Neleta hizo sus preparativos para quedarse allí. La Samaruca no se burlaría más. No soltaba a su marido hasta llevárselo bueno al pueblo».
Cañas y barro
Vicente Blasco Ibáñez
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