«Pero esta alegría insolente, la audacia con que provocaba la curiosidad de las comadres, evaporábase por la noche, después de una jornada de sufrimientos asfixiantes y de forzada serenidad. Al despojarse de la coraza de ballenas caía repentinamente su valor, como el del soldado que se ha excedido en un empeño heroico y no puede más. El desaliento se apoderaba de ella, al mismo tiempo que las hinchadas entrañas se esparcían libres de opresión. Pensaba con terror en el suplicio que había de sufrir al día siguiente para ocultar su estado.
No podía más. Ella, tan fuerte, lo declaraba a Tonet en el silencio de unas noches que ya no eran de amor, sino de zozobra y dolorosas confidencias. ¡Maldita salud! ¡Cómo envidiaba ella a las mujeres enfermizas, en cuyas entrañas jamás germina la vida…!».
Cañas y barro
Vicente Blasco Ibáñez
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