«La pobre labradora caminaba triste y pensativa bajo la impresión de aquel encuentro. Recordaba como si hubiera sido el día anterior la espantosa tragedia que se tragó al tío Barret con toda su familia.
Desde entonces, los campos que hacía más de cien años trabajaban los ascendientes del pobre labrador habían quedado abandonados a orillas del camino. Su barraca, deshabitada, sin una mano misericordiosa que echase un remiendo a la techumbre ni un puñado de barro a las grietas de las paredes, se iba hundiendo lentamente».
La barraca
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