«La falla se derrumbó con todo su armazón medio carbonizado, y un torbellino de chispas y pavesas se elevó hasta más arriba de los tejados. El enorme brasero daba a la plaza una temperatura de horno, tiñéndolo todo de color de sangre. La gente, tostada, con las ropas humeantes, retirábase a las inmediatas calles; los de los pisos bajos cerraban las puertas, huyendo de aquella atmósfera ardiente que abrasaba los ojos y esparcía por la piel intolerable picazón, y en los balcones las vidrieras se cerraban, y los cristales flojos, caldeados por el ambiente abrasador, saltaban con estrépito.
Más de media hora ardió con toda su fuerza el informe montón de leños ennegrecidos, que al carbonizarse se cubrían de rojas escamas. Algunos maderos estaban erizados de innumerables y pequeñas llamas, como si fuesen cañerías de gas.
La muchedumbre se alejaba, con la esperanza de ver algo en las otras fallas . La temperatura bajaba, el incendio iba achicándose, la frescura de la noche penetraba en la plazuela, y balcones y puertas volvían a abrirse.
La falla seguía ardiendo, con sus estallidos de leña vieja, que sonaban como tiros».
Arroz y tartana
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