«Por la tarde, Nelet enganchaba la galerita, y a la Alameda, donde la fiesta tomaba el carácter de una saturnal de esclavos ebrios.
El disfraz de labrador era un pretexto para toda clase de expansiones
brutales; y acompañados por el retintín de los cascabeles de las ligas,
trotaban los grupos de zaragüelles planchados, chalecos de flores,
mantas ondeantes y tiesos pañuelos de seda. lo infinito, como el grito
de guerra de los pieles rojas, conmovía las calles. Las criadas,
endomingadas, huían despavoridas al escuchar el vocerío; y pasaba la
tribu al galope, dando furiosos saltos, con sus caretas horriblemente
grotescas y esgrimiendo por encima de sus cabezas enormes navajas de
madera pintada con manchas de bermellón en la corva hoja. Revueltos con
ellos, iban los disfraces de siempre: mamarrachos con arrugadas
chisteras y levitas adornadas con arabescos de naipes; bebés que
asomaban la poblada barba bajo la careta y al compás del sonajero decían
cínicas enormidades; diablos verdes silbando con furia y azotando con
el rabo a los papanatas; gitanos con un burro moribundo y sarnoso
tintado a fajas como una cebra; payasos ágiles, viejas haraposas con una
repugnante escoba al hombro, y los tíos de «¡al higuí!» golpeando la
caña y haciendo saltar el cebo ante el escuadrón goloso de muchachos con
la boca abierta».
Arroz y tartana
Vicente Blasco Ibáñez
Mundo gráfico. 12 de febrero de 1913
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