«El tío Tono en el primer momento quiso protestar. El muchacho no tenía aún veinte años; se había cometido una ilegalidad. Además, era su hijo, su único hijo. Pero el abuelo le hizo desistir con su habitual dureza. Era lo mejor que podía hacer su nieto. Crecía torcido: ¡qué corriese mundo y que sufriera! ¡ya se encargarían de enderezarlo! Y si moría, un vago menos; al fin, todos, más pronto o más tarde, habían de morir.
El muchacho partió sin protesta. La Borda fue la única que, escapándose de la barraca, se presentó en Monteolivete y le despidió llorando, después de entregarle toda su ropa y los cuartos de que pudo apoderarse sin que se enterara el tío Tono. A Neleta ni una palabra: el novio parecía haberla olvidado».
Cañas y barro
Vicente Blasco Ibáñez
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