«Al año siguiente, en 1904, Blasco Ibáñez publicó El intruso, cuya trama se desenvuelve en Bilbao, la tierra fuerte, hecha de hierro, que alimenta la voracidad insaciable de los Altos Hornos. La catedral es el símbolo de la religión tradicional, quietista y como momificada, que subsiste aislada del mundo y confía a la autoridad y esclarecimiento de su larga historia la salud de su porvenir: El intruso, por el contrario, es la máscara de la religión moderna, la religión militante, que huye del reposo claustral porque comprende que en él está la muerte, y ambula por las calles, y frecuenta salones y publica libros y estrena obras y funda establecimientos de enseñanza y establece compañías anónimas de navegación y acomete negocios de ferrocarriles y de minas, y procura, en fin, asociarse a todas las palpitaciones de la existencia contemporánea. El intruso, para decirlo de una vez, es el jesuíta; «la especie» más inteligente y ladina, y por lo mismo más temible, de la muchedumbre ensotanada; el amo despótico, aunque aparentemente se muestre risueño y tolerante, de muchas fortunas y de muchas conciencias».
Mis contemporáneos
Eduardo Zamacois
Altos Hornos. Bilbao. 1890
Hauser y Menet
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