«Cuando volvieron al comedor, Nelet sacaba el héroe de la fiesta: un soberbio capón, panza arriba, con los robustos muslos recogidos sobre el pecho y la piel dorada, crujiente, impregnada de manteca.
Don Juan contemplábalo con miradas de amor. No; una pieza tan hermosa no
la destrozaría el desmañado Juanito. A ver, Rafael, que, como aprendí
de médico, entendería de estas cosas.
Las niñas protestaron, recordando las espeluznantes relaciones que su
hermano las había hecho varias veces, para asustarlas, describiendo sus
hazañas en el anfiteatro anatómico.
--No, Rafael no--gritó Amparito--. Si él toca el capón no comemos.
¡Vaya un asco! ¡Como si aquel estudiante honorario hubiese asistido al
curso de anatomía media docena de veces...! Al fin, el tío, en vista de
las protestas, se decidió a destrozar la pieza, pues en su calidad de
solterón sabía un poco de todo.... ¡Brava manera de masticar! Confesaban
que la comida les subía ya a la garganta; pero a pesar de esto, era tan
excelente la carne tierna y jugosa, con su corteza tostada crujiendo
entre los dientes, que todos despacharon su ración, masticando con
lentitud y emprendiéndola después con los huesos. El tío se mostraba
como un valiente.
Aparecieron los postres. Cubrióse la mesa de tajadas de melón, peras y
manzanas, avellanas y nueces; pero esto pasó sin gran éxito,
atreviéndose el tío sólo con algunos pedazos de fruta que le mandó
Juanito.
Después, la clásica sopada , sin la cual don Juan no comprendía los
banquetes: una gran fuente de crema, en la que se empapaban apretadas
filas de pequeños bizcochos. Esto era lo mejor para los que, como él,
carecían de dentadura. Sabía a gloria; pero a pesar de tantos elogios,
recibió como en triunfo el turrón de Jijona y los pasteles de espuma.
También era esto del género de don Juan, adorador de las cosas blandas,
que se escurren dulcemente sin roce alguno hasta el fondo del estómago.
Con la boca llena de merengue contestaba a sus sobrinas, que estaban
cada vez más alegres, y aprobaba bondadosamente los cuidados de su
hermana por tenerle contento. Ahora había que retirar el vino de los
Escolapios: «no estaba en carácter»; y por esto el viejo saludó
alegremente la aparición en la mesa de las botellas de licor de
diferentes formas y clases».
Arroz y tartana
Vicente Blasco Ibáñez
Postres Martí
Todocolección
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