«El cielo estaba gris; la mar era de un morado tan intenso, que en la lustrosa curva formada entre dos olas, tomaba el color del ébano. Ráfagas largas y frías agitaban las velas, causando ruidosos estremecimientos.
La Flor de Mayo y la otra barca de la pareja avanzaban con las velas desplegadas, arrastrando la red del bou, que cada vez se hacía más pesada y tirante.
El Retor iba en su sitio de popa, empuñando la caña del timón. Apenas si miraba el mar: el instinto era quien movía su mano para enderezar la marcha de la barca.
Sus ojos estaban fijos en Tonet, el cual desde que salieron parecía huir de él. Cuando no miraba a su hermano, contemplaba a Pascualet, erguido al pie del mástil, como si con su desmedrada figurilla quisiera desafiar a aquel mar que en su segundo viaje comenzaba a mostrarse alborotado.
La barca daba algunos tumbos al saltar las olas, cada vez más violentas, pero los tripulantes eran gente avezada al mar y andaban sobre la movediza cubierta con gran seguridad, expuestos a cada paso a caer al agua».
Flor de mayo
Vicente Blasco Ibáñez
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