«Era el tío Paloma, que, puesto de pie, con el gorro encasquetado, los ojillos llameantes de indignación, hablaba apresuradamente, mezclando en cada palabra cuantos juramentos y tacos guardaba en su memoria. Los viejos compañeros le tiraban de la faja para llamarle la atención sobre su falta de respeto a los señores de la presidencia; pero él les contestaba con el codo y seguía adelante. ¡Valiente cosa le importaban tales peleles a un hombre como él, que había tratado reinas y héroes…! Hablaba porque podía hablar. ¡Cristo! Él era el barquero más viejo de la Albufera, y sus palabras debían tomarse como sentencias. Los padres y los abuelos de todos los presentes hablaban por su boca. La Albufera pertenecía a todos, ¿estamos?, y era vergonzoso quitarle a un hombre el pan por si había pagado o no a la Hacienda. ¿Es que esa señora necesitaba para cenar las míseras pesetas de un pescador…?».
Cañas y barro
Vicente Blasco Ibáñez
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