«En la muchedumbre se marcó una gran ondulación. ¡Ya estaba allí…! ¡la ceremonia iba a comenzar! Y pasaron ante el gentío el alcalde con su bastón de borlas negras, todos sus adláteres y el enviado de la Hacienda, un pobre empleado al que miraban los pescadores con admiración —imaginando confusamente su inmenso poder sobre la Albufera— y al mismo tiempo con odio. Aquel lechuguino era el que se tragaba la media arroba de plata.
Todos fueron subiendo con lentitud por la estrecha escalerilla de la escuela, que sólo podía contener una persona de frente. Una pareja de carabineros, fusil en mano, guardaba la puerta para impedir la entrada de las mujeres y los chicuelos, que alteraban las deliberaciones de la reunión. De vez en cuando la curiosidad de la gente menuda pretendía arrollarlos, pero los carabineros presentaban las culatas y hablaban de dar una paliza a toda la chiquillería, que con sus gritos turbaba la solemnidad del acto».
Cañas y barro
Vicente Blasco Ibáñez
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