«El Retor ostentaba la serenidad sublime de las grandes ocasiones. ¡Oído todo el mundo! Atención a lo que él mandase y a obedecer con prontitud.
La vela estaba caída sobre cubierta; la verga podía tocarse con las manos, y a pesar de la poca lona puesta al viento, la barca corría con vertiginosa rapidez, pasando el agua sobre la cubierta, mientras el mástil crujía lastimeramente.
Era llegado el momento de virar; el instante supremo: si les cogía de lado uno de aquellos colls de mar rectos, que se desplomaban como murallas viejas, podían dar el adiós a la vida.
El patrón, puesto de pie valientemente, sin soltar el timón, examinaba todas las tumefacciones gigantescas que avanzaban veloces. Buscaba en la cordillera movible un espacio llano, un momento de calma que le permitiera virar sin riesgo de que la barca fuese pillada de costado».
Flor de mayo
Vicente Blasco Ibáñez
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