«El tío Paco abórdó la cuestión. "Aquello" había de acabarse: ya no podían seguir juntos el negocio ni ser amigos. Y como Tonet intentase protestar, el gordo tabernero, que estaba en un momento de pasajera energía, tal vez el último de su existencia, le detuvo con un gesto. Nada de palabras: era inútil. Estaba resuelto a concluir; hasta el tío Paloma reconocía su razón. Habían emprendido el negocio con el trato de que él pondría el dinero y el Cubano el trabajo. Su dinero no había faltado: el esfuerzo del socio es lo que nadie veía. El "señor" lo pasaba a lo grande, mientras su pobre abuelo se mataba trabajando por él… ¡Y si sólo fuese esto! Se había metido en aquella casa como si fuese de su propiedad. Parecía el amo de la taberna. Comía y bebía de lo mejor; disponía del cajón como si no tuviese dueño; se permitía libertades que no quería recordar; se apoderaba de su perra, de su escopeta, y según decía ahora la gente… hasta de su mujer».
Cañas y barro
Vicente Blasco Ibáñez
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