«Al llegar Batiste a las inmediaciones de la taberna de Copa, un hombre apareció en el camino, saliendo de una senda inmediata, y marchó hacia él lentamente, dando a entender su deseo de hablarle.
Batiste se detuvo, lamentando en su interior no llevar consigo ni una mala navaja, ni una hoz, pero sereno, tranquilo, irguiendo su cabeza redonda con la expresión imperiosa tan temida por su familia y cruzando sobre el pecho los forzudos brazos de antiguo mozo de molino.
Conocía a aquel hombre, aunque jamás había hablado con él. Era Pimentó.
Al fin ocurría el encuentro que tanto había temido.
El valentón midió con una mirada al odiado intruso, y le habló con voz melosa, esforzándose por dar a su ferocidad y mala intención un acento de bondadoso consejo.
Quería decirle dos razones: hacía tiempo que lo deseaba; pero ¿cómo hacerlo, si nunca salía de sus tierras?
—Dos rahonetes no més... (Dos razoncitas nada más.).
Y soltó el par de razones, aconsejándole que dejase cuanto antes las tierras del tío Barret. Debía creer a los hombres que le querían bien, a los conocedores de las costumbres de la huerta. Su presencia allí era una ofensa, y la barraca casi nueva, un insulto a la pobre gente. Había que seguir su consejo e irse a otra parte con su familia.
Batiste sonreía irónicamente, mientras hablaba Pimentó, y éste, al fin, pareció confundido por la serenidad del intruso, anonadado al encontrar un hombre que no sentía miedo en su presencia.
¿Marcharse él?... No había guapo que le hiciera abandonar lo que era suyo, lo que estaba regado con su sudor y había de dar el pan a su familia. El era un hombre pacífico, ¿estamos?; pero si le buscaban las cosquillas, era tan valiente como el que más. Cada cual que se meta en su negocio, y él haría bastante cumpliendo con el suyo sin faltar a nadie.
Luego, pasando ante el matón, continuó su camino, volviéndole la espalda con una confianza despectiva.
Pimentó, acostumbrado a que le temblase toda la huerta, se mostraba cada vez más desconcertado por la serenidad de Batiste.
—Es la darrera paraula? (¿Es la última palabra?) —le gritó cuando estaba ya a cierta distancia.
—Sí; la darrera —contestó Batiste sin volverse».
La barraca
Vicente Blasco Ibáñez
Fotograma de la película "La barraca". 1946
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