viernes, 14 de septiembre de 2018

Parle vosté

«—Parle vosté (Hable usted) —dijo, avanzando un pie, la acequia más vieja, pues, por servicio secular, el tribunal, en vez de valerse de las manos, señalaba con la blanca alpargata a quien debía hablar. 

Pimentó soltó su acusación. Aquel hombre que estaba junto a él, tal vez por ser nuevo en la huerta, creía que el reparto del agua era cosa de broma y que podía hacer su santísima voluntad. 

Él, Pimentó, el atandador que representaba la autoridad de la acequia, en su partida, había dado a Batiste la hora para regar su trigo: las dos de la mañana. Pero, sin duda, el señor, no queriendo levantarse a tal hora, había dejado perder su turno, y a las cinco, cuando el agua era ya de otros, había alzado la compuerta sin permiso de nadie (primer delito), había robado el riego a los demás vecinos (segundo delito) e intentado regar sus campos, queriendo oponerse a viva fuerza a las órdenes del atandador, lo que constituía el tercero y último delito. 

El triple delincuente, volviéndose de mil colores e indignado por las palabras de Pimentó, no pudo contenerse. 

—¡Mentira y recontramentira! 

El tribunal se indignó ante la energía y la falta de respeto con que protestaba aquel hombre. Si no guardaba silencio, se le impondría una multa. Pero ¡gran cosa eran las multas para su reconcentrada cólera de hombre pacífico! Siguió protestando contra la injusticia de los hombres, contra el tribunal, que tenía por servidores a pillos y embusteros como Pimentó. 

Alteróse el tribunal: las siete acequias se encresparon. 

—¡Cuatre sous de multa! (¡Cuatro sueldos de multa!) —dijo el presidente. 

Batiste, dándose cuenta de su situación, calló asustado por haber incurrido en multa, mientras sonaban al otro lado de la verja las risas y los aullidos de alegría de sus contrarios.

Quedó inmóvil, con la cabeza baja y los ojos empañados por lágrimas de cólera, mientras su brutal enemigo acababa de formular la denuncia. 

—Parle vosté —le dijo el tribunal.

Pero en las miradas de los jueces se notaba poco interés por este intruso alborotador que venía a turbar con sus protestas la solemnidad de las deliberaciones. 

Batiste, trémulo por la ira, balbució, no sabiendo cómo empezar su defensa, por lo mismo que la creía justísima».

La barraca

Vicente Blasco Ibáñez



Tribunal de las Aguas

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