«Eran gentes enemigas, vecinos a los que no saludaba nunca.
Al pasar él junto a ellos, callaban, hacían esfuerzos para conservar su gravedad, aunque les brillaba en los ojos la alegre malicia; pero según iba alejándose, estallaban a su espalda insolentes risas, y hasta oyó la voz de un mozalbete que, remedando el grave tono del presidente del tribunal, gritaba:
—¡Cuatre sous de multa!
Vió a lo lejos, en la puerta de la taberna de Copa, a su enemigo Pimentó, con el porrón en la mano, ocupando el centro de un corro de amigos, gesticulante y risueño, como si imitase las protestas y quejas del denunciado. Su condena era un tema de regocijo para la huerta. Todos reían.
¡Rediós!... Ahora comprendía él, hombre de paz y padre bondadoso, por qué los hombres matan».
La barraca
Vicente Blasco Ibáñez
Huertano
Joaquín Agrasot Juan
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