«Los siete jueces se saludaron como gente que no se ha visto en una semana. Luego hablaron de sus asuntos particulares junto a la puerta de la catedral. De cuando en cuando, abriéndose las mamparas cubiertas de anuncios religiosos, esparcíase en el ambiente calido de la plaza una fresca bocanada de incienso, semejante a la respiración húmeda de un lugar subterráneo.
A las once y media, terminados los oficios divinos, cuando ya no salía de la basílica más que alguna devota retrasada, comenzó a funcionar el tribunal.
Sentáronse los siete jueces en el viejo sofá; corrió de todos los lados de la plaza la gente huertana para aglomerarse en torno de la verja, estrujando sus cuerpos sudorosos, que olían a paja y lana burda, y el alguacil se colocó, rígido y majestuoso, junto al mástil, rematado por un gancho de bronce, símbolo de la acuática justicia.
Descubriéronse las siete acequias quedando con las manos sobre las rodillas y la vista en el suelo, y el más viejo pronunció la frase de costumbre:
—S'obri el tribunal (Se abre el tribunal.)»
La barraca
Vicente Blasco Ibáñez
Estampa. 29 de junio de 1935
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