«Siguió adelante por el lóbrego camino, andando silenciosamente, como hombre que conoce el terreno a ciegas y por prudencia desea no llamar la atención. Según se aproximaba a su barraca, sentía mayor inquietud. Este era su distrito, pero en él estaban sus más tenaces enemigos.
Algunos minutos antes de llegar a su vivienda, cerca de la alquería azul donde las muchachas bailaban los domingos, el camino se estrangulaba, formando varias curvas. A un lado, un ribazo alto coronado por doble fila de viejas moreras; al otro, una ancha acequia, cuyos bordes en pendiente estaban cubiertos por espesos y altos cañares.
Esta vegetación parecía en la oscuridad un bosque indiano, una bóveda de bambúes cimbreándose sobre el camino negro. La masa de cañas, estremecida por el vientecillo de la noche, lanzaba un quejido lúgubre; parecía olerse la traición en este lugar, tan fresco y agradable durante las horas de sol».
La barraca
Vicente Blasco Ibáñez
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