«¿Quién sabe?... Y cuando más esperanzas ponía en el porvenir, la realidad la despertaba en forma de brutal terronazo, mientras el viejo decía con voz áspera:
—Arre, que ya es hora.
Y otra vez al trabajo, a dar tormento a la tierra, que se quejaba cubriéndose de flores.
El sol caldeaba el huerto, haciendo estallar las cortezas de los árboles; en las tibias madrugadas sudaba al trabajar, como si fuese mediodía, y a pesar de esto, la Borda cada vez más delgada y tosiendo más.
Parecía que el color y la vida que faltaban en su rostro se lo arrebataban las flores, a las que besaba con inexplicable tristeza.
Nadie pensó en llamar al médico. ¿Para qué? Los médicos cuestan dinero, y el tío Tòfol no creía en ellos. Los animales saben menos que las personas, y lo pasan tan ricamente sin médicos ni boticas».
Primavera triste
La condenada y otros cuentos
Vicente Blasco Ibáñez
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