«Cuando entró en el patio del Hospital, el tartanero saltó de su asiento, y acariciando su caballo esperó inútilmente que bajasen aquel par de borrachos.
Fue a abrir, y vio que por el estribo de hierro se deslizaban hilos de sangre.
—¡Socorro! ¡Socorro!—gritó abriendo de un golpe.
Entró la luz en el interior de la tartana. Sangre por todas partes. Uno en el suelo, con la cabeza junto a la portezuela. El otro caído en la banqueta, con el cuchillo en la mano y la cara blanca como de papel mascado.
Acudieron las gentes del Hospital, y manchándose hasta los codos, vaciaron aquella tartana, que parecía un carro del Matadero cargado de carne muerta, rota, agujereada por todas partes».
En la boca del horno
La condenada y otros cuentos
Vicente Blasco Ibáñez
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