«Ya habían sonado las cuatro. En los balcones abríanse, como flores gigantescas, sombrillas de brillantes colores, agitábanse grandes abanicos con aleteo de pájaro, y abajo la muchedumbre removíase inquieta, chocando con las apretadas filas de sillas que orlaban el arroyo. Sonó un rugido a un extremo de la plaza, e inmediatamente fue contestado por un griterío general.
--¡Ya están ahí...! ¡ya están ahí!
Y hubo empellones, codazos, remolinos de cabezas, empujando todos al que estaba delante para ver mejor.
A lo lejos, empequeñecida por la distancia, apareció la primera roca , en torno de la cual, como jinetes liliputienses, hacían caracolear sus caballos los soldados encargados de abrir paso. Un alegre cascabeleo dominaba los ruidos de la plaza y las voces enérgicas del postillón en traje de la huerta, que gritaba «¡ arre ! ¡ arre !» manejando con rara maestría una docena de ramales».
Arroz y tartana
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