«Ya llegaban; oíase la música de los judíos que venían por su bandera. Dolores se vistió apresuradamente, mientras el capitán salía a la frontera de sus dominios a recibir el ejército.
Sonaban acompasados los tambores, y el vistoso escuadrón agitaba los pies, el cuerpo y la cabeza con rítmico contoneo, sin moverse del sitio, mientras Tonet y dos más, con gravedad imperturbable, subían al balcón por el estandarte.
Dolores vió a su cuñado en la escalera, y fue en ella instantáneo, fulminante el instinto de comparación. Parecía todo un militar, un general... algo que se separaba de la rudeza grotesca de los otros. No; Tonet no tenía las piernas tortuosas y tumefactas, sino esbeltas, ajustadas, elegantes, como aquellos señores tan simpáticos llamados don Juan Tenorio, el rey don Pedro o Enrique Lagardere, que tanto la habían conmovido recitando quintillas o dando estocadas en la escena del teatro de la Marina.
Ya iban todas las collas camino de la iglesia, con la música al frente, ondeante la negra bandera y ofreciendo desde lejos el aspecto de un tropel de brillantes insectos arrastrándose con incesante contoneo».
Flor de Mayo
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