«A pesar de la vaga esperanza de un porrón de vino extraordinario que animaba a los más de los oyentes, un murmullo de incredulidad surgía al final del relato. El devoto Caragol era iracundo y malhablado como un profeta cuando consideraba en peligro su fe. «¿Quién era el hijo de pulga que se atrevía a dudar de lo que él había visto?…». Y lo que él había visto era la fiesta de los peixets, que se celebraba todos los años, oyendo a doctísimos varones el relato del milagro en la capilla conmemorativa edificada al borde del barranco.
Este prodigio de los pescaditos iba seguido casi siempre de lo que él llamaba el milagro del peixòt, pretendiendo con el peso del tal pescadote aplastar las dudas de la impiedad».
Mare Nostrum
Vicente Blasco Ibáñez
Ermita dels Peixets
Todocolección
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