«De un salto puso recta su pesada y musculosa humanidad, y echó a correr, sin aguardar a oír más explicaciones.
Su mujer vió cómo corría a campo traviesa hasta un cañar inmediato a las tierras malditas. Allí se arrodilló, se echó sobre el vientre, para espiar por entre las cañas, como un beduíno al acecho, y, pasados algunos minutos, volvió a correr, perdiéndose en aquel dédalo de sendas, cada una de las cuales conducía a una barraca, a un campo donde se encorvaban los hombres haciendo brillar en el aire su azadón como un relámpago de acero.
La huerta seguía risueña y rumorosa, impregnada de luz y de suspiros, aletargada bajo la cascada de oro del sol de la mañana.
Pero a lo lejos sonaban voces y llamamientos: la noticia se transmitía a grito pelado de un campo a otro campo, y un estremecimiento de alarma, de extrañeza, de indignación, corría por toda la vega, como si no hubiesen transcurrido los siglos y circulara el aviso de que en la playa acababa de aparecer una galera argelina buscando cargamento de carne blanca».
La barraca
Vicente Blasco Ibañez
Un passeig per l'horta
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