«La tarde en que se terminó la siembra vieron avanzar por el inmediato camino unas cuantas ovejas de sucios vellones, que se detuvieron medrosas en el límite del campo:
Tras ellas apareció un viejo apergaminado, amarillento, con los ojos hundidos en las profundas órbitas y la boca circundada por una aureola de arrugas. Iba avanzando lentamente, con pasos firmes, pero con el cayado por delante, tanteando el terreno.
La familia lo miró con atención. Era el único que en las dos semanas que allí estaban se atrevía a aproximarse a las tierras. Al notar la vacilación de sus ovejas, gritó para que pasasen adelante.
Batiste salió al encuentro del viejo. No se podía pasar: las tierras estaban ahora cultivadas. ¿No lo sabía?...
Algo de ello había oído el tío Tomba, pero en las dos semanas anteriores había llevado su rebaño a pastar los hierbajos del barranco de Carraixet, sin preocuparse de estos campos... ¿De veras que ahora estaban cultivados?
Y el anciano pastor avanzaba la cabeza, haciendo esfuerzos para ver con sus ojos casi muertos al hombre audaz que osaba realizar lo que toda la huerta tenía por imposible.
Calló un buen rato, y, al fin, comenzó a murmurar tristemente: «Muy mal; él también, en su juventud, había sido atrevido; le gustaba llevar a todos la contraria. Pero ¡cuando son muchos los enemigos!... Muy mal; se había metido en un paso difícil. Aquellas tierras, después de lo del pobre Barret, estaban malditas. Podía creerle a él, que era viejo y experimentado; le traerían desgracia.»
Y el pastor llamó a su rebaño, le hizo emprender la marcha por el camino, y antes de alejarse se echó la manta atrás, alzando sus descarnados brazos, y con cierta entonación de hechicero que augura el porvenir o de profeta que husmea la ruina, le gritó a Batiste:
—Creume, fill meu, te portarán desgrasia!... (Créeme, hijo mío; ¡te traerán desgracia!..)»
La barraca
Vicente Blasco Ibañez
Ilustración de José Benlliure para "La barraca"
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