«Por un contraste caprichoso, aquellos buenos mozos malcarados exhibían como gala el pie pequeño, usaban botas de tacón alto adornado con pespuntes, lo que les daba cierto aire de afeminamiento, así como los pantalones estrechos y las chaquetas ajustadas, marcando protuberancias musculosas o míseros armazones de piel y huesos en que los nervios suplían a la robustez.
Los había que empuñaban escandalosos garrotes o barras de hierro forradas de piel, golpeando con estrépito los adoquines, como si quisieran anunciar el paso de la tierra; pero otros usaban bastoncillos endebles o no se apoyaban en nada, pues bastante compañía llevaban sobre las caderas, con el cuchillo como un machete y la pistola del quince, más segura que el revólver.
Aquel desfile de guapos detúvose en todos los cafetines del tránsito para refrescar con medias libras de aguardiente, convidando a los policías conocidos que encontraban al paso, y cerca de las doce llegaron a la alquería del camino de Burjasot, donde la paella burbujeaba ya sobre los sarmientos, faltando sólo que le echasen el arroz».
Guapeza valenciana. Cuentos valencianos
Vicente Blasco Ibáñez
La paella valenciana
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