«Allí estaba la roca Valencia, enorme ascua de oro, brillante y luminosa
desde la plataforma hasta el casco de la austera matrona que simboliza
la gloria de la ciudad; y después, erguidos sobre los pedestales los
santos patronos de las otras _rocas_: San Vicente, con el índice
imperioso, afirmando la unidad de Dios; San Miguel, con la espada en
alto, enfurecido, amenazando al diablo sin decidirse a pegarle; la Fe,
pobre ciega, ofreciendo el cáliz donde se bebe la calma del anulamiento;
el Padre Eterno, con sus barbas de lino, mirando con torvo ceño a Adán y
Eva, ligeritos de ropa como si presintiesen el verano, sin otra
salvaguardia del pudor que el faldellín de hojas; la Virgen, con la
vestidura azul y blanca, el pelo suelto, la mirada en el cielo y las
manos sobre el pecho; y al final, lo grotesco, lo estrambótico, la
bufonada, fiel remedo de la simpatía con que en pasadas épocas se
trataban las cosas del infierno, la _roca Diablera_; Pintón coronado de
verdes culebrones, con la roja horquilla en la diestra, y a sus pies,
asomando entre guirnaldas de llamas y serpientes, los Pecados capitales,
horribles carátulas con lacias y apolilladas greñas, que asustaban a
los chicuelos y hacían reír a los grandes».
Arroz y tartana
Vicente Blasco Ibáñez
Rocas del Corpus en la Plaza de la Virgen. 1904
No hay comentarios:
Publicar un comentario