martes, 11 de enero de 2022

Un animal tan necesario para él como la propia vida

«Al poco rato, nuevos gritos sacaron a Batiste de su doloroso estupor.

—Pare!... Pare!

Era Batistet, llamándolo desde la puerta de la barraca. El padre, presintiendo una nueva desgracia, corrió tras él, sin comprender sus atropelladas palabras. «El caballo..., el pobre Blanco..., estaba en el suelo...! sangre...»

Y a los pocos pasos lo vio caído sobre sus ancas, enganchado aún al arado, pero intentando, en vano, levantarse, tendiendo su cuello, relinchando dolorosamente, mientras de su costado, junto a la pata delantera, manaba lentamente un líquido negruzco, del que se iban empapando los surcos recién abiertos.

Se lo habían herido; tal vez iba a morir. ¡Recristo! Un animal tan necesario para él como la propia vida y que le había costado empeñarse con el amo...

Miró en torno, buscando al criminal. Nadie. En la vega, que azuleaba bajo el crepúsculo, no se oía más que un ruido lejano de carros, el susurro de los cañaverales y los gritos con que se llamaban de una barraca a otra. En los caminos inmediatos, en las sendas, ni una persona».

La barraca

Vicente Blasco Ibáñez



Barraca en la huerta de Valencia

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