«Vio Batiste a Pimentó y a sus contrincantes sentados en taburetes de fuerte madera de algarrobo, con los naipes ante los ojos, el jarro de aguardiente al alcance de una mano y sobre el cinc el montoncito de granos de maíz que equivalía a los tantos del juego. A cada jugada, alguno de los tres agarraba el jarro, bebía en él reposadamente y lo pasaba a los compañeros, que lo iban empinando igualmente con no menos ceremonia.
Los espectadores más inmediatos miraban los naipes a cada uno por encima del hombro para convencerse de que jugaba bien. No había cuidado: las cabezas estaban sólidas; como si allí no se bebiese más que agua, nadie incurría en descuido ni había jugadas torpes.
Y seguía la partida, sin que por ello los de la apuesta dejasen de hablar con los amigos, bromeando sobre el final de la lucha.
Pimentó, al ver a Batiste, masculló un «¡Hola!» que pretendía ser un saludo, y volvió la vista a sus cartas».
La barraca
Vicente Blasco Ibáñez
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