«El valentón relataba modestamente sus glorias. Todos los años, por Navidad y por San Juan, emprendía el camino de Valencia, tole, tole, para ver a la propietaria de sus tierras. Otros llevaban el buen par de pollos, la cesta de tortas, la banasta de frutas para enternecer a los señores, para que aceptasen la paga incompleta, lloriqueando y prometiendo redondear la suma más adelante. El sólo llevaba palabras, y no muchas.
Su ama, una señorona majestuosa, lo recibía en el comedor de su casa. Por allí cerca andaban las hijas, unas señoritingas siempre llenas de lazos y colorines.
Doña Manuela echaba mano a la libreta para recordar los semestres que Pimentó llevaba atrasados... «Venía a pagar, ¿eh?...» Y el socarrón, al oír la pregunta de la señora de Pajares, siempre contestaba lo mismo: «No, señora; no podía pagar porque estaba sin un cuarto.» Sabía que con esto se acreditaba de pillo. Ya lo decía su abuelo, que era persona de mucho saber: «¿Para quién se han hecho las cadenas? Para los hombres. ¿Pagas? Eres buena persona. ¿No pagas? Eres un pillo.»
Y después de exponer este curso breve de filosofía rústica, apelaba al segundo argumento, que era sacar de su faja una tagarnina de tabaco negro con una navaja enorme, y comenzaba a picarla para liar un cigarrillo».
La barraca
Vicente Blasco Ibáñez
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