«Batiste, después de mirar furtivamente desde la puerta al tabernero, que con la ayuda de su mujer y un criado despachaba a los parroquianos, volvió a la plazoleta. Allí se agregó a un corrillo de viejos que discutían sobre cuál de los tres sostenedores de la apuesta se mostraba más sereno.
Muchos labradores, cansados de admirar a los tres guapos, jugaban por su cuenta o merendaban formando corro alrededor de las mesillas. Circulaba el porrón, soltando su rojo chorrillo, que levantaba un tenue glu—glu al caer en las abiertas bocas; obsequiábanse unos a otros con puñados de cacahuetes y altramuces. En platos cóncavos de loza servían las criadas de la taberna las negras y aceitosas morcillas, el queso fresco, las aceitunas partidas, con su caldo, en el que flotaban olorosas hierbas; y sobre las mesas veíase el pan de trigo nuevo, los rollos de rubia corteza, mostrando en su interior la miga morena y suculenta de la gruesa harina de la huerta».
La barraca
Vicente Blasco Ibáñez
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