«Rufina se abrió paso entre la gente, llegando hasta su marido, que con la cabeza baja y una expresión estúpida oía las felicitaciones de los amigos.
—¿Y el chico? ¿Dónde está el chico?
El pobre hombre aún bajó más su cabeza. La hundió entre los hombros, como si quisiera hacerla desaparecer, para no oír, para no ver nada.
—¿Pero dónde está Antoñico?
Y Rufina, con los ojos ardientes, como si fuera a devorar a su marido, le agarraba de la pechera, zarandeando rudamente a aquel hombrón. Pero no tardó en soltarle, y levantando los brazos, prorrumpió en espantoso alarido.
—¡Ay, Señor!... ¡Ha muerto! ¡Mi Antoñico se ha ahogado! ¡Está en el mar!
—Sí, mujer—dijo el marido lentamente con torpeza, balbuceando y como si le ahogaran las lágrimas—. Somos muy desgraciados. El chico ha muerto; está donde su abuelo; donde estaré yo cualquier día. Del mar comemos y el mar ha de tragarnos... ¡Qué remedio! No todos nacen para obispos».
En el mar
La condenada y otros cuentos
Vicente Blasco Ibáñez
No hay comentarios:
Publicar un comentario