«Vieron en el camino una pareja de la Guardia civil, y Bolsón la saludó amigablemente.
En una revuelta apareció una segunda pareja, y el carnicero moviose en su asiento como si le pinchasen. Eran muchas parejas en camino tan corto. El roder le tranquilizó. Habían concentrado la fuerza del distrito por el viaje de don José.
Pero un poco más allá encontraron la tercera pareja, que, como las anteriores, siguió lentamente al carruaje, y el carnicero no pudo contenerse más. Aquello le olía mal. ¡Bolsón, aún era tiempo! A bajar en seguida; a huir por entre los campos hasta ganar la sierra. Si nada iba con él, podía volver por la noche a casa.
—Sí, siñor Quico, sí—decían las mujeres asustadas.
Pero el siñor Quico se reía del miedo de aquellas gentes.
—Arrea, tartanero... arrea.
Y la tartana siguió adelante, hasta que de repente saltaron al camino quince o veinte guardias, una nube de tricornios con un viejo oficial al frente. Por las ventanillas entraron las bocas de los fusiles apuntando al roder, que permaneció inmóvil y sereno, mientras que mujeres y chiquillos se arrojaban chillando al fondo del carruaje.
—Bolsón, baja o te matamos—dijo el teniente».
La paella del roder
La condenada y otros cuentos
Vicente Blasco Ibáñez
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