«Y Dolores se echó fuera de su puesto, remangándose aun más los brazos, con los ojos moteados por el extraño fulgor de sus puntos de oro. Allá iba la otra: con la cabeza baja, mascullando las más atroces palabrotas; temblando de pies a cabeza por la rabia y atropellando a cuantos intentaron detenerla.
Se agarraron en medio del pasadizo húmedo y pegajoso, entre las dos filas de mesas.
La mujercita nerviosa y débil chocó con ímpetu contra la buena moza sin lograr abatirla. Eran el nervio chocando contra el músculo; la ira azotando á la fuerza, sin causarla la menor emoción.
Dolores esperó a pie firme, acogiendo a su rival con una lluvia de bofetadas que enrojecieron lívidamente las enjutas mejillas de Rosario; pero de pronto lanzó un alarido, llevándose ambas manos á una oreja.
Por entre los dedos brotaban hilillos de sangre... ¡Ah, la grandísima perra! La había desgarrado la oreja tirando de uno de aquellos pendientes de gruesas perlas que admiraba la Pescadería entera».
Flor de Mayo
Vicente Blasco Ibáñez
Ilustración de José Segrelles Albert para Flor de Mayo
Cortesía de En Ateneo
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