viernes, 25 de junio de 2021

El bautizo de su barca no era cualquier cosa

«El Retor sabía hacer bien las cosas. Había ido a la iglesia para escoltar hasta la playa con los hombres de su tripulación a don Santiago el cura. El párroco lo acogió con una sonrisa de las que se guardan para los buenos parroquianos. ¡Qué! ¿Ya era la hora? Pues que llamasen al sacristán para que preparara el calderillo y el hisopo. Él se arreglaba en un momento; cuestión de calarse el roquete y nada más.

Pascual protestó indignado. ¿Qué era aquello de roquete? Capa, y la mejor que tuviera. El bautizo de su barca no era cualquier cosa; además, él estaba allí para pagar lo que fuese.

Don Santiago sonrió. Bueno; la capa no correspondía, pero lo haría por él, que era un buen cristiano y sabía quedar bien con las personas.

Y salieron de la casa rectoral; el sacristán delante con el hisopo y el sagrado cuenco, y detrás, escoltado por el patrón y sus marineros, don Santiago, en una mano el libro de oraciones y levantándose con la otra, para no rozar el barro, la capa vieja y suntuosa, de una blancura mate, con los pesados bordados de oro de un tinte verdoso, mostrando por entre la deshilachada trama el relleno del realce.

(...)

El Retor y sus hombres abrían paso al cura entre el gentío que se apelotonaba en torno de la barca. Frente a la popa estaban los padrinos; la siñá Tona con mantilla y falda nueva, y el señor Mariano, puesto de sombrero y bastón, hecho un caballero, ni más ni menos que cuando iba a Valencia para hablar con el gobernador.

(...)

Los padrinos, graves y con la mirada en el suelo, estaban a ambos lados del cura; el sacristán espiaba a éste, pronto a contestar ¡amén! a todo, y la multitud calmábase y quedaba suspensa, con la cabeza descubierta, esperando algo extraordinario.

(...)

Terminada la oración, el cura empuñó el hisopo:

—Asperges...

Y envió a la popa de la barca un polvo de agua que resbaló en menudas gotas por las pintadas tablas. Después, siempre seguido por el amén del sacristán y precedido por el patrón, que abría paso, dió la vuelta en torno de la barca, repitiendo hisopazos y latines».

Flor de mayo

Vicente Blasco Ibáñez


Bendiciendo la barca. 1895

Joaquín Sorolla y Bastida

Óleo. 50,1 x 71

Museo de Bellas Artes de Asturias. Colección Masaveu. Oviedo


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