«Caía de los balcones una lluvia de pétalos de rosa, volaba el talco
como nube de vidrio molido, estallaban luces de colores en todas las
esquinas, y entre el perfume del incienso, el agudo reclamo de las
cornetas, la grave lamentación de la música, la melancólica salmodia de
los sacerdotes y el infantil balbuceo de las campanillas de plata,
avanzaba el palio abrumado por la lluvia de flores, iluminado por el
resplandor de incendio de las bengalas; y el sol de oro, mostrándose en
medio de tal aparato, enloquecía a la muchedumbre levantina, pronta
siempre a entusiasmarse por todo lo que deslumbra, e inconscientemente,
lanzando un rugido de asombro, empujábanse unos a otros, como si
quisieran coger con sus manos el áureo y sagrado astro, y los soldados
que guardaban el palio tenían que empujar rudamente con sus culatas para
conservar libre el paso.
Tras el palio, la gente admiraba un nuevo grupo de capas de oro, sobre
las cuales sobresalía la puntiaguda mitra y el brillante báculo.
Después, ajustando sus pasos al compás de la marcha musical, desfilaban
los rojos fajines y los portacirios de plata de los concejales; y por
fin, con un tránsito obscuro de la luz a la sombra, pasaba la negra masa
de la tropa, en la cual los instrumentos de música lanzaban
amortiguados destellos y los filos de las bayonetas y los sables
brillaban como hilillos de luz.».
Arroz y tartana
Vicente Blasco Ibáñez
Niños con flores en el balcón
Ignacio Pinazo Camarlench
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