«Acercábase el epílogo de la procesión. Sonaba a lo lejos la grave
melopea de la marcha solemne y religiosa que entonaba la banda militar.
Las cornetas de los regimientos formados en la carrera batían marcha; y
mientras los soldados requerían su fusil para inclinarse al paso del
Sacramento, la muchedumbre agitábase para ganar un palmo de terreno
donde hincar las rodillas.
Estallaban luces de colores, y a su resplandor, tan pronto blanco como
rojo, veíanse a lo lejos, terminando la doble fila de cirios, los
sacerdotes con capas de oro, manejando los incensarios, con un continuo
choque de cadenillas de plata, en el fondo de una nube de azulado y
oloroso humo; sobre ella, agitándose dorado y tembloroso entre sus
deslumbrantes varas, el palio, que avanzaba lentamente, y bajo la
movible tienda de seda, como un sol asomando entre nubes de perfumes, la
deslumbrante custodia, que hacía bajar las cabezas, como si nadie
pudiera resistir la fuerza de su brillo.
El poético aparato del culto católico imponíase a la muchedumbre con
toda su fuerza sugestiva. Las mujeres llevábanse las manos a los ojos,
humedecidos sin saber por qué, y las viejas golpeábanse con furia el
pecho, entre suspiros de agonizante, lanzando un «¡Señor, Dios mío!» que
hacía volver con inquietud la cabeza a los más próximos.»
Arroz y tartana
Vicente Blasco Ibáñez
Procesión del Corpus. 1900
Barberá Masip
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