«Tenía de antiguo sus parroquianos, y no se esforzaba gran cosa en atraer nuevos compradores, pero gozaba diabólicamente cuando torciendo el ceño podía escupir alguna terrible palabrota a las señoras regañonas que acompañaban a sus criadas al mercado.
Su vozarrón cascado era siempre el que decía la última palabra en las disputas de la Pescadería, y todas reían sus chistes horripilantes, las sentencias de filosofía desvergonzada que pronunciaba con aplomo de oráculo».
Flor de mayo
Vicente Blasco Ibáñez
Plaza del Mercado. 1905
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