«Como guapa, no podía compararse con la endemoniada hija del tartanero; pero la siñá Tona se hacía lenguas de su bondad (la condición de los seres insignificantes) y se callaba lo más importante, o sea que Rosario, la muchacha en quien había puesto los ojos, era huérfana; sus padres habían tenido en el Cabañal una tiendecita, de la que se surtía la tabernera, y ahora, después de su muerte, le quedaba a la hija casi una fortuna; lo menos tres o cuatro mil duros».
Flor de mayo
Vicente Blasco Ibáñez
Tartana circulando por el Paseo de la Alameda
Todocolección
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